Alianza Editorial ha reeditado La carta de Raúl Guerra Garrido (1935-2022), uno de los títulos mayores de este autor no siempre valorado conforme a sus méritos. La primera edición data de 1990, época cercana a los hechos narrados. Mi compromiso de participar dentro de poco en una presentación de la novela, adquirido con el ánimo tanto de contribuir a la difusión de una obra valiosa como por testimoniarle gratitud al maestro, me indujo a una reciente relectura. Y, como ocurre tantas veces cuando uno se enfrenta a un texto complejo, no hay página donde no afloren matices inadvertidos en visitas anteriores. La carta, claro está, es la que enviaba la organización a empresarios y comerciantes a fin de extorsionarlos. El narrador se abstiene de nombrar a la organización, pero es difícil ignorar de cuál se trata. Digna de elogio me parece la veracidad con que Guerra Garrido transmite la penosa experiencia del extorsionado. La novela, sin embargo, no va solo de eso. Ofrece un estudio pormenorizado del miedo en sus múltiples facetas, sin excluir las fisiológicas; del miedo como sufrimiento de la víctima, pero también como objetivo que el agresor persigue sirviéndose de un sistema dentro del cual el terrorista raso no era sino un eslabón más en una cadena de funcionamiento colectivo. De ahí que a algunos nos resulte insuficiente la definición de ETA como una organización armada que fue vencida. Más bien tendemos a creer que lo que llamamos ETA consistió en un departamento inserto en un dinamismo de acción más amplio, en el que participaba una muchedumbre de chivatos (el “honrado vecino confidente”, según Guerra Garrido), señaladores, enlaces, recaudadores y demás funcionarios del terror. Lo expresa bien Géraldine Schwarz en Los amnésicos. Ninguna iniciativa totalitaria prospera sin la complicidad de mucha gente. Clausurado el departamento, ahí siguen.