JAVIER RUPÉREZ-EL ESPAÑOL
  • Las lenguas no son únicamente instrumentos de comunicación. Son también, o deberían serlo, sistemas descriptivos de realidades humanas, sociales e incluso filosóficas

Como los ciudadanos españoles han venido comprobando estos últimos tiempos, bares, restaurantes, supermercados, tiendas varias, empresas de comunicación, electricidad o radiofonía con servicios telefónicos para atención al cliente y otros muchos sectores económicos y empresariales, muestran una curiosa tendencia común y ampliamente compartida: sus empleados no utilizan el «usted» para conversar o comunicar con el correspondiente cliente, al que, sin más preámbulos, como si de un antiguo amigo o viejo conocido se tratara, se dirigen con el familiar «tu».

El español, como el francés o el alemán, tienen entre sus variadas formulaciones, la posibilidad de distinguir en el trato verbal que se mantienen con otros la alternativa de diferenciar entre el respeto y la distancia que pertenece al desconocimiento de las personas, o la proximidad que proviene de la amistosa familiaridad. En el inglés no encontramos tal diferencia, pero es evidente que británicos, americanos, australianos, canadienses o neozelandeses ponen buen cuidado el subrayarlo, cuando se revela necesario, añadiendo el «mr.» o «mrs.» al «you», en los casos en que la comunicación precisa del reconocimiento de la distancia. O del respeto. En francés no es extraño encontrar familias en las que los jóvenes vástagos se dirigen a sus padres con el formal «vous». En España, y según estamos comprobando, la desaparición del «usted» podría acabar con su total aniquilación en pocos años, tal es la velocidad creciente que el tuteo generalizado parece estar adquiriendo en amplias zonas de nuestra relación y convivencia. Con una evidente consecuencia: el empobrecimiento del idioma.
Las lenguas no son únicamente instrumentos de comunicación. Son también, o deberían serlo, sistemas descriptivos de realidades humanas, sociales e incluso filosóficas. Entre ellas se encuentran naturalmente aquellas que dibujan las relaciones entre personas en sus diversos sistemas de relación. El «usted» comporta una distancia, un respeto, un deseo o necesidad de entrar en contacto sin todavía saber exactamente con quien se mantiene la conversación. El «tu», por el contrario, es la quintaesencia de la proximidad, a la que se puede llegar desde el «usted», una vez desarrollados los sistemas de proximidad, o que nace en las consabidas situaciones familiares, escolares, profesionales o amorosas. Nunca se sabe. Pero el «tuteo» generalizado, que tanto gusta a los que mantienen que todo el monte es orégano, acaba por empobrecer la sutil riqueza explicativa del lenguaje. Los términos pierden su alcance y su mismo significado queda reducido a una empobrecedora generalización. Y la defensa de la riqueza expresiva de la lengua, esa que hoy tienen como propia seiscientos millones de personas en todo el mundo, es también la defensa de nuestra propia concepción del mundo, sus habitantes y sus circunstancias. Una concepción secular que, a través de los siglos y todas sus variantes, ha profesado siempre la creencia en la libertad y en la dignidad del ser humano como elemento sustancial de su evolución civilizadora.
Claro que cosas más graves hay en este mundo que la batalla entre el «usted» y el «tú». Pero no podemos olvidar que la banalización terminológica suele desembocar de manera irrevocable en la irresponsabilidad relacional y comunicativa. Que cada cual reclame la manera en que quiera ser llamado. Pero que, al mismo tiempo, todos aquellos que tienen bajo su responsabilidad orientar las comunicaciones de sus representantes con gente variopinta y extraña, reciban una estricta consigna: el «usted» sigue existiendo y debe ser utilizado en todas aquellas relaciones de las que no se recuerda origen previo o evolución aproximativa. Repitámoslo todos juntos: no queremos que desaparezca el «usted».
  • Javier Rupérez es embajador de España