- Como militante comprometido con el socialismo y el PSOE desde hace más de cincuenta años, creo que la dirección debe asumir su responsabilidad. El silencio no basta.
Los militantes del Partido Socialista Obrero Español hemos aprendido, a lo largo de la historia, que es un deber expresar nuestra disconformidad cuando los principios y valores recogidos en nuestro programa y estatutos se ven amenazados por las incoherencias o los silencios de nuestros dirigentes.
Hoy es uno de esos momentos.
Ante el deterioro ético y político que sufre nuestra organización, no puedo seguir en silencio.
La falta de explicaciones y la opacidad mostradas por la dirección frente a los últimos escándalos no sólo resultan desconcertantes: son, sobre todo, profundamente nocivas.
Lo que está en juego no es una mera cuestión de estrategia o comunicación, sino la credibilidad de nuestro proyecto político, el legado ético de generaciones de socialistas y el vínculo de confianza con los ciudadanos.
Durante décadas, el PSOE ha encarnado los valores de igualdad, justicia, solidaridad y respeto al Estado de derecho.
Sin embargo, en los últimos tiempos, estamos presenciando una deriva preocupante que se aparta de esa tradición. Lo ocurrido con Leire Díez y la increíble sucesión de declaraciones ministeriales sobre un supuesto intento de atentado contra el presidente del Gobierno (posteriormente desmentido por los mismos medios que lo difundieron) ha generado una alarma social de dimensiones difíciles de medir.
Lo más grave no es sólo la magnitud de la confusión creada, sino la falta de responsabilidad con que se ha abordado su rectificación.
«La transparencia no es una opción. Es un mandato que emana de los principios y la ética que rigen nuestro partido, y que obliga a los dirigentes socialistas (muy especialmente a su secretario general) a actuar conforme a ellos»
Merece especial atención la entrevista de más de dos horas que Leire Díez mantuvo con el secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán. Un encuentro que, lejos de arrojar luz o responder a las legítimas inquietudes de la mayoría de la militancia y la ciudadanía, se convirtió en un cuestionable simulacro de transparencia, carente de autocrítica y voluntad real de esclarecer nada, según evidencian los hechos.
El formato, la duración y el tono revelaron una estrategia inquietante: aparentar diálogo sin asumir responsabilidades, simular rendición de cuentas sin ofrecer una sola explicación sobre las razones del trato excepcional a una militante cuya actuación ha erosionado la credibilidad del partido.
La transparencia no es una opción. Es un mandato que emana de los principios y la ética que rigen nuestro partido, y que obliga a los dirigentes socialistas (muy especialmente a su secretario general) a actuar conforme a ellos.
Como líder del PSOE, te corresponde rendir cuentas ante la militancia, y como presidente del Gobierno, tienes el deber ineludible de aclarar, desmentir o pedir perdón a la ciudadanía por los errores cometidos.
La obligación de explicar no es solo política. Es, ante todo, moral.
Insisto, la transparencia no es una herramienta táctica ni un recurso coyuntural. Es una exigencia inherente a la historia del PSOE y a los valores de la Constitución española.
La crítica que expreso trasciende los intereses personales o partidistas. El artículo 6 de la Constitución establece con claridad que los partidos políticos son instrumentos fundamentales para la participación política de los ciudadanos, y que no sólo deben tener una estructura democrática, sino también un funcionamiento y actividad acordes con ese principio, dentro del respeto al marco constitucional.
Estas no son simples declaraciones. Son exigencias concretas. Implican respeto por la verdad, compromiso con la transparencia y rendición de cuentas ante quienes, como militantes y ciudadanos, depositamos nuestra confianza en su integridad.
Como militante comprometido con el socialismo y el PSOE desde hace más de cincuenta años, creo que la dirección debe asumir su responsabilidad. El silencio no basta. Las entrevistas complacientes no bastan.
Tampoco es suficiente esperar a que el tiempo disipe la indignación. Exijo responsabilidad y coherencia con los principios que decimos defender. Porque si la ética y la transparencia dejan de guiar nuestra acción política, el PSOE dejará de ser reconocible y se volverá ajeno a su propia historia.
Los militantes no somos meros espectadores ni piezas prescindibles de un engranaje ajeno a la voluntad colectiva. Somos herederos de una tradición forjada con lucha, compromiso y sacrificio, y portadores de una legitimidad que exige integridad y verdad.
Los ciudadanos españoles, como personas libres y responsables, tampoco pueden ser tratados como sujetos pasivos.
Es deber de todos rechazar el silencio cómplice y la distorsión de la realidad como norma aceptada. Nietzsche no puede ser nuestro modelo. La verdad debe seguir siendo nuestra guía, porque sobre ella se asienta la responsabilidad de mantener viva la memoria ética del partido.
Es una exigencia velar por la coherencia de nuestros principios y asegurar que la palabra y la acción caminen siempre juntas.
Estoy firmemente convencido de que, para garantizar que el PSOE siga siendo una fuerza auténtica de transformación social y respetada, y por el bien de nuestra democracia, ante el momento confuso e incierto que atravesamos, el presidente del Gobierno debe convocar elecciones generales, como sucede en democracias europeas consolidadas en situaciones similares.
De esa decisión todos saldríamos beneficiados. Los ciudadanos en general, y particularmente el propio presidente del Gobierno, que demostraría que su única finalidad como gobernante es el bien común, el fortalecimiento de la convivencia entre los españoles y, sobre todo, el progreso de España.
*** Pedro Bofill fue miembro de la Ejecutiva Federal del PSOE y director de El Socialista, diputado durante tres legislaturas y exdiputado del Parlamento Europeo.