ABC 17/04/17
JUAN MANUEL DE PRADA
· Trump ha sido desde el principio un hombre de paja al servicio del globalismo; y su caracterización como outsider una falsa bandera
EN abril de 2016, Donald Trump pronunciaba, invitado por la revista The National Interest, una importante conferencia en la que expuso su programa de política exterior. Aquella conferencia causó –con razón– escándalo y pavor en ámbitos neocones, pues se trataba de una impugnación feroz de sus tesis. Trump afirmó entonces que «nunca más someteremos a esta nación, ni a sus gentes, a la falsa canción del globalismo» y defendió sin ambages un orden internacional basado en el Estado-nación. Denunció vigorosamente los errores cometidos por los últimos gobiernos estadounidenses en Irak, Egipto, Libia y Siria, «que han contribuido a sumergir la región en el caos y brindado al ISIS el espacio que necesitaba para crecer y prosperar». Sin ambages arremetió contra la «peligrosa idea» de imponer la democracia en regiones del mundo que la repudian: «Destruimos las instituciones que aquellas naciones tenían y ahora nos sorprendemos de lo que desencadenamos: guerras civiles, fanatismo religioso, un vacío de poder que el ISIS corrió a llenar». Para revertir esta lamentable política exterior y frenar la expansión del islamismo, Trump propuso: «En lugar de pretender extender “valores universales” que no todo el mundo comparte, deberíamos entender que el fortalecimiento y promoción de la civilización occidental y de sus logros será más eficaz que las intervenciones militares». Para llevar a cabo este programa, Trump proponía trabajar estrechamente «con cualquier nación de la zona que esté amenazada por el auge del islamismo». Y, finalmente, afirmaba su deseo de «vivir pacífica y amistosamente» con Rusia: «El sentido común nos indica que el ciclo de la hostilidad debe terminar».
Todas aquellas afirmaciones que Trump hizo entonces, tan esperanzadoras y sensatas, han sido sistemáticamente refutadas por los hechos. En apenas unos pocos meses, Trump ha dejado claro que canta mejor que nadie «la falsa canción del globalismo», aunque la disfrace con melodías confundidoras. Hoy ya resulta evidente que Trump engañó del modo más burdo a sus votantes, presentándose como el liquidador de dos décadas calamitosas de política exterior estadounidense, para convertirse en una suerte de epígono neocón… con los rasgos caricaturescos propios de toda figura epigonal. Esa ridícula «madre de todas las bombas» arrojada sobre Afganistán, que a la postre se ha revelado menos letal que un camión conducido por cualquier bandarra islamista; ese despliegue naval en el mar de la China, tan retador e intimidante; y, sobre todo, ese lanzamiento de misiles contra una base aérea siria son operaciones de inconfundible marchamo neocón. Especial mención requiere el pretexto utilizado para el bombardeo en Siria, un dudoso ataque con armas químicas presuntamente ordenado por Al Assad que tiene el tufillo inequívoco del montaje urdido para justificar una guerra: como el hundimiento del Maine, como el incidente del golfo de Tonkín, como las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein.
Trump, que se presentó como un rotundo detractor del intervencionismo neocón, se ha convertido por arte de birlibirloque en su más histriónico adalid. Dicen algunos que la explicación de este cambio desquiciante se halla en la influencia superlativa de su yerno, que lo habría convertido en una suerte de zombi sumiso, mientras le tañe el arpa de Sión. Una explicación más sencilla sería considerar que Trump ha sido desde el principio un hombre de paja al servicio del globalismo; y su caracterización como outsider una refinadísima operación de falsa bandera.