Falsear encuestas, falsear conciencias

AURELIO ARTETA, EL PAIS 07/01/14

Aurelio Arteta
Aurelio Arteta

· Los sondeos destinados a averiguar el conocimiento y uso del euskera, con los que el Gobierno vasco proclama el éxito su política lingüística, son tramposos. Solo el 13% de los vascos lo utiliza habitualmente.

Me temo que al lector le sonará a problema de menor cuantía…, hasta que descubra ya sin remedio que es bastante mayor que lo que imagina. Voy a referirme a un aspecto apenas nombrado de las políticas lingüísticas nacionalistas, esa herramienta básica de la construcción nacional en Cataluña y Euskadi. Si me limito a esta última comunidad, no descarto que el análisis valga también —en menor medida— para la primera.

La política lingüística vasca no solo es injusta por los fundamentos ético-políticos en que descansa y los perversos efectos que produce. Sin duda es asimismo injusta, por el método que emplea para medir sus avances. Quiero decir que las periódicas encuestas destinadas a averiguar la realidad del conocimiento y uso del euskera, con las que las autoridades proclaman los éxitos de esa política…, son muy poco de fiar. Dicho sin remilgos, son tramposas. Este juicio se aplica también a los resultados de la última Encuesta Sociolingüística del Gobierno Vasco del año 2011 recientemente publicados y de los que informaba este periódico (2 de diciembre). Pero quienes conocen la trampa o la sospechan siguen callados por mor de una prudencia que linda con la cobardía. Los Gobiernos que quieren seguir engañando necesitan gente que desee engañarse.

En realidad, tales sondeos no detectan el grado de conocimiento y uso de la lengua vasca entre nosotros. Lo que buscan medir es, a lo sumo, la autoconciencia de los ciudadanos vascos acerca de su nivel de dominio y uso de esa neolengua, pero no de su efectivo dominio y ejercicio cotidiano. Vamos, que se trata de creer a esos ciudadanos bajo palabra. ¿Deberíamos también los profesores ahorrarnos los exámenes que verifican el provecho académico de nuestros alumnos y dejar que se autocalifiquen en cada materia?

Pues hay que presuponer un sesgo subjetivo a favor del vascuence, es decir, que el encuestado se atribuya un conocimiento bastante mayor y un uso más intenso del que posee. Las razones de esa segura desviación son varias y a cuál más esperable. Primera, la natural inclinación a creernos mejores de lo que somos. Segunda, la universal tendencia al conformismo, a hacer y decir lo que suponemos socialmente mayoritario (y el temor al aislamiento si decimos o hacemos lo contrario). Y tercero, entre los nacionalistas y allegados, las abundantes incitaciones a hinchar su presunto saber acerca de esa lengua: la confusión entre la realidad y el deseo, la necesidad de justificar los duros esfuerzos de aprendizaje, rentabilizar sus sacrificios o lavar su conciencia culpable, el propósito de servir a su causa política… Estas y otras variables falsean las respuestas e invalidan muchas conclusiones del estudio.

A pesar del derroche presupuestario, el uso del euskera ha crecido un 2,5% en los últimos 22 años.

En definitiva, de esas encuestas por vía telefónica (¡¡!!) no se desprende cuántos conocen y usan el vascuence, sino cuántos dicen conocerlo y usarlo. No informan de cuántos quieren de veras aprenderlo, sino solo de cuántos responden querer aprenderlo. Tampoco informan de cuántas horas dedicarían estos a tal empeño y de qué otras aficiones restarían ese tiempo. ¿Por qué no pedir a cada encuestado que ordene jerárquicamente algunas de sus preferencias de atención pública, ya sea de un empleo más asequible, mejores servicios asistenciales, ampliación de las instalaciones deportivas o adquisición del euskera? ¿O que valore de 1 a 10 qué desearía primero para su hijo: la obtención del título universitario o de una beca de estudios, una estancia en el extranjero, un contrato de trabajo seguro, el conocimiento del inglés… o el dominio del euskera? De todo eso no sabemos nada porque al encuestador (a la postre, el Gobierno vasco) no le conviene preguntarlo. Imaginen por qué.

En cuanto a las supuestas actitudes del ciudadano hacia la promoción de esa lengua, los criterios para detectar su sinceridad son más difíciles de establecer. Por eso mismo son tan propicios a la “corrección política”: porque las respuestas no cuestan nada y no comprometen a nada. Pero que se consulte de la manera apropiada a quién elegirían como médico de cabecera o maestro: a la persona de mejor expediente académico y amplia experiencia profesional, si bien con escasas o nulas nociones de vascuence; o a otra de currículo mediocre y más corta experiencia, aunque en posesión de algún título que le acredita como euskaldún.

En esta última encuesta del Gobierno vasco solo un 27% de encuestados confiesa manejarse bien en euskera, aun cuando el 75% de ese mismo sector reconoce que habla mejor el castellano. En los incesantes sondeos de este tipo, sin embargo, quienes manifiestan desear un mayor conocimiento de la “lengua propia” de su comunidad ascienden a un porcentaje nada desdeñable (en la CAV el 63%, en Navarra el 38%). Lo sospechoso es que tantos acepten imponerse unas obligaciones que durante décadas han sido reacios a satisfacer y que pospongan otras iniciativas públicas que les serían de bastante mayor interés individual y colectivo. Tan escandaloso como que esa mayoría que solo conoce y emplea nuestra lengua común esté hoy matriculando a sus retoños en el modelo D, o sea, en la inmersión en euskera. O que muchos de esos pocos que dicen hablar el euskera con soltura, prefieran conversar en castellano; pero que eso no les impida sostener a la vez que el euskera es el idioma “por excelencia” de los vascos…

La falta de libertad ante la política del euskera no es fruto del miedo a ETA, sino al control social de «los nuestros».

Es de temer entonces que no solo estén falsificados los resultados de estas encuestas, sino antes y sobre todo la conciencia misma de buena parte de quienes las responden. Llamémosla hipócrita, conformista o atemorizada, pero el diagnóstico parece indudable. La falta de libertad de expresión ante la política del euskera no ha sido fruto directo del miedo a ETA, sino del miedo al control social de “los nuestros”. Y con ello se falsea, asimismo, la impresión que sacan los extraños, que tienden aún a creer en nuestra realidad nacional al toparse por doquier con rótulos, folletos, carteles, topónimos, etcétera en ambos idiomas y a fiarse sin reservas de datos como estos que les ofrecen.

Así que no se confundan. Pese a su cuantía tan reducida, las cifras obtenidas mediante esas consultas telefónicas aún están infladas. Para verificarlo, acudamos a la VI Medición del Uso de las Lenguas en la Calle (2011) llevada a cabo por el Cluster de Sociolingüística, bajo el patrocinio de dos departamentos del Gobierno vasco y de las cuatro Diputaciones forales. Según este estudio, basado en la observación directa, solo el 13,3% de los vascos recurre habitualmente al euskera, lo que significa que su uso está prácticamente estancado y que durante los últimos 22 años (1989-2011) ha crecido nada más que en un 2,5% (aunque se dispare, eso sí, el derroche presupuestario de esa partida). Hay diferencias por territorios, claro: en Guipúzcoa los hablantes ascienden hasta el 32,7%, mientras que en Vizcaya se quedan en el 9,4%, en Navarra en el 5,7% y en Álava alcanzan justamente el 4%. Llama la atención que en capitales como San Sebastián ese porcentaje sea el 15,9%, igual que el medido hace 10 años. Tal vez no se lo crean, pero en Vitoria y en Bilbao los usuarios rondan el 3% y en Pamplona oscilan alrededor del 2,5%.

Si el dato más revelador de la pujanza de una lengua es su uso efectivo, y si solo este ofrece el fundamento de los derechos lingüísticos…, saquen las consecuencias. Y si hiciéramos una pregunta expresa sobre las razones de un empleo tan exiguo del euskera, la respuesta sincera más probable del ciudadano medio sería esta: “Porque apenas tengo necesidad ni ocasión de servirme de esa lengua”. ¿Habrá algún valiente que se atreva a declararlo?

Todo esto se lleva denunciado en la prensa local bastantes años. Ni el gremio de sociólogos, ni las empresas de investigación contratadas ni los propios servicios del Gobierno vasco se han dado nunca por aludidos. Cosas de la timidez, supongo.

Aurelio Arteta es catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad del País Vasco.

AURELIO ARTETA, EL PAIS 07/01/14