EXPERIENCIA O AUTOENGAÑO

ABC-IGNACIO CAMACHO

Los zahoríes de la gran coalición tienen un problema: el programa de Sánchez sólo es compatible con la izquierda

PARA saber con quién quiere pactar Sánchez hay que mirar su programa. El económico y el social, sobre todo, porque sobre el principal problema político de España, el conflicto de Cataluña, no va a ofrecer mucho más que diálogo, cumplimiento de la ley y otros mantas abstractos. Ese programa se resume en una sola palabra: gasto. Subida unilateral e inmediata de las pensiones –una promesa que viola directamente el Pacto de Toledo, urdido a instancias ¡¡del PSOE!! para apartar este asunto de la lucha electoral–, ampliación del subsidio agrario, dentista, guardería y carreras gratis, incremento del salario mínimo. Y una «fiscalidad más progresiva», eufemismo que significa que todo eso, más lo que irá anunciando, sólo se puede pagar exprimiendo más nuestros bolsillos. El Gobierno no va a cometer el error de negar la desaceleración como Zapatero; al contrario, ha empezado a utilizar los síntomas de retroceso como pretexto para extender las coberturas subvencionales y preparar una nueva elevación de impuestos. La «respuesta progresista a la crisis», ojo al concepto, reformulación en lenguaje posmoderno del viejo ideal socialista de hacer que medio país trabaje para el otro medio.

Con ese proyecto no puede aliarse más que con los partidos de izquierda. Ése sigue siendo su plan, más un entendimiento con los nacionalistas que deberá empezar por la gestión penitenciaria –y puede que legislativa– de la inminente sentencia. El presidente confía en que la candidatura-satélite de Errejón muerda escaños a Iglesias y obligue a éste a aflojar su posición de fuerza. Si aun así no le alcanza, tratará de que las élites empresariales y financieras presionen a Rivera y/o a Casado para que se avengan a facilitar su investidura bajo amenaza de colapso del sistema. Pero gobernar, lo que se dice gobernar, si es que eso le interesa, nunca ha pensado hacerlo de otra manera que con sus socios de moción –«la banda», ¿se acuerdan?–, y el incauto que albergue otra idea tendrá que responsabilizarse de las consecuencias.

El supuesto giro al centro no es más que una estrategia propagandística de ocupación de espacios mediante la impostura de un perfil moderado. La verdadera identidad ideológica de un partido o de un líder se aprecia en su modelo social, en su criterio tributario, en su planteamiento territorial –es decir, su relación con la soberanía nacional– y en su percepción sobre el papel del Estado. Y en ninguno de esos ámbitos se parece el plan sanchista al del PP o al de Ciudadanos: mala noticia para los zahoríes del Gran Pacto. Claro que la coaliciones las imponen los resultados, pero sobre la base de que cada parte ceda en algo. A tenor de la campaña presidencial, tan desdeñosa con sus posibles aliados, el consenso se antoja una aspiración ilusoria, un anhelo nostálgico que enfrenta el consejo de la experiencia con la tentación del autoengaño.