JOSÉ MANUEL-GARCÍA MARGALLO

  • Sánchez ha decidido erigirse en el dique de contención contra la extrema derecha. Una mezcla de Garibaldi y Bolívar

Después de casi cinco años de gobierno, no es ningún secreto que Pedro Sánchez fía su supervivencia al alzamiento de un muro que separe España en dos bandos. Lo novedoso es que este enfrentamiento existencial entre lo que denomina «fachosfera» y «progreso» lo ha exportado al exterior, eligiendo como adversario a Javier Milei, presidente de la República Argentina. Sánchez ha decidido erigirse en el faro de la democracia y el progreso y el dique de contención contra la extrema derecha a uno y otro lado del Atlántico. Una mezcla entre Garibaldi y Bolívar.

No es un secreto que Milei reacciona con visceralidad contra cualquiera que cuestione sus concepciones políticas. Calificó de corrupto a Lula, el presidente de Brasil, y de asesino terrorista al colombiano Petro. Precisamente por eso Sánchez decidió provocarle. En su discurso de investidura, lo tacha de ultraderechista. En las elecciones apuesta públicamente por Sergio Massa, el candidato kirchnerista. Cuando Milei gana las elecciones, no tiene la deferencia de felicitarle ni envía a ninguno de sus ministros a la toma de posesión. Pero la chispa salta cuando Óscar Puente acusó a Milei de ingerir «sustancias», sin que desde Moncloa nadie reprobase tales manifestaciones. Aun así, cuando parecía que Buenos Aires zanjaba la polémica con solo una declaración contundente, la vicepresidenta Yolanda Diaz y la ministra de Ciencia, Diana Morant, acusan a Milei de «generar odio», ser un «negacionista de la ciencia» y aplicar un «modelo que atenta contra la democracia». Una estrategia de provocación en toda regla.

La reacción de Milei fue la esperada: acusó a Sánchez de ser el representante de un socialismo que traía miseria y, lo que es peor, en un añadido a su ya famoso discurso, llama «corrupta» a la esposa del presidente. Miel sobre hojuelas para Moncloa, que lanza al ministro de Asuntos Exteriores a una comparecencia institucional sin preguntas para acusar a Milei de atacar «a las instituciones, la democracia y a la soberanía de España». Lo cierto es que la mujer del presidente no es ninguna institución, lo es la Presidencia del Gobierno y, a fecha de hoy, ésta no es ganancial. Tampoco es Sánchez la encarnación de la democracia española ni de la soberanía nacional, que constitucionalmente reside en el pueblo español y no en su presidente. Moncloa reacciona exigiendo al presidente argentino disculpas públicas, a las que Milei se niega, puntualizando que no había sido ofensor, sino ofendido.

Ante su negativa, el incendio se propaga a enorme velocidad, por lo que el ministro Albares decide retirar a la embajadora de Buenos Aires, decisión que en nada lesiona los intereses argentinos y perjudica al medio millón de españoles que allí residen y a las empresas que operan en Argentina. Hasta el más lego en relaciones internacionales sabe que hay cosas que solo el peso político de un embajador resuelve. Ante tanta imprudencia, ojalá vuelva a cumplirse lo que dijo Tayllerand de que todo lo exagerado al final se convierte en insignificante.