Carmen Martínez Castro-El Debate
  • Tanto destrozo no se puede explicar solo por razones ideológicas ni tampoco por la nefasta influencia de Rodríguez Zapatero

Es incomprensible que el gobierno español no haya felicitado a María Corina Machado por su merecidísimo Nobel de la Paz. Obama, Macron, Merz, el Parlamento Europeo, Ursula Von der Leyen y hasta los socialistas Antonio Costa y Antonio Guterres, han celebrado la decisión, pero en España se ha producido un espeso silencio oficial. Para una vez que el Nobel de la Paz acierta de pleno y además reconoce a una mujer que forma parte del mundo y de la cultura hispanos, el gobierno español decide mostrar su malestar poniéndose de perfil de forma ostensible e inexplicable.

Podrían haber disimulado y emitido una declaración de buenas palabras y pocos compromisos, el mundo de la diplomacia es pródigo en ese tipo de mensajes, pero ni siquiera han querido templar gaitas. Incluso podrían haber celebrado el Nobel de María Corina como un bofetón a las aspiraciones de Trump al mismo premio; eso es lo que tiene entusiasmada a la izquierda global, pero tampoco han tenido las luces suficientes para ello. Su posición política ha quedado meridianamente clara por mucho que nos avergüence: entre la tiranía de Maduro y la causa de la democracia en Venezuela, el gobierno de Pedro Sánchez está con Maduro, hasta el punto de no permitirse ni esa mísera felicitación de cortesía que les hubiera ahorrado este bochorno internacional.

Es difícil entender las razones de tanta torpeza. Sabíamos que este gobierno es mezquino y sectario, pero resulta inimaginable que vaya contra sus propios intereses y su reputación. Nadie que no sea el tabernero más famoso de Lavapiés o la ubicua Sara Santaolalla pueden objetar los méritos de María Corina Machado: ha ganado las elecciones a una dictadura feroz, sigue en Venezuela defendiendo esa victoria y la causa de la libertad. Y además nunca ha animado a otra cosa que no sea la reconciliación entre venezolanos. Despreciar esa trayectoria por puros prejuicios ideológicos es demasiado, incluso para Sánchez.

Hace unos años este mismo gobierno hubiera felicitado a María Corina, pero hoy no puede hacerlo y así certifica su degradación moral e intelectual. No es que Trump nos señale, con razón, como el socio desleal de la OTAN, es que el gobierno, a la hora de elegir una posición en política internacional, siempre escoge la peor; la más extemporánea y la más alejada del consenso entre los países democráticos. Estamos más cerca del Grupo de Puebla que de la Unión Europea y del Comité de los Premio Nobel. Duele decirlo, pero es la realidad.

Tanto destrozo no se puede explicar solo por razones ideológicas ni tampoco por la nefasta influencia de Rodríguez Zapatero. La mezquindad del gobierno ante este reconocimiento va más allá de cualquier sectarismo político y nos retrotrae de nuevo a la famosa noche de Delcy Rodríguez y José Luis Ábalos en Barajas. Con desembarco de maletas o sin él, ahí empezó el cambio de la política de Pedro Sánchez respecto a Venezuela; ahí empezaron las escalas del Falcon en República Dominicana, por ahí se fraguó el rescate de la aerolínea Plus Ultra, el pago de la deuda de Maduro con Air Europa y veremos si también la trama de hidrocarburos que investiga la justicia.

Existe algo peor que tener un gobierno torpe o sectario. Lo que realmente abochorna no es la sospecha de que la política exterior de España responde a una ideología equivocada sino al dinero de una cleptocracia como la de Venezuela. Pensar que una narcodictadura tercermundista haya podido comprar nuestra política exterior es mucho más bochornoso que escuchar las conversaciones prostibularias de Ábalos y Koldo.