ETA no está constituida para negociar políticamente; si se le ofreciera todo el territorio que hoy reclaman, pediría el barrio de Vallecas, porque lo que quiere demostrar es su victoria. Quien piense en un nuevo estatuto como percha para una transición con los terroristas, sólo les dará el poder. Todavía la izquierda no es consciente de lo que supone una negociación con ETA: ha acabado y seguirá acabando en los cementerios.
El atentado en la terminal del aeropuerto de Madrid sólo tiene un culpable que es ETA. Si ETA no lo hubiera llevado a cabo no estaríamos lamentándonos en estos momentos. Lo ha hecho ETA porque es el terror su expresión y lógica para hacerse presente, para existir y doblegar al resto de los individuos y sus organizaciones colectivas, especialmente al Gobierno. Desde hace años sabemos que ETA es lo que hace. Ha sido ETA el único culpable, pero hay más responsables.
Cuando el Gobierno sin consenso parlamentario embarcó a toda la nación a bombo y platillo mediante la resolución parlamentaria del 17 de mayo de 2005 en el inicio de un proceso de diálogo con la banda terrorista en ausencia de violencia, probablemente no tenía la suficiente conciencia de en qué lodazal se estaba metiendo. Negociar con la forma más depurada del crimen organizado y sin el apoyo del principal partido de la oposición, grupo con el que hasta el día anterior tenía suscrito un pacto contra el terrorismo que estaba dando notables resultados y propiciando la colaboración internacional, era en todos los aspectos muy arriesgado, más bien temerario.
Probablemente no era muy conciente de los riesgos institucionales que iba a correr (deseo creer que no era muy conciente de esos riesgos), pues negociar con delincuentes no deja de ser en todo caso una actuación de naturaleza excepcional, que iba a hacer crugir al propio Estado y que sin duda alguna iba a levantar serio rechazo entre las familias de las víctimas provocadas por ETA, temerosas que la injusticia, por el trato excepcional dado a los terroristas, ensuciara aún más la memoria de los asesinados. Máxime, cuando, además, el mismo proceso daba unas características de legitimidad a los representantes del terrorismo, con una privilegiada presencia en la calle y en los medios de comunicación –en los que parecía que Otegi era el presidente-, inaguantable para alguien que haya tenido que padecer cualquier secuela de ETA por mínima que ésta haya sido.
Entre los políticos sólo los sectariamente, y por ello con una cierta enajenación, embarcados en la operación esperaban verla triunfar, de paso se llevaban detrás a un sinfín de buenas personas seducidas por el señuelo de la paz. Quizás también porque esperaran “matar” más de un pájaro de un tiro, es decir, echar a la alternativa de poder del espacio político. Parece, al final, que el que estaba “blandito” para negociar políticamente era el Gobierno, un Gobierno con señales de estar avergonzado de la Transición. Más “blandito” que la banda, a la que se resucitó gracias a la citada resolución parlamentaria de marras.
Ha resultado candoroso descubrir a viejos militantes de formación marxista entonando que el presidente algo “tenía que tener” para fomentar este proceso que el llamaba de paz y que ha acabado en pánico en el lugar más emblemático de España y con dos personas muertas por la tremenda explosión. Candoroso, cuando la experiencia nos decía que sólo cuando un grupo terrorista asume públicamente su derrota –y a eso se tenía que haber esperado, sólo un poco, tras el manifiesto de Pakito Garmendia y sus compañeros encarcelados, y no precipitarse por alcanzar laureles llamativos-, es cuando hay que negociar. Cuando sabíamos que el síntoma que confirma que quiere dejarlo es su única preocupación por sus presos y exiliados, olvidándose de planteamientos políticos, y en ese caso sólo se negocia el finiquito. Pero no, se ha tirado por la borda toda la experiencia anterior.
Ha resultado candoroso el cambio del materialismo dialéctico e histórico por la fe –y luego le tildan a uno de conservador- cuando sólo esta virtud la creíamos propia de los voluntarios requetés. Y por esta enajenación promovida hemos visto hundirse en la humillación a casi todos los que han perdido algún ser querido a excepción de los familiares de víctimas que están, que también los hay, sumidos en esa enajenación. La reacción de los humillados, como no podía ser de otra manera, ha sido dura, pero quizás no la que con el tiempo y de seguir por este camino se hubiera ido propiciando. Reacción que también hubiera podido servir para “matar” al otro pájaro de un solo tiro mandándoles hacia la extrema derecha. ETA ha vuelto a poner, lo cual es miserable, a cada cual en su sitio.
Vivíamos la ficción del alto el fuego especialmente por empeño gubernamental, porque desde el descomunal incendio del negocio del concejal del PP en Barañaín, ya desde entonces, el alto el fuego olía a chamusquina, como la denuncia o los silencios de los empresarios extorsionados, o los avisos, silenciados también para no provocar que el proceso saltase, de policías de aquí y allá que había que andarse con cuidado. Luego vinieron los eufemismos, “proyecto de zulo”, “incidente mortal”, “artefacto” por bomba, mentiras, como la que no existían pruebas de que ETA se estuviera rearmando, descubriendo que no sólo el nacionalismo en razón a sus intereses políticos sabe retorcer el lenguaje previo a retorcer la realidad.
Los de Batasuna lo decían, el proceso no tira porque no se entra en “soluciones políticas estructurales”, autodeterminación, Navarra, legalización, etc. Han ido avisando que no se les estaba concediendo todo, por lo que han ido llevando a cabo cada vez más graves actos violentos para demostrar que no estaban de acuerdo con las conclusiones del “proceso”, “proceso”que no sabemos por qué Zapatero lo ha llamado de paz cuando ha sido político (luego veremos que nunca estarán de acuerdo con ningún proceso). Y el Gobierno aguantaba entre las cuerdas sabiéndose prisionero por haber emprendido un proceso que otorgó a ETA inmediatamente la iniciativa, y que desde ese momento ésta puede utilizar para desalojarlo fácilmente del poder. Y como el Gobierno no reaccionaba ha ido ETA y ha dejado clara su posición de la manera que sabe, que conocemos, y por eso debiera haber sido esperado: un descomunal bombazo en el sitio más emblemático de Madrid, ciudad ya azotada por el 11M. Quizás se le fuera la mano colocando tanto explosivo por las ganas de explicarse.
Siempre consideré la posibilidad de que el presidente no tuviera algo más que su deseo para iniciar este proceso, pero lo que está claro es que el día anterior al atentado de Barajas no esperaba lo que pasó, pues la situación le dejó malparado, y el ministro del Interior, del que todos sospechamos es un convidado de piedra en este asunto de la Moncloa, cuando dijo que no se lo esperaba, pues considera que no es el comportamiento habitual de ETA romper una tregua sin avisar, estaba demostrado un cierto punto de vista admirativo hacia lo que debiera ser visto como una banda de foragidos políticos que actúan cuando pueden, y, sobre todo, cuando les ponen las condiciones para hacerlo con mayor repercusión. Tras las primeras declaraciones de Rubalcaba y Zapatero sobre el atentado mucha gente se sintió más desamparada que Gary Cooper en “Sólo Ante el Peligro”. Quizás no fueron rotundos porque acababan de descubrir que están contra las cuerdas, pendientes de la voluntad de los terroristas para convalidar su presencia o no en el Gobierno.
Quizás por esto el presidente no fue lo suficientemente tajante en su renuncia al diálogo con la banda terrorista -es evidente que carece de los recursos retóricos que utiliza cuando busca el convencimiento a favor de éste-. Falta de concisión que se ve aumentada con el énfasis en la continuación del proceso que ha puesto el Gobierno vasco, que espera de la negociación tajadas soberanistas en su saco, de la insistencia en el proceso de la propia ETA-Batasuna, que sabe que el mantenimiento de un proceso de negociación junto con el ejercicio de la violencia al único que abate es al Estado. Y preocupación que se ve rubricada cuando el PSE decide acompañar, aunque manifieste su crítica por las formas, al Lehendakari en su iniciativa de manifestación para seguir apoyando, a pesar de todo, el proceso de negociación con ETA. ¿Podemos creer en esta dinámica que existe ya un punto final del proceso? Probablemente no.
El retorcimiento del lenguaje y la aminoración de la gravedad de los actos de ETA ha sido un comportamiento propio del nacionalismo moderado respecto a ésta que ha ido demostrando a lo largo de los años una cierta empatía hacia ella y sus representantes –es una relación que podemos encontrar también entre islamistas moderados respecto a los radicales-. Este comportamiento lo creíamos propio de la comunidad nacionalista pero no en la progresía ni en la izquierda, que compartía con la derecha la defensa de la ley y del Estado de derecho. Pero esto se ha modificado recientemente.
Algún líder socialista en un acto de autocrítica se ha referido a que el error hubiera residido en una mala elección de los interlocutores. Este detalle, como la denuncia de la existencia de una escisión que hubiera animado el atentado, son cuestiones menores y siempre se hubieran tenido que prever cuando se negocia con ETA, porque forma parte sustancial de ETA. Pero el error fundamental no reside en este o aquel interlocutor, sino en proponer la interlocución con ETA, puesto que implica una cierta equiparación entre el Estado de derecho y una cuadrilla de violentos. El error reside en rebajar al Estado a la interlocución con la banda, y a erigirle a ésta como interlocutor, lo que supone un espaldarazo enorme: “muchachos valéis mucho”. Este ensalzamiento de ETA se produce llamándole al proceso “proceso de paz”, como si el Estado y ETA hubieran estado en guerra, otorgándole el estatus de combatientes. Pudiera suponer incluso una cierta admiración por parte de los promotores gubernamentales hacia la banda, puesto que les causa sorpresa cuando descubren que ETA no cumple su palabra –¡por qué va a cumplirla si están dialogando con unos facinerosos!-. Un síndrome, el del diálogo, nueva versión del de Estocolmo, que revela comportamientos en nuestras autoridades dignas de doncellas engañadas –lo que hubiera permitido a Sancho, gobernador de Barataria, exclamar que si le hubieran otorgado a ETA la décima desconfianza e inquina que les tienen al PP jamás hubieran sido engañados-.
El error está en la interlocución en sí. Síntomas de síndrome que se observa cuando desde sesudos comentaristas de la izquierda se contempla, tras una aparente autocrítica, que aunque sea imprescindible la acción policial contra ETA sería necesario posteriormente algún tipo de acuerdo político con los miles de seguidores de la izquierda abertzale. Haced desaparecer la violencia política, lo que toca hacer a los que manda con el ejercicio de la ley, que luego veremos que una sociedad donde la violencia ha dejado de atravesarla es muy distinta, incluso electoralmente, y no se ponga el factor del apoyo social como excusa para ir adelantando la negociación política sobre la acción policial. Porque es muy probable que tras la policía nada haya que negociar. Y quizás esto no lo deseen algunos no violentos.
Y la preocupación se ve aún incrementada por el hecho de que gran parte de nuestra izquierda no sabe que con un grupo terrorista, aunque lo deseemos, no se puede negociar porque son terroristas. Así de sencillo, porque su lógica es otra, su lógica es la de la violencia, centro y mito de su cosmogonía. Porque ni siquiera las reivindicaciones políticas por exageradas y estrambóticas que se concedieren le puede contentar, pues carece de límite.
Onaindia en una conferencia a universitarios en Segovia hace seis años les explicaba que ante la reivindicación por parte de ETA del derecho de autodeterminación no se dejaran engañar, pues “los de ETA estarán locos pero no son tontos”, puesto que saben que perderían un plebiscito en tan sentido, que lo que quieren verdaderamente es el poder total. Las reivindicaciones políticas son la excusa, el objetivo está en la detentación total del poder. Se pierde el tiempo, además de derribar desde el Estado al propio Estado, negociando políticamente con ETA. ETA no está constituida, pensada, para negociar políticamente, si se les ofreciera todo el territorio que hoy reclaman, y se les concediera por solucionar el problema, ETA pediría el barrio de Vallecas, porque lo que quiere demostrar es su victoria. El que vaya pensando en un nuevo estatuto como percha para que volvamos a converger todos en una transición con los terroristas no va conseguir un nuevo marco de convivencia, pero si le dará el poder a los terroristas. Me temo que todavía la izquierda no es consciente de lo que supone una negociación, al estilo de la que hemos visto, con ETA: ha acabado y seguirá acabando en los cementerios.
Ahora un poco de contundencia gubernamental no nos vendría mal. Al fin y al cabo pagamos nuestros impuestos, nos quitan puntos en el carné de conducir, y hemos dejado de fumar desde la famosa ley, hace de ello un año, sin que nadie nos haya convertido en interlocutores para hacer cumplir todo esto, y no vamos a caer en el despecho de crear un a partida armada para que así nos tenga en consideración el Gobierno. A éste le podemos exigir que actúe como tal, que piense en la sociedad y en el Estado y no sólo en mantenerse, asumiendo un poco de responsabilidad en este asunto aunque se juegue su permanencia debido al error de entregar a ETA la iniciativa política un aciago 17 de mayo de 2005.
Y al conjunto de los partidos advertirles, ante tanto trágico fracaso, que el que sepa demostrar a la ciudadanía que apuesta por el consenso político frente al terrorismo acabará ganado las elecciones. Esto lo digo porque además, al final y a la postre, ganar las elecciones es lo único que parece importar a las ejecutivas.
Eduardo Uriarte, BASTAYA.ORG, 9/1/2007