EL MUNDO – 27/09/15 – ARCADI ESPADA
· Mi liberada: Este viernes me anunciaste que habías decidido votar a una de las candidaturas que propugnan la suspensión de la autonomía catalana por la vía paradójica de la secesión. No fue ninguna sorpresa, como comprenderás. Hace ya años que decidiste convertir tu vida en una ficción y este es un capítulo más, aunque sea el más colorista. Pero aparte de la ficción estratégica que da aire a tus días está también la realidad de las cosas: siempre fuiste una pequeña xenófoba que miraba a los españoles por encima del hombro, con ese lacerante complejo de inferioridad que exhiben los que se creen superiores. Durante años lo mantuviste bajo control relativo.
Entre los españoles a los que mirabas por encima estaban los vascos que desplegaban su xenofobia en 9 corto: nunca has sido violenta, más que nada por las incomodidades. Pero en cuanto este proceso, que acabará en procesamiento, te abrió la posibilidad de practicar la xenofobia sonriente, simpática, la xenofobia incluso familiar (esas parejas con sus hijitos en mochila que acuden a desfilar cada septiembre, encuadradas), fue como si un tapón largo tiempo presionante cediese.
Vuestra historia, la que os habéis contado de vosotros mismos a vosotros mismos, ha sufrido siempre de esta contradicción central: cómo una gente tan guapa, culta, pacífica, moderna y europea podía padecer del feo, analfabeto, violento, anacrónico y salvaje mal xenófobo. Habéis dedicado mucho tiempo y esfuerzo a disimular. La historia del catalanismo político debe explicarse también como el intento de enmascarar con nobles sentimientos los despreciables sentimientos xenófobos. Durante décadas el catalanismo espolvoreó azúcar para borrar el rastro amargo del original. Y no solo azúcar. Si muchos, muchos, catalanistas se alistaron en la guerra civil al lado de Franco, y no solo eso, sino que también financiaron su guerra, fue para que Franco los protegiera de los pútridos murcianos anarquistas (para resumir) que amenazaban su hogar étnico. Lo quieras o no, mi liberada, y bien sé hasta qué punto esto te duele, la rebelión del general Franco es un capítulo de la historia del catalanismo político y en modo alguno su contradicción. El que luego os hicierais víctimas de la dictadura solo revela la brutal torpeza política del franquismo y la densidad de vuestra doblez.
Sin embargo, habéis acabado teniendo éxito. Yo siempre me rindo ante los hechos. Millones de españoles, y miles de españoles influyentes, siguen comportándose como si fuerais sus acreedores. En ejercicios de un inusitado patetismo intelectual se estrujan los cerebros para buscaros soluciones, para ilusionaros, para que os sintáis cómodos. Os dicen, incluso, que os quieren, y lo que es peor, a vuestra manera empalagosa. Mientras celebran lo que no sois, nadie os reprocha lo que sois. Es un éxito completo: de nada sirve engañarse a uno mismo si no se consigue engañar a los demás. Tú me dirás que solo se trata del estertor final de la mala conciencia del nacionalismo español. O sea, mentirás con tu impasibilidad habitual. El reflejo moderno del nacionalismo español es la Constitución de 1978. Tú la votaste, como el 90% de tus paisanos, creyendo que era la solución a tu mal, aunque ahora hayas visto que la enfermedad es profunda e incurable.
Pero también puedo hablarte del nacionalismo español fuera de tiempo. Me atrevo incluso con el de su versión violadora, el Giménez Caballero del Amor a Cataluña, la crónica de la Gran Gozada. Ni siquiera en la más excéntrica y literaria de sus versiones hay un nacionalismo español que haya practicado la xenofobia, ni con vosotros ni con nadie. Es pintoresco un nacionalismo que tenga ese rasgo inclusivo. Un nacionalismo que jamás ha querido echar a nadie. ¡Qué extraño nacionalismo!, convendrás. A diferencia de ti yo no sé lo que es una nación. Y de lo que sea España solo puedo dar fe de un rasgo: esa amotinada voluntad de vivir juntos los distintos. Por lo tanto tus simetrías nacionalistas no funcionan ni han funcionado nunca. Si tu nacionalismo es la respuesta a un nacionalismo español previo será la respuesta del que le ofrecen vivir juntos y dice que no.
Y espero, llegados aquí, que tengas la decencia de no invocar tu famosa y falsaria postración. Encadenada a la Constitución de 1978, expoliada por un sistema de financiación arbitrario e injusto, diezmadas tus señas de identidad, vives con los tuyos en el lugar donde mejor se vive de España. Nunca jamás, desde 1978, te has sentido extranjera aquí, confiésalo. Ni tú ni el más celíaco de tus compatriotas. Y, sin embargo, han bastado dos años para que hayáis empezado a fabricar extranjeros a discreción. ¡La fábrica de España, te llamaban!
Por lo tanto ya no tienes más opción que confiarme, y confiarte, la causa verdadera de todo esto. Ya sabes hasta qué punto es indigesta la mermelada de aquellas frases que me enviaste la otra tarde, con un abrazo soberanista. Te las voy a pasar por la cara a ver si se te cae de empacho y de vergüenza:
«Porque crecer es asumir riesgos y pasa por hacerte responsable de tu destino. La libertad es el medio supremo para hacerse mejor, ya que conlleva todas las posibilidades (y por tanto todos los recursos pero también todas las dificultades, de las que se aprende mucho). Quiero poder equivocarme y aprender de mis errores. Hacerse mayor, madurar, es hacer eso, llevar finalmente a la práctica aquello que antes has llevado dentro de ti, esperanzándote y tensándote largamente. Más allá de los individuos que la componen, Cataluña tiene una cierta vida propia y esta vida, como toda vida, busca su plenitud, su máxima y genuina expresión.»
Crece, sí, en efecto. Crece y percibe lo que en realidad eres, más allá de fábulas lácteas. La primera condición de la libertad es decirte la verdad, mi pequeña KKK. Tu jefe ha empezado a hacerlo, por cierto. Lo vi un momento el viernes por la noche, en la orgía final, en la avenida veneciana de mi infancia cuyo skyline habéis desfigurado con las cuatro ridículas columnas jónicas. Tu jefe y su clérigo llorón, gritando desposeídos ya de cualquier brida. Las sonrisas cuarteadas y asomando por los cráteres el gusano que anida en toda fortuna nacional. Acúnalo en tu pecho.
Y sigue ciega tu camino.