Olatz Barriuso-El Correo
- Vox podrá considerarse el vencedor moral de estos comicios, con sobrados motivos
Las elecciones de anoche en Extremadura se han escrutado con precisión de laboratorio desde el mismo día en que María Guardiola disolvió la Asamblea anticipadamente por dos razones. En primer lugar, por ser las primeras de un largo ciclo electoral llamado a dirimir hasta qué punto Pedro Sánchez se ha convertido en un activo tóxico para el PSOE y hasta qué punto Alberto Núñez Feijóo está sometido por el dogal de Vox. Pero también por tener lugar en una tierra socialista hasta la médula desde los albores de la democracia. Hay un dato del último CIS que ya resultaba elocuente antes siquiera de que ayer se recontaran las papeletas: un 40% de los extremeños se declaraba de derechas frente a un 35% que se confesaba de izquierdas, cuando sólo dos años antes, en la misma encuesta de abril de 2023, los ‘zurdos’ ganaban a los ‘diestros’ por 38 a 37.
Al margen del voto a unas siglas concretas, la primera y trascendental conclusión que corroboran las urnas en Extremadura es el giro a la derecha que se avecina en la sociedad española. En el caso extremeño, las fuerzas de derecha, PP y Vox, sumaron ayer 40 de los 65 escaños de la Asamblea frente a los 33 que obtuvieron en 2023. Por supuesto, el análisis resultaría manifiestamente incompleto sin precisar que la gran fuerza tractora de esa derechización acelerada no es el PP moderado, eminentemente gestor y apegado a la tierra que ha vendido Guardiola, que ha querido deliberadamente regionalizar la campaña y prescindir de Feijóo con la convicción, acertada, de que la debacle socialista podía darse por descontada. Aunque resulte tópico subrayarlo, quien se considerará, desde ayer, vencendor moral de este primer ‘round’ electoral al que seguirán Aragón, Castilla y León y Andalucía es Vox.
Y lo hará con sobrados motivos, más allá de haber doblado al alza su representación. Para empezar, la constatación de que el PP sigue sin poder desembarazarse de la sombra pegajosa y paralizante de una fuerza a su derecha que le impide no ya cosechar mayorías absolutas (con la salvedad de Isabel Díaz Ayuso y veremos si de un Juanma Moreno que clama por la moderación de la sigla) sino asentar un proyecto con personalidad propia sin mirar constantemente por el retrovisor ni doblegarse a las condiciones cada vez más draconianas de los voxistas. ¿De verdad aunque haya logrado más escaños que toda la izquierda estará Guardiola en condiciones de resistir la presión de Vox y esperar que se abstenga so pena de forzar la repetición electoral?
También podrá congratularse Vox de ser segunda fuerza en núcleos urbanos como Badajoz o Almendralejo, por encima del PSOE, y empezar así a remedar el espejo en el que se mira, el de países europeos como Alemania o Portugal en el que la debacle socialista les ha relegado a la tercera posición por detrás de fuerzas populistas de extrema derecha como la AfD o Chega. Y, cómo no, podrá dar por bueno el hiperliderazgo de Santiago Abascal, al que como bromeaban en su partido solo le faltó empadronarse en la dehesa. La sobreexposición ecuestre del líder se ha demostrado eficaz y suficiente para neutralizar el desvío de fondos de Revuelta o las acusaciones de acoso a menores que pesaban sobre el responsable de redes. A Vox le resbalan los escándalos o el desconocimiento ciudadano de sus candidatos (¿alguien sabe quién es Óscar Fernández?) porque quien les vota lo hace contra el sistema y no a favor de nadie. Seguramente ese hastío ha provocado también el significativo repunte de la abstención.
El PP sigue teniendo problemas, sí, porque el discreto avance, un escaño, de su candidata es insuficiente para insuflar moral a la tropa pese al descalabro histórico del PSOE. Eso sí, haría mal Sánchez en pensar que al arrojar a Gallardo a los leones para poder seguir enarbolando la tesis del ‘lawfare’ contra él y su familia ha conjurado el peligro. O en presumir que el avance de la extrema derecha le permitirá seguir resistir como si nada pese al manifiesto desmoronamiento de su liderazgo y de su autoridad moral. Porque la derechización corroborada ayer trae causa directa de ignorar de manera supina la falta de mayorías para sostener un Gobierno que haga algo parecido a gobernar. Y Sánchez, en lugar de apuntalar su famoso muro de contención de la ultraderecha, puede estar fabricando su definitivo despegue. Como decía el sociólogo del CSIC Luis Miller en este periódico, sin techo conocido. Por ahora.