Rebeca Argudo-ABC
- Sánchez hace creer a los españoles que está en el poder por su propio bien
Cuando, en 1968, el dictador portugués Antonio Salazar se recuperó de una hemiplejia tras un accidente, ninguno de los suyos se atrevió a decirle que ya no ostentaba el cargo de primer ministro. Así, abandonó el hospital para ser instalado cómodamente en la residencia oficial, no en otra. Y, como quien no quiere la cosa, se fueron liando y acabaron creando una realidad a su medida: empezaron disimulando, haciéndole llegar correspondencia falsa y que firmase documentos inservibles; continuaron recibiendo sus consejos colaboradores que ya no ejercían función ninguna, celebrando reuniones ficticias en las que todos fingían diligencia, grabando noticieros falsos para él solito. Incluso se terminó editando un ejemplar único del periódico a la carta (el director de ‘Diario de Noticias’, gran amigo suyo, iba cada día a la imprenta de madrugada para retirar toda referencia a su sucesor, Marcelo Caetano) o contratando actores que celebrasen su llegada en coche oficial para votar en unas simuladas elecciones legislativas. Y así duró el sainete hasta su muerte, en 1970. Pensaba en Salazar y en esta loca historia el otro día, viendo la comparecencia de un Pedro Sánchez, desconectado de la realidad, que celebraba tan ufano su éxito y anunciaba la presentación de un informe titulado nada menos que ‘Cumpliendo’. Me parecía un poco Salazar, tan ajeno a todo, chapoteando en su mundo ideal, ese donde todo va como un tiro y todos le admiran y agradecen, mesiánico y apolíneo él a sus propios ojos. Insustituible. Uno donde siempre hay una Sarah Santaolalla a su servicio para sostener que si hay cada vez menos autónomos es síntoma de que la economía va como un tiro (mejor que nunca), un Óscar Puente que frente a las acusaciones de acoso y abuso sexual en sus filas diga que lo importante es la reacción del partido (y no las víctimas, qué vulgaridad), una Marta Flich que ante el enésimo caso de corrupción hable en televisión española de bebés robados hace cincuenta años (la rabiosa actualidad). Un TikTok recomendando libros y canciones (detenidos Leire Díez y Vicente Fernández), una portada como hombre del año (19 empresas y varios ministerios registrados por la UCO), el absoluto compromiso con el feminismo (dimite otro más, el alcalde de Bardabás, por acoso laboral y encubrimiento de acoso sexual). Los suyos, claro, como aquellos palafraneros lusos, celebrando obsecuentes tanto éxito úcrónico solo por verle feliz. Que este gobierno le sienta fenomenal a España. La diferencia (sutil, apenas perceptible) es que aquellos cortesanos genuflexos armaron el vodevil alrededor de un decrépito convaleciente al que no querían disgustar. Aquí es él mismo quien ha dispuesto el artefacto de la ficción a su servicio, con la colaboración entusiasta, eso sí, de voluntariosas meretrices mediáticas y lisonjeros interesados, intentando convencernos al resto de que les creamos a ellos antes que a nuestros propios ojos (y nuestros bolsillos). A aquel le hicieron pensar que seguía ostentando el cargo, mientras este se aferra a él y pretende que creamos que es porque nosotros queremos y por nuestro propio bien. A la que nos descuidemos, Salazar somos nosotros y no él.