JON JUARISTI, ABC – 01/03/15
· Hay bastante de pensamiento mágico (o de ausencia de pensamiento) en las diatribas contra Podemos.
Acomienzos de este mes, Luis María Anson proponía que los dos partidos mayoritarios iniciaran sin dilación la puesta en marcha de una reforma constitucional, ayudándose, si hiciera falta, de un comité de expertos formado por personalidades independientes de probada experiencia y reputación incuestionable. Parece obvio que tal propuesta, como otras similares que han ido planteándose en los últimos meses, trataba de ofrecer una alternativa a la apertura de un proceso constituyente.
Tras el debate de esta semana sobre el estado de la Nación no cabe albergar esperanza alguna de que el PP y el PSOE secunden iniciativas semejantes. Estamos ya en plena confrontación preelectoral y nadie quiere hablar de consensos de ningún tipo, tras el repliegue de Pedro Sánchez a posiciones de abierto enfrentamiento con Rajoy una vez desautorizada su retórica irenista desde la ejecutiva de su propio partido.
Por otra parte, tampoco el presidente del Gobierno ha urgido con timbres de desesperación la colaboración patriótica de un partido socialista que se deshace aceleradamente. Los lamentos de la derecha por la suerte de la socialdemocracia suenan a regocijo imposible ya de disimular. En el fondo, no es sólo un problema de incapacidad de alcanzar grandes acuerdos de Estado. Hay otro factor importante, a mi juicio: ni los socialistas ni los conservadores se acaban de creer lo que, por otra parte, no cesan de afirmar: que Podemos represente una amenaza para el sistema. Hay bastante de pensamiento mágico (o de pura ausencia de pensamiento) en las diatribas contra los populistas de Somosaguas, algo así como un recurso al exorcismo. Como si se diese por supuesto que al verse presentados como unos totalitarios sedientos de sangre se apaciguarán espontáneamente.
Me recuerda mucho esta superstición a la que predominó en el País Vasco de los años ochenta del pasado siglo, es decir, durante la época en que ETA se hinchó de matar. Los partidos democráticos montaban mesas por la paz para obligar a Herri Batasuna a distanciarse de la banda y convertirse en algo así como un PNV cargando a la zurda. A un sector de la izquierda abertzale no le repugnaba aparentar que ya estaban en ello. Por descontado, no pasaba de ser una maniobra de distracción, cara a la galería europea. Cuando el escritor alemán Hans Magnus Enzensberger visitó el País Vasco a mediados de aquella década, mantuvo sendas entrevistas con Arzalluz, presidente a la sazón del PNV, y con Iñaki Esnaola, que pasaba por ser el más dialogante y civilizado de los dirigentes filoetarras.
Arzalluz le habló a Enzensberger de las armas enterradas en los caseríos vascos, prestas para ser usadas en una insurrección independentista. Esnaola trató de convencerle de que ETA era una organización socialdemócrata que quería aplicar en el País Vasco el modelo sueco. Pues bien, un síndrome bastante parecido de discursos cruzados caracteriza ahora, no ya al nacionalismo vasco, sino a la izquierda. Zapatero y Moratinos montan una peregrinación bolivariana (evitando, eso sí, a Maduro, cuya Policía mata a adolescentes) mientras los de Podemos se disfrazan de socialistas escandinavos.
Quizá se exagere al presentar a Podemos como un ejército de orcos en agraz, pero no parece que estén muy dispuestos a renunciar a su horizonte utópico, que pasa por barrer la Constitución de consenso (el «régimen de 1978») e imponer otra de partido, aunque para ello necesiten hacerse los suecos, como los batasunos de un ayer no tan remoto. Es ya demasiado tarde para reformas como la que Anson propone y los dos partidos mayoritarios parecen más lejos que nunca de cualquier consenso constituyente.
JON JUARISTI, ABC – 01/03/15