Luis Ventoso-ABC

  • No repara en que utilizar los medios del Estado a favor del PSOE es norma en el sanchismo

Fernando Grande-Marlaska, bilbaíno de 58 años, debe sufrir para conjugar la paradoja que marca ya su biografía. Y que en la misma vida ha sido un valioso juez, que se distinguió por una corajuda lucha contra ETA en su fase más mortífera, y el ministro del Interior encargado de diligenciar las gracias a los asesinos etarras que necesita Sánchez para granjearse el apoyo de Bildu y el PNV. No sé qué tal se dormirá Marlaska habiéndose jugado primero la vida frente a ETA y ahora formando parte de un Gobierno que pastelea encantado con Bildu, el partido post-etarra, que se niega a condenar la violencia y cuya portavoz en el Congreso acaba de aclarar que considerar «justos o injustos» aquellos salvajes asesinatos depende del criterio de cada cual. Marlaska ha tenido las tragaderas de aparcar sus principios de antaño en pro de su cargo de hogaño.

El ministro Marlaska no es el peor del Gobierno. Sería un hito inalcanzable en un gabinete donde se sientan Irene Montero, Castells y el vicepresidente más perezoso de Europa. Pero Marlaska cometió el pasado junio un error que en una democracia bien oxigenada te cuesta el puesto: mintió en sede parlamentaria. Negó expresamente en el Congreso que el coronel Pérez de los Cobos hubiese sido cesado en relación a su informe a la juez sobre el 8-M. Sin embargo, acto seguido la prensa destapó un documento «reservado» de la directora general de la Guardia Civil, que probaba que el relevo atendía a que el coronel «no informó» de sus diligencias ante la magistrada. Aquel papel dejaba al ministro con las vergüenzas al aire y su departamento llegó a dar hasta tres versiones (pocas, comparado con la catarata de rectificaciones de Ábalos en el Delcygate).

Con tales antecedentes, resulta conmovedor que ahora Marlaska haya salido a pedir perdón y confesar «un error importante»: utilizó la cuenta oficial del Ministerio del Interior para subir un jabonoso tuit en apoyo a la candidatura de Illa («su coraje y trabajo incansable frente al Covid y su talante sereno» lo convierten, según escribe el ministro, en el «idóneo para liderar el cambio que necesita Cataluña»). En efecto, resulta inaceptable utilizar los medios del Estado para un burdo partidismo electoralista, pues están al servicio de todos los españoles. Pero en la España de Sánchez eso es pecata minuta. Marlaska olvida que aquí ya vale todo. Puedes asaltar el CIS y poner a un curtido forofo del PSOE al frente y no pasa nada. Puedes plegar TVE a tu causa con un desparpajo jamás visto y no pasa nada. Puedes colocar a una ministra socialista de fiscal general y no pasa nada. Puedes enchufar a tu mejor amigo desde la presidencia inventándole un cargo ad hoc y no pasa nada. Puedes empapelar España en primavera con propaganda mendaz, pagada con nuestros impuestos, de «Saldremos más fuertes» y no pasa nada, aunque hoy nos acorrale la pandemia. Peca de naif Marlaska pidiendo perdón. Incluso se arriesga a una reconvención de Mi Persona. Someter lo público a lo partidista no es un error en el PSOE actual. Es un deber.