Juan Carlos Girauta-ABC

  • Una formación de extrema derecha ataca los fundamentos de la democracia liberal sin miramientos. Vox acepta las reglas de juego de la democracia liberal, insta a aplicar la Constitución y pretende reformarla de acuerdo con el Título X de la misma. Los únicos que la están desvirtuando sistemáticamente, son las fuerzas del sanchismo

EL pensamiento dicotómico o binario es una disonancia cognitiva que se puede tratar con la terapia adecuada. El problema es que no hay psicólogos suficientes. Tendrían que organizar sus sesiones ocupando todos los grandes estadios de fútbol del país, varias veces al día, durante años. Y no creo que la terapia cognitiva conductual, que es la que resuelve estas cosas, funcione con más de un paciente. Quizá un amable lector psicólogo o psiquiatra nos lo pueda aclarar vía carta al director. Por otra parte, ¿quién iba a pagar tanto tratamiento? No ciertamente la masa aquejada por la distorsión, que ni siquiera lo sabe. Menos aún el Estado, puesto que los políticos explotan en general el pensamiento dicotómico, la visión del

mundo en blanco y negro. Es muy útil en la fabricación de enemigos. Cuando el sabio Antonio Escohotado dijo en un programa de La Sexta (especializado en fomentar el sesgo que nos ocupa) que la extrema derecha era un invento de la extrema izquierda, dio en el clavo. Como siempre. Se refería, por supuesto, al aquí y al ahora, a la España de hoy. Quería decir que lo de Vox como partido de extrema derecha era una invención de Podemos, los reyes del mundo binario. Antes, la extrema derecha era el PP. En Cataluña, Ciutadans.

La estigmatización de Vox la han comprado casi todos los medios, la entera izquierda política, gran parte del PP, más los separatistas catalanes, depositarios por cierto de bastantes rasgos definitorios del fascismo. A saber: supremacismo, xenofobia, hostigamiento a segmentos de población (incluyendo niños), apelación a una nación histórica que incluiría territorios de otras comunidades y de otros Estados, una idea de nación que llega allá donde haya hablantes de su ‘lengua propia’, gusto por los concentraciones multitudinarias uniformadas (sí, aquellas camisetas amarillas uniformaban), discriminación de los hablantes de otra lengua (que resulta ser mayoritaria en Cataluña), invocación de una “legitimidad” que pasaría por encima de las leyes de nuestro Estado democrático de derecho, creación de instituciones paralelas para suplantar a las oficiales y democráticas (Assamblea Nacional de Catalunya, Assamblea de Càrrecs Electes, Associació de Municipis per la Independència, la estrambótica Casa de la República de Puigdemont, etc.). Sin olvidar unas políticas implacables y sostenidas en el tiempo tendentes a establecer la uniformidad ideológica en la Administración, entes y empresas públicas, consejos de administración de los bancos, tribunales de oposiciones, patronales, sindicatos, colegios profesionales. Y, por fin, golpe de Estado.

A eso se le podría llamar extrema derecha. Pero, ¿existe un partido nacional de tal índole? ¿Vox? Veamos. Un partido tal, en la oposición o en el gobierno, practica la violencia. Hasta ahora, las concentraciones y actos públicos de Vox han sido pacíficos. La violencia la han sufrido ellos cuando los asistentes eran agredidos por grupos dedicados a reventar actos, los llamados ‘antifascistas’. Dada la simpleza de los afectados por el pensamiento dicotómico, entendemos, con cierta compasión, que su visión de la realidad no dé para más. Lo que no tiene un pase es que todos los medios de comunicación hayan adoptado su terminología y sigan catalogando como ‘antifascistas’ a los agresores y como ‘extrema derecha’ a los agredidos. ¿Realmente se ignora en las redacciones la historia del comunismo y la de su propaganda? ¿Nadie ahí sabe que el comunismo viene llamando fascistas desde hace un siglo a todos sus adversarios políticos, desde los fascistas de verdad hasta los comunistas disidentes de la línea oficial del partido?

Una formación de extrema derecha ataca los fundamentos de la democracia liberal sin miramientos. Vox acepta las reglas de juego de la democracia liberal, insta a aplicar la Constitución y pretende reformarla de acuerdo con el Título X de la misma. Pero es que casi todos los partidos del arco parlamentario desean una reforma constitucional. Y, hasta ahora, los únicos que la han derogado en su territorio, al margen de los cauces previstos, han sido los separatistas catalanes. Y los únicos que la están desvirtuando sistemáticamente, lo que significa dejarla inoperativa sin tocarla, son las fuerzas del sanchismo a través de recursos como el uso alternativo del Derecho, la coacción personal organizada contra los jueces que investigan o condenan a políticos de su cuerda, el abuso de las medidas de excepción o el reconocimiento explícito de que pretenden burlar sentencias del Tribunal Constitucional, como la del Estatut.

La normalización de los golpistas, y aun de los exterroristas (si se puede aplicar el prefijo a quien ha matado y secuestrado) se la han tragado enterita, sin sonrojo, las élites culturales. También el ‘establishment’ español, que es uno de los más desatinados y cobardes de Europa, el más dependiente de las morteradas opacas de un Gobierno alérgico a la transparencia y, desde hace una temporada, el más obscenamente adscrito al ‘virtue signalling’ o alardeo moral. No hay consigna posmoprogre que no incorporen a su publicidad y a sus posicionamientos personales. Del catastrofismo climático a la multiplicación de géneros como constructos culturales. Pasando por la hilarante victimización identitaria de una multimillonaria por compartir sexo (y género) con la mitad de la población. Si las doctrinas y las prácticas incompatibles con la democracia liberal han sido bienvenidas, no es de extrañar que, pensamiento dicotómico mediante, señalen como gran peligro a un partido que aspira a cambiar las leyes desde las leyes.