Todos, Urkullu, Urízar, Matute, Otegi, Troitiño, en fin, todos en paz, ilusionados y felices, sin violencia, sin culpa, sin memoria incómoda, y así hasta la próxima fase armada de la interminable guerra del pueblo vasco por su independencia. Que llegará. No la independencia, sino la misma indecencia de siempre, que ni se ha ido ni se irá, porque encuentra fácil acomodo en la estupidez progresista.
COMO era de temer, se consumó el disparate. No aprenderán, y mira que es fácil. Lo que el Tribunal Constitucional ha legalizado se llama ETA aunque Bildu se llame, como se llamó en otro tiempo Herri Batasuna o incluso, que se nos olvida, Euskadiko Ezkerra, antes de que Juan María Bandrés, Mario Onaindía y el actual senador Roberto Lertxundi se apropiasen de esta última etiqueta para construirse una pasarela hacia el PSOE. Las coaliciones abertzales que surgieron en los orígenes de la Transición incluían pequeños partidos que se definían como independientes y, en algún caso, opuestos a la «lucha armada» y a ETA. Fue cuestión de meses que tales capillitas desaparecieran, fagocitadas o simplemente depuradas por el aparato político de la banda, que ni se tomó el trabajo de infiltrarlas. Conscientes de su inanidad, los dirigentes de aquellas microscópicas naderías se encaramaban a la cúpula de la coalición, pisándose el gañote unos a otros, después de haber rendido pleitesía a los verdaderos amos de la barraca. ¿Que ni Eusko Alkartasuna ni Alternatibason parte de ETA? Lo serán en poco tiempo, no se llamen a engaño. Si no lo son ya, gracias al fallo del Tribunal Constitucional. Menudo fallo. No se puede fallar más fastuosamente.
La teoría de las coaliciones frentistas en ETA viene, a través del nacionalismo revolucionario, de la estrategia frentepopulista del estalinismo. O sea, de la instrumentalización comunista de las alianzas de fuerzas antifascistas o antiimperialistas. En las desdichadas democracias populares subsistieron, hasta el derrumbamiento del comunismo, restos espectrales de antiguas organizaciones no comunistas subordinadas a la dictadura efectiva del Partido. Eran lo que quedaba de las formaciones sedicentemente socialcampesinas, socialdemócratas o socialcristianas que se subieron al carro de los frentes populares en los años del antifascismo y la descolonización. Los comunistas se las merendaron, pero dejaron subsistir las siglas y, a veces, un minúsculo cónclave de ancianitos provisto de sello de goma. No es el futuro, sino el presente del ya provecto ex lehendakariGaraicoechea, por ejemplo.
Y de su partido, un cadáver político desde el Pacto de Estella. Eusko Alkartasuna, partido de memos desgajado del PNV hace un cuarto de siglo, sólo tenía dos destinos practicables: regresar a la matriz o engancharse a Batasuna, y se ha decidido por este último. Ahora no es nada, no es más que nada, nada, nada y hedionda nada que al olerse apesta, pero da igual. Por navidades estará enterrado bajo el nuevo aparato de la única izquierda abertzaleque realmente cuenta, al que no es difícil vaticinar un período de intensa actividad municipal de agitación y propaganda, exigiendo la amnistía de todos los presos de ETA para que coman las uvas de nochevieja con la gran familia nacionalista, qué menos. Todos, Urkullu, Urízar, Matute, Otegi, Troitiño, en fin, todos en paz, ilusionados y felices, sin violencia, sin culpa, sin memoria incómoda, y así hasta la próxima fase armada de la interminable guerra del pueblo vasco por su independencia. Que llegará. No la independencia, sino la misma indecencia de siempre, que ni se ha ido ni se irá, porque encuentra fácil acomodo en la estupidez progresista.
Jon Juaristi, ABC, 8/5/2011