Extracto del libro “Nationalism and Modernism” de Anthony D. Smith publicado por la editorial Routledge de Londres en 1998
CAPÍTULO 6 INVENCIÓN E IMAGINACIÓN
Dos etapas del nacionalismo
En 1990, Hobsbawm amplió sus puntos de vista en su “Nations and Nationalism since 1780”. En esta obra ofrecía un análisis histórico del nacimiento de las naciones desde aproximadamente 1830 hasta el periodo de posguerra. Al igual que Gellner, Hobsbawm afirmaba que las naciones son consecuencia del nacionalismo, tanto conceptual como históricamente, pero continuaba afirmando que su principal característica y el objetivo básico del nacionalismo, al igual que su única exigencia para ser tratado seriamente, es su empuje para la construcción de una nación – Estado. El nacionalismo es un programa político; sin el objetivo de crear una nación – Estado, el nacionalismo carece de interés o no tiene consecuencias importantes.
“Las naciones solo existen en función de una forma particular de estado territorial o en la aspiración a formar uno – hablando de forma general, el estado de ciudadanos de la Revolución francesa – pero también en el contexto de un cierto nivel de desarrollo económico y tecnológico.” (Hobsbawm 1990: 9-10)
Para Hobsbawm las naciones son creadas por los nacionalistas. Más que un simple artefacto, lo que entra a formar parte de la formación de las naciones es la invención y la ingeniería social. Además, la lealtad nacional solo es uno de las lealtades, siempre cambiantes con las circunstancias.
Hobsbawm distingue dos tipos de nacionalismo y dos formas de análisis de las naciones y del nacionalismo. El primer tipo es el nacionalismo político de masas, cívico y democrático, cuyo modelo son el tipo de naciones que se crearon por la Revolución francesa; este tipo de nacionalismo floreció en Europa desde 1830-1870, sobre todo en Alemania, Italia y Hungría, y generó un “principio de umbral”, consistente en que solo aquellas naciones que fueran suficientemente grandes y pobladas como para soportar una gran economía de mercado capitalista estaban autorizadas para reclamar la auto-determinación como estados soberanos e independientes. A este tipo le siguió rápidamente un segundo tipo de nacionalismo etno – lingüistico en el que grupos más pequeños afirmaban su derecho a separarse de grandes imperios para crear sus propios estados en base a sus lazos étnicos o lingüisticos. Este tipo de nacionalismo prevaleció en Europa del Este desde 1870 – 1914, y resurgió en los años 1970 y 1980, después de las demostraciones de fuerza de los nacionalismos cívicos, políticos y anticoloniales en Asia y África.
Se pueden hacer dos tipos de análisis asociados a estos dos tipos de nacionalismos. El primero está centrado en ideas e instituciones oficiales y gubernamentales, es de arriba hacia abajo y su base son las elites. El otro se refiere a sentimientos y creencias populares por lo que llega a ser una visión de la comunidad desde abajo. Aunque Hobsbawm considera que las naciones se “construyen fundamentalmente desde arriba”, está de acuerdo en que también deben de ser analizadas desde abajo, en términos de las esperanzas, miedos, anhelos e intereses de la gente corriente. En este contexto Hobsbawm introduce el concepto de vínculos “protonacionales” para describir comunidades supra – locales, regionales, religiosas o étnicas, o bien vínculos políticos de grupos selectos relacionados a estados premodernos. Pero no ve a ninguno de ellos como el antecesor ni progenitor del nacionalismo moderno,
“porque no tenían ni tienen relación “necesaria” con la unidad de organización política territorial lo que representa un criterio crucial de lo que hoy entendemos como una “nación”. (ibidem, p. 47)
Hobsbawm contempla a la lengua como un producto en parte de la formación del estado y a las lenguas nacionales como estructuras semiartificiales, solo con consecuencias indirectas para el nacionalismo moderno. La etnicidad, bien en sentido de raza o cultura también carece de importancia para el nacionalismo moderno, excepto en los casos en que las diferencias físicas visibles constituyan un medio para definir “al otro”. Solo el recuerdo de haber pertenecido a algún tipo de comunidad política duradera tuvo el potencial para extenderse y generalizarse a la masa de habitantes de un país, como en Inglaterra o Francia, en Rusia o incluso en Serbia con sus recuerdos de un reino medieval preservado en canciones y narraciones heroicas y “ en la liturgia cotidiana de la Iglesia serbia que había canonizado a la mayoría de sus reyes”.
Para Hobsbawm, la fase crucial del nacionalismo llegó en el periodo 1870 – 1914, cuando el tipo político, cívico – democrático de masas, se transformó en un nacionalismo del tipo etno- lingüistico. Este nuevo tipo de nacionalismo difería de la anterior “fase maziniana del nacionalismo” en tres elementos:
En primer lugar se abandonó el “principio de umbral” que, como hemos visto, resultó ser tan crucial para el nacionalismo en la era liberal. Por lo tanto, cualquier cuerpo de población que se considerara a sí mismo como una nación afirmaba su derecho a la autodeterminación, lo que, en último término, significaba el derecho a exigir que su territorio se convirtiera en un Estado soberano e independiente. En segundo lugar, y como consecuencia de esta multiplicación de naciones “ahistóricas”, la etnicidad y la lengua se convirtieron en el criterio decisivo, central, y en ocasiones en el único criterio de la nacionalidad potencial. Aún así, hubo un tercer cambio, que afectó, no tanto a los movimientos nacionales vinculados al surgimiento del Estado – nación, sino más bien a los sentimientos nacionales generados en el seno de Estados – nación ya establecidos. Se dio un amplio vuelco hacia la derecha política en el ámbito de la nación y la bandera; para este tipo de movimiento fue para el que se inventara el término “nacionalismo” en las últimas décadas del sigloXIX. (ibidem, p 104)
El florecimiento del nacionalismo “etno – lingüístico” fue el resultado de la confluencia de un cierto número de factores: la “raza”, la lengua, y la nacionalidad; el surgimiento de nuevas clases y la resistencia de las clases antiguas a la modernidad; las migraciones sin precedentes que tuvieron lugar a finales del siglo XIX y principios del XX – todo ello en el contexto de la democratización de la política y de los nuevos y masivos poderes adquiridos por los Estados centralizados (ibidem, pp 109 – 110).
Para Hobsbawm, el nuevo nacionalismo lingüistico, centrado en lo vernáculo, fue, “entre otras cosas, la expresión de los intereses de las clases menos cultas”, especialmente cuando se convirtió en algo así como una segunda instrucción. Estas clases empezaban a mostrar interés por sus derechos políticos y se consideraban en peligro, creyendo que debían de luchar especialmente contra la “amenaza” representada por los extranjeros como los judíos. Este tipo de nacionalismo étnico, esencialmente una política del miedo, condujo a la creación de Estados étnicamente homogéneos y a la exclusión y, en último término, al exterminio de las minorías (ibidem, pp. 111, 121, 133).
La muerte del nacionalismo
Hobsbawm afirma que a finales del siglo XX hemos asistido a un resurgimiento por fisión celular de este tipo de nacionalismo “etno – lingüístico”. Sin negar el florecimiento drástico ni el impacto de las políticas étnicas o nacionalistas, Hobsbawm afirma que, “ya no constituye uno de los vectores determinantes del desarrollo histórico”. Estos nacionalismos “etno – lingüísticos” recientes son más bien los sucesores cuando no directamente los herederos de los movimientos pequeño – nacionales de la Europa del Este de finales del siglo XIX:
Los movimientos nacionalistas característicos de finales del siglo XX son esencialmente negativos, tienden a dividir. De ahí su insistencia en las diferencias “étnicas” y ligüísticas, juntas o por separado, mezcladas con la religión (ibidem, p. 164).
Aunque dicen actuar en nombre de un modelo de modernidad política, el Estado – nación, rechazan a la vez, las formas modernas de organización política, tanto nacional como supranacional.
Una y otra vez parecen ser meras reacciones generadas por la debilidad y el miedo, intentos de erigir barricadas para mantener a raya a las fuerzas del mundo moderno. En esto son más similares a los alemanes resentidos de Praga que se sentían entre la espada y la pared debido a la inmigración checa, mas que a los checos que avanzaban (ibidem, p. 164).
Las masivas transformaciones económicas que han tenido lugar a escala global, junto a importantes movimientos de población parecen haber desorientado y asustado a mucha gente:
Cuando vivimos en una sociedad urbanizada, nos encontramos con extraños: hombres y mujeres desarraigados que nos recuerdan lo frágiles que son nuestras raíces familiares y lo fácilmente que pueden secarse (ibidem, p. 167).
Pero Hobsbawm afirma que:
La llamada de la etnicidad o de la lengua no son, en absoluto, una guía para el futuro. Es simplemente una protesta contra el “statu quo” o, más exactamente contra los “otros” que amenazan a un grupo étnico definido (ibidem, p.168).
Porque el nacionalismo, a pesar de su vaguedad, excluye a todos los que no pertenecen a la nación; es hostil frente a las auténticas formas del pasado sobre cuyas ruinas se asienta. Es una reacción frente a “los arrolladores principios no nacionales que han presidido la formación estatal en la mayor parte del mundo en el siglo XX (ibidem, p. 173).
Lo crucial es que hoy el nacionalismo ha perdido sus funciones como creador de Estados y formador en el terreno económico. En el siglo XIX, el nacionalismo estaba en el meollo mismo del desarrollo histórico, moldeaba Estados y creaba “economías nacionales” territorialmente unidas. Pero la globalización y la división internacional del trabajo han renovado estas funciones, y las revoluciones habidas en los sistemas de comunicación de masas y la emigración internacional han minado el modelo de los Estados – nación territorialmente homogéneos. El nacionalismo es simplemente irrelevante para la mayoría de los desarrollos económicos y sociales contemporáneos, y los conflictos políticos básicos tienen poco que ver con los Estados – nación (ibidem, pp. 175 – 176).
Esto lleva a Hobsbawm a su siguiente conclusión. El nacionalismo es un “sustituto de los sueños perdidos”, una reacción ante el desencanto y la pérdida de mayores aspiraciones y esperanzas. A pesar de su aparente relevancia, hoy en día el nacionalismo:
…resulta históricamente poco importante. Ya no constituye un programa político global como lo fuera durante el siglo XIX y a principios del siglo XX. Como mucho es un factor que complica las cosas o un catalizador de otro tipo de desarrollos (ibidem, p. 181).
Las naciones – Estado, y las naciones retroceden, se resisten, se adaptan, son absorbidas o dislocadas por la nueva reestructuración supranacional del mundo. Las naciones y el nacionalismo estarán presentes en la historia pero de forma subordinada y desempeñando papeles secundarios (ibidem, p. 182).
Los programas que han hecho los historiadores de finales del siglo XX al analizar a las naciones y al nacionalismo “sugieren que, como ocurre a menudo, el fenómeno ha superado su cenit”.
Y recordando la invocación que hacía Kedourie de la lechuza de Minerva de Hegel, Hobsbawm concluye esperanzado:
Hegel decía que la lechuza de Minerva que traía la sabiduría, emprendía el vuelo al crepúsculo. Es una buena señal que actualmente vuele en círculos alrededor de las naciones y del nacionalismo (ibidem, p.183).