El esfuerzo por presentarse como víctimas ha coincidido con la difusión de una sentencia de los tribunales franceses que revela cómo José Luis Campo, alias Fabrizzio, obligó a otro etarra de nacionalidad francesa, Hervé Larrieu, que quería dejar la banda, a ponerse de rodillas, le colocó una pistola en la sien y le preguntó si «estaba seguro de querer irse». Los etarras son, como mucho, víctimas de sí mismos.
Una descoordinación entre los servicios sanitarios y judiciales de Francia ha hecho posible que la muerte del etarra Jon Anza pasara inadvertida durante diez meses, tiempo empleado por ETA y su entorno para alimentar la idea del retorno de la guerra sucia y de las actividades ilegales de los cuerpos de seguridad españoles.
Una vez descubierto el cuerpo en la morgue de Toulouse se ha conocido que falleció en un hospital de esa ciudad por muerte natural. La autopsia ha revelado que no tuvo lesiones violentas, ni heridas y que el fallecimiento fue el resultado de las enfermedades que padecía el miembro de ETA. El hallazgo destruye las insidias que desde la izquierda abertzale han estado alimentando, acusando a la Policía primero y a la Guardia Civil después de haberlo secuestrado y enterrado en territorio francés.
Como la imputación principal contra las fuerzas de seguridad del Estado ha quedado desautorizada, ahora se pone el acento en los once días en que el etarra estuvo en paradero desconocido, desde que tomó el tren en Bayona para realizar un transporte de dinero de la banda hasta que fue hallado en Toulouse tendido en la calle con un ataque cardiaco que le costó la vida días más tarde. La policía francesa trabaja para averiguar qué hizo Anza en ese tiempo, pero no es fácil saber cuáles han sido los movimientos de alguien que realiza actividades clandestinas y que, por tanto, buscaba moverse en el secreto.
ETA pide explicaciones, pero tendría que ser la banda la que las diera, ya que seguramente tiene más información que la policía sobre las actividades del fallecido. Fue la banda la que en un comunicado aseguró que las huellas del etarra estaban en un zulo hallado en la localidad vascofrancesa de Saint Pée sur Nivelle y, en efecto, lo estaban. El hecho fue confirmado por la policía francesa después del anuncio de ETA porque hasta ese momento no había identificado las huellas que había encontrado en el zulo.
La banda terrorista y su entorno han tratado de extender sospechas, buscando recrear episodios de épocas pasadas que les permitieran reagrupar fuerzas y cerrar las divididas filas de la izquierda abertzale. El victimismo ha sido siempre un elemento del imaginario del entorno etarra que ha servido para que su base social se apiñara alrededor de ETA y reconociera el papel de la banda como defensor de la comunidad frente a los ataques del enemigo español.
El esfuerzo por presentarse como víctimas ha coincidido con la difusión de una sentencia de los tribunales franceses que revela cómo José Luis Campo, alias Fabrizzio, obligó a otro etarra de nacionalidad francesa, Hervé Larrieu, que quería dejar la banda, a ponerse de rodillas, le colocó una pistola en la sien y le preguntó si «estaba seguro de querer irse». Los etarras son, como mucho, víctimas de sí mismos.
Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 17/3/2010