JOSÉ MARÍA RUIZ SOROA-EL CORREO

  • Cabe preguntarse por qué EE UU, seguido sin más por la UE, se empeña en un alocado acoso a quien ya no es su enemigo, pero tiene mucho orgullo y mucho miedo

Hay una regla hermenéutica que dicta la experiencia: cuando en una discusión surge como argumento la metáfora de Hitler y el pacto de Múnich podemos estar seguros de que la razón ha abandonado el discurrir. Que es lo que me temo sucede con Putin y la invasión rusa de Ucrania.

Es bastante obvio que Putin es un autócrata despótico en su sociedad, y que la guerra que ha declarado a Ucrania carece de la menor justificación, no siendo sino un cruel abuso de la fuerza militar contra un país vecino y soberano. Pero este carácter odioso del personaje y sus actos no nos dispensa del deber de intentar entender el porqué de lo que sucede ante nuestros ojos.

Y, en este sentido, hay que decir que Putin no es un expansionista, nunca ha intentado rehacer por la fuerza ni el imperio soviético ni el zarista ni ningún ‘lebensraum’. Lo que sí ha hecho, desde el caso de Georgia hace ya bastantes años, es declarar como interés vital de Rusia el no ser cercada por la OTAN, y en consecuencia sentar como doctrina estratégica la de que no toleraría el ingreso de Ucrania en la OTAN. Puede gustarnos más o menos esta exigencia de que el cinturón de los países que la rodean sea neutralizado, puede parecernos más o menos equitativa, pero es su interés vital a la vista de la historia pasada. Interés vital, para ellos.

En la política occidental al respecto, dirigida por Estados Unidos y seguida sin más por la Unión Europea, se han mezclado sin ton ni son tres cuestiones distintas, muy distintas: ampliar la democracia, ampliar Europa y ampliar la OTAN. Estuvo muy bien impulsar la democratización de Ucrania en 2014, era defendible y negociable su futuro ingreso en la UE, pero tiene muy poca justificación empeñarse en su ingreso en la OTAN, una alianza militar de la que no se sabe muy bien hoy el sentido que le queda salvo el de hostigar, precisamente, a Rusia.

¿Cuál era nuestro interés vital en ello? ¿Por qué no dejarla en paz después de la desaparición del imperio soviético, sobre todo si la definimos como una nación en decadencia? ¿Por qué expansionar la OTAN y sus misiles hasta la puerta de Rusia? ¿Por qué Estados Unidos, cuyos intereses vitales no están en el Este de Europa, se empeña en una política alocada de acoso a quien ya no es su enemigo, pero tiene mucho orgullo y mucho miedo?

La política expansionista, aunque no suene bien, ha sido la de nuestro bando. Claro, nosotros somos buenos y nunca íbamos a hacer nada agresivo, somos un ‘imperio benigno’, nada que temer de nuestras fuerzas. Para mí es claro, pero, ¿por qué debería aceptarlo como verdad revelada un ruso o un chino? ¿Por qué clase de magia lo nuestro es solo defensivo y, sobre todo, por qué extraña razón deberían verlo así y no como expansión interesada los dirigentes del mundo no occidental?

Lo que Putin ha estado pidiendo -con sus malos modos y su antipatía congénita- no es algo descabellado ni absurdo en las relaciones internacionales de siempre: que se garantizase la neutralización efectiva de los países de su frontera con Occidente. Es algo más que negociable en el mundo hobbesiano en que estamos, probablemente es lo que todos aceptaremos al final si queremos estabilidad en la región. Quedará la duda, la inmensa duda, de si ha tenido sentido mantener tanto tiempo y tan firmemente una política occidental de expansión de la democracia… y de la OTAN, hasta llevar a una guerra que pagarán los que creyeron en su firmeza y seriedad.