El Correo-J. M. RUIZ SOROA
Después del tironeo secesionista catalán, el ‘dragón dormido’ del nacionalismo español tenía que despertar. Es tan normal como los periféricos: si unos piden la secesión otros exigen la centralización
La ciencia política no trabaja con un concepto esencialista de lo que es la izquierda o la derecha políticas, sino con un concepto puramente contextual y relacional. Es decir, con una escala en la que un extremo (0) representa la derecha y el otro (10) la izquierda, sean eso lo que sean, y se pide a cada cual que coloque a los partidos políticos realmente existentes en su contexto en un lugar de esa escala. Trabajando así, aquí y ahora, poca duda cabe de que Vox sería mayoritariamente situado cerca del 0, es decir, en la extrema derecha.
Ahora bien, es claro que esta clasificación no nos dice cuán de derechas o de izquierdas es un partido por su propia naturaleza y doctrina, sino sólo en relación con otros. Si en España existiera una formación política que propusiera la implantación por la violencia de un régimen de partido único con prohibición de la libertad de expresión y de los derechos de participación y llevara a cabo el encarcelamiento de los disidentes (como los partidos únicos de China o Cuba, por ejemplo), ocuparía de inmediato el lugar 0 y Vox se nos iría al 5. Lo cual nos está diciendo que la clasificación relacional nos dice poco sobre la naturaleza substancial de la propuesta política de un partido.
Atendiendo a su programa y práctica política (por lo menos, hasta ahora), Vox no se parece demasiado a un partido de la extrema derecha más típica de nuestro pasado europeo. Acepta el régimen democrático liberal en su conjunto, se atiene a los procedimientos legales para los cambios que reclama y no propugna ni alienta la violencia como método de expresión política válido. Sí puede ser definido como populista de la rama conservadora de inspiración católica, pues adopta posiciones radicalmente conservadoras en asuntos como el feminismo, la eutanasia, el aborto o el divorcio; y lo hace con simplismo y demagogia, dividiendo el mundo entre buenos y malos.
Adopta un discurso aparentemente muy firme en cuanto a la emigración aunque en el fondo no propone medidas que choquen con las existentes hoy en España (en donde hay unos muros o vallas para impedir entrar a los inmigrantes y se ordena por ley la expulsión de los ilegales, aunque parezca lo contrario). Y, sobre todo, hace de la unidad de la nación su eje argumentativo y crítico con la política realmente existente, algo que resultaba inevitable que sucediera después del tironeo secesionista catalán: el ‘dragón dormido’ del nacionalismo español tenía que despertar, entre otras cosas porque es tan normal como los periféricos, y si unos pueden pedir la secesión otros pueden reclamar la centralización. Es al final un derechismo temático o selectivo, centrado sólo en unos pocos asuntos muy llamativos para la opinión pública, pero de relevancia relativa en una escala completa de los derechos humanos.
Las propuestas de Vox son relativamente preocupantes, pero pueden ser eficazmente combatidas en la opinión pública si se utilizan los medios discursivos propios de una sociedad abierta. En cambio, en mi opinión, la reacción de la izquierda de demonizarlo, tildarlo de fascismo violento («son los que fusilaron a Lorca»), hacer llamadas alocadas al «no pasarán», proponer «cordones sanitarios» y vetos, salir a la calle encapuchados a quemar contenedores, no sirve sino para darles razones adicionales. ¿Habrá que recordar que las opiniones que no nos gustan tienen tanto derecho a ser expresadas como las nuestras? ¿Y que al populismo de derecha no se le combate con un populismo de izquierdas? ¿Habrá que llamar la atención sobre el hecho evidente de que quienes desde hace años recurren sistemáticamente a la intimidación e imposición violenta son los jóvenes de izquierda en Cataluña o en el País Vasco cuando rompen la cara al que se sale del rebaño o le boicotean su derecho a expresarse?
Este juego de populismos invertidos, y eso sí que es preocupante, no es sino un síntoma manifiesto de que los modos y formas de la comunicación política que se imponen por mor de la técnica (por su inmediatez, facilidad, propensión al sectarismo, emocionalismo acusado, fuerte expresivismo y escaso contenido cognitivo, etc) están degradando la percepción de la política a niveles de baja calidad y pésimo rendimiento. Sí, los políticos y las instituciones han puesto de su parte todo lo peor, pero, seamos sinceros, un público que se ha engolfado gracias a internet en los placeres de la expresión egotista del propio sentir y ha renunciado a la reflexión lenta es lo que está poniendo en peligro la durabilidad de los sistemas democráticos que hasta ahora hemos tenido.
Cientos o miles de jóvenes andaluces salían enfurecidos estos días a las calles a protestar por unas elecciones. Inquietante. Decían que llegan los franquistas, que no pasarán los asesinos de Lorca. Se sentían realmente en 1936. Pero lo preocupante no es que lo dijeran y que unos políticos populistas les animaran. Lo preocupante es que de verdad lo creían, que eran sinceros, que se sentían allí. Lo que la gente cree que es la realidad forma parte de la realidad.
Los canales y formas de comunicación política que se están imponiendo por mor de la técnica hacen que mucha gente pueda construir la realidad de manera totalmente distorsionada y reaccione en consecuencia ante lo que siente como escándalo intolerable. Eso es el equivalente funcional hoy en día de las extremas derechas y extremas izquierdas de antes, del fascismo y del comunismo. Y lo peor es que no sabemos qué hacer ante ello.