Gregoeio Morán-Vozpópuli

Cuando se legisla contra las ‘fake news’ uno no deja de tener la impresión de que el objetivo se reduce a conseguir el monopolio de las mentiras

Es difícil luchar contra los fabricantes de bulos, porque los principales creadores de noticias falsas son los gobiernos. El principio según el cual el primer deber de los gobernantes consiste en mentir a la gente para hacer valer su propia obra, o para cubrir sus errores, es un hábito tan extendido que habría quien definiría la difícil tarea de mandar como el arte de encadenar mentiras. Cuando se legisla contra las fake news uno no deja de tener la impresión de que el objetivo se reduce a conseguir el monopolio de las mentiras. El lema es asegurarse que todo gobierno está autorizado a desgranar cuantas falsedades necesite para ocultar su incompetencia.

Todas las guerras se inician con una sarta de mentiras, hasta tal punto que alguien llegó a decir que la primera víctima de la guerra era la verdad. No es extraño por eso que la batalla frente al coronavirus esté preñada de mentiras. Las hay para escoger. El Gobierno ofrece un surtido amplio, porque donde reina la incompetencia no hay recurso más manido que el de sacar la artillería de las medias verdades, de las justificaciones infantiles o de las falsedades puras y simples. Desde el primer día se han visto cogidos en la improvisación; no se había previsto nada y ahora todo es correr y achacarlo a los elementos.

Como no hay mascarillas, se compran a quien las ofrece y resulta una estafa. Como faltan batas adecuadas, se echa mano de la inventiva popular y se ponen harapos plásticos que cubran las vergüenzas del ridículo, por lo demás mortal. Nuestros sanitarios parecen cumplir el papel de soldados en combate; forman parte de ese ejército que suple con determinación la frivolidad de los mandos. Si nadie había previsto la pandemia ni la envergadura del envite… ¿a qué carajo dedicaban su tiempo y nuestros dineros? No puede haber piedad para quien envía a los soldados al matadero y se justifica alegando la perversidad del enemigo.

El mundo se ha vuelto del revés y nosotros, dale que dale, nos conformamos con no cantarnos las verdades, como si fueran a desaparecer de tanto despreciarlas

Hay lemas y pancartas que deberían grabarse a fuego en el culo de los manifestantes. ¡Mata más el machismo y el capitalismo que el coronavirus! Eso se gritó en la manifestación del 8 de marzo cuando todo había empezado y aún bastaba ir sola y borracha para llegar a casa y que te protegiera el Estado. Ahora ya no te protege nadie y la revuelta de género y caso no consiente ni siquiera usar los modos que tuvieron vigencia hasta ese sábado gritón e irresponsable. Ya nadie habla de afectados y afectadas, de enfermos y enfermas, de muertos y muertas. La mortandad es inclusiva, como las morgues, y la estupidez lleva el virus incorporado, no hace falta que alguien le busque el lado irresponsable. Ahora los fabricantes de bulos se han encerrado con sus juguetes y reina la muerte.

El mundo se ha vuelto del revés y nosotros, dale que dale, nos conformamos con no cantarnos las verdades, como si fueran a desaparecer de tanto despreciarlas. O sea que los chinos y los cubanos se ofrecen en Italia para arriesgarse frente al coronavirus. No por eso dejarán de ser países gobernados bajo la forma de dictadura, pero no deja de ser inquietante que los denominados países democráticos no sólo se atengan al silencio sino a la insolidaridad de defender su territorio, sus finanzas y su domicilio, cual si se tratara de una fortaleza asediada por un enemigo al que hay que desdeñar. ¿A qué viene este temor defensivo si al fin y al cabo nos vamos a ir todos al carajo con la economía hecha unos zorros? Una cosa es protegerse y otra contemplar cómo se hunde el vecino.

Ese aparente mundo al revés, donde los supuestos países democráticos se convierten en dictaduras y las dictaduras en estados solidarios, amenaza muchas cosas y nos prepara para un futuro donde nada será como hasta ahora. Cuando vemos a Donald Trump, un reaccionario sin paliativos, coincidir con el mexicano López Obrador, el supuesto luchador por la libertad de los pueblos, AMLO, el demagogo deslenguado, es que estamos ante eso que los pedantes denominan ruptura del paradigma. Pero no porque sean lo que parecen, incluso casi iguales, sino porque la izquierda se enseñorea de la zafiedad reaccionaria de Trump, pero no osa aplicar la misma medida para ese ensoberbecido heredero del PRI. En definitiva, nuestros metros de medir se han quedado obsoletos y ya no sirven para calcular ni una mierda.

Pronto empezarán a exhibirse los creadores de grandes bulos sobre el coronavirus. De momento están en el período de incubación y si llaman la atención por algo es por su simpleza

Lo primero que hizo Stalin cuando el Estado soviético se vino abajo tras la invasión alemana fue restaurar el concepto de patria –la contraofensiva frente al enemigo pasó a denominarse Gran Guerra Patria-. Lo segundo fue abrir las iglesias y restaurar el culto ortodoxo. Ahora a los recursos Dios y Patria se les suele denominar de otra manera, para eso están los bulos. Apenas han empezado, pero ya asoman bajo diferentes formas. Hace bien poco aún nos escandalizaban los terraplanistas, aquellos que se negaban a considerar que la tierra era redonda y que juzgaban como una verdad de fe la idea de que era plana. En los Estados Unidos se cuentan a millares y tienen sus medios de desinformación, sus círculos y sus profetas.

Pronto empezarán a exhibirse los creadores de grandes bulos sobre el coronavirus. De momento están en el período de incubación y si llaman la atención por algo es por su simpleza. No pasan de majaderos sin títulos académicos, pero los bulos cuando necesitan crecer para tapar el agujero del miedo que se abre insoldable ante nosotros, se van sofisticando. Incluso adquieren intereses de Estado. Porque hay bulos de menor cuantía, lanzados por descerebrados y para descerebrados; son los que tienen vida efímera y se acaban convirtiendo en chistes de mal gusto. Pero existen también los bulos de Estado, los de gran volumen, los que han seguido un proceso de gestación denso y que tienen finalidades de altos vuelos, empezando por la de justificar la incompetencia de los Poderes.

En el fondo, el fabricante de bulos, si es de menor cuantía, se cree sus falacias e incluso se convence de haber descubierto la piedra filosofal. El mentiroso de Estado trabaja mucho más libre porque no se cree nada, salvo el modo de engañar a los conciudadanos incautos. ¿Se acuerdan de Saddam y sus armas de destrucción masiva que nunca existieron? Es difícil mantener la cabeza fría y separar lo que es un bulo de lo que aparece incontenible, como una catástrofe. Nosotros sufrimos las catástrofes; ellos se justifican con los bulos.