EL CORREO 05/04/15
JAVIER ZARZALEJOS
· El PSOE sabe que Andalucía marca los máximos de su rendimiento electoral a nivel nacional, pues siempre ha existido un diferencial negativo en su porcentaje de voto en el conjunto de España
Los resultados de las elecciones en Andalucía no son extrapolables. Sin embargo encajan bastante bien con las tendencias generales que vienen apuntando los sondeos de opinión. La digestión de estos mismos resultados tampoco parece alejarse mucho de la situación con la que habrán de enfrentarse los partidos, todos, después de las próximas elecciones autonómicas y locales.
Como todo es relativo, especialmente los resultados de unas elecciones, el Partido Socialista, o más bien Susana Díaz, ha venido disfrutando hasta ahora de una victoria que ha dejado muy atrás al PP y le ha permitido igualar el número de escaños obtenido por José Antonio Griñán en 2012. Pero el Partido Socialista sabe bien que Andalucía marca los máximos de su rendimiento electoral a nivel nacional, de modo que siempre ha existido un diferencial negativo para los socialistas en su porcentaje de voto en el conjunto de España respecto al que consiguen en la comunidad en la que siempre han gobernado.
Nada indica –al menos todavía– que el PSOE haya detenido su deterioro ni que se encuentre en condiciones de recuperar el espacio perdido en su izquierda con las opciones emergentes, que no solo representan Podemos sino otros grupos de izquierda en el ámbito autonómico que agravan ese fraccionamiento. La pugna que va a enfrentar a la izquierda el próximo mes de mayo va a ser políticamente cruenta. Si se hace el repaso del estado de los socialistas comunidad por comunidad, o capital a capital, parece que la euforia inducida por la victoria de Susana Díaz no está justificada. La presidenta en funciones de la Junta tiene por delante una negociación con márgenes muy estrechos y una gestión de gobierno que tendrá que llevar a cabo con un desgaste mucho mayor del que podía esperar si cuando convocó elecciones realmente creía que se iba a asegurar un gobierno más estable que el de la coalición con Izquierda Unida.
Precisamente, ya las primeras tomas de contacto para asegurar la investidura de Díaz están poniendo de manifiesto la dificultad de los populistas de Podemos para pasar de la poesía de cantautor de los 70 a la prosa de la política real. Como advertía Ortega, la realidad no puede ser ignorada indefinidamente sin escapar a su venganza. En tal sentido, las elecciones andaluzas han servido para dos cosas relevantes sobre Podemos. La primera es que ya tiene que empezar a hablar en prosa y ya se sabe que en la traducción siempre se pierde algo o tal vez mucho. La segunda es que las futuras previsiones electorales habrán de depurar el sesgo declarativo de tanto encuestado que afirma tener decidido votar al grupo de Pablo Iglesias solo porque es la opción de moda entre la izquierda. Pero de ahí a sostener que el resultado de Podemos es malo hay un trecho excesivo. Lo ocurrido es que este partido tiene que ajustar sus expectativas en los porcentajes de voto en ese entorno del 14% o 15 %, que es lo que da de sí en las actuales condiciones de nuestro país una propuesta de izquierda radical y populista impulsada por la indignación como nueva categoría política. Es verdad que su representación no supera a la que en tiempos consiguió Izquierda Unida. Lo que ocurre es que esa cuota puede ser ahora mucho más determinante que cuando IU conseguía 20 escaños en el Parlamento andaluz pero el PSOE gobernaba con mayoría absoluta. Podemos tiene un riesgo cierto de morir de un éxito que sea incapaz de digerir. Es más, parece probable que así ocurra; pero no ahora.
Sobre el Partido Popular ha sido el ministro García Margallo el que ha sentenciado su resultado en Andalucía como «infinitamente peor de lo esperado». Después de afirmar esto, parece difícil entrar en otros matices. Pero lo ocurrido en Andalucía sí merecería que el PP fuera más allá de constatar su decepción, agravada por unas expectativas que, a juzgar por la declaración de Margallo, es posible que no fueran demasiado realistas.
Al PP le ocurre lo mismo que al PSOE pero al revés. La trayectoria de su voto en el conjunto de España es paralela a la del voto en Andalucía, pero con un diferencial positivo para el PP en el voto nacional.
Andalucía no es una condena para el PP pero sí un aviso y así está siendo interpretado en la digestión difícil y retardada de esos resultados. El aviso es triple. Primero, porque la aparición de Ciudadanos fracciona el espacio político del centro-derecha, cuya integridad dentro del PP ha sido un presupuesto estratégico indiscutible para un partido que desde su refundación en 1989-90 venía agrupando a todo lo que se situaba ‘a la derecha de la izquierda’. En segundo término, porque se percibe la insuficiencia del discurso de la recuperación económica, al menos en un estadio en que esta todavía no se ha asentado hasta el punto de propiciar el cambio en climas de opinión críticos muy arraigados. Y, finalmente, la estrategia que ha venido acentuando los perfiles más gestores y menos ideológicos del PP no parece que haya generado una percepción más centrista del partido.
Y, sin embargo, no tendría sentido que el Partido Popular renunciara a seguir agrupando a todo el espacio de centro-derecha, ni que ocultara una capacidad gestora que se evidencia en los logros frente a una crisis económica y social devastadora, ni desde luego que abandonara posiciones de moderación de un centro-derecha perfectamente homologable con cualquiera de su parientes europeos, diga lo que diga Pedro Sánchez. Lo que falta, no lo que sobra, es lo que el PP debe plantearse en ese propósito de corregir lo necesario que ha expresado Mariano Rajoy.