La mayoría del Parlamento vasco está indignada: entre las denuncias de ETA y los atestados de la Guardia Civil, Rubalcaba siempre otorga más credibilidad a los atestados. Los nacionalistas y Madrazo son mucho más abiertos de criterio. Su moción «es la expresión de lo que piensa la mayoría de esta sociedad». ¿Qué valen los hechos frente a la creencia del pueblo? Nada.
El lehendakari Ibarretxe tiene un servicio de atención a las víctimas del terrorismo que sabe hacer su trabajo. Maixabel Lasa, su directora, es una tenaz Penélope que teje con afecto y paciencia una solidaridad en días pares que el lehendakari y los partidos que lo apoyan destejen los impares. Ella organizó ayer un acto en el Kursaal en el que, por segunda vez en 72 horas, las fuerzas vivas de Euskadi y una nutrida representación de víctimas aplaudieron a un guardia civil, Leoncio Sainz, superviviente de un atentado etarra.
Miguel Hernández acuñó una soberbia hipálage en El rayo que no cesa: «Algún día/ se pondrá el tiempo amarillo/ sobre mi fotografía», escribió el poeta en unos versos muy a propósito para acompañar la foto de Juan Manuel Piñuel, homenajeado el pasado jueves en el Parlamento, al día siguiente de su asesinato. Las fotos amarillean al cabo del tiempo por falta de hiposulfito de sodio, que es el componente esencial del fijador, como sabe cualquier fotógrafo predigital. El guardia Piñuel no podía saber que lo iban a homenajear. Mucho menos, que su fotografía se iba a decolorar en 24 horas, el tiempo que iba a tardar el Parlamento vasco en aprobar una moción acusando al cuerpo del que formaba parte de torturas.
Parece que este país tiene un déficit de hiposulfito. Por eso las imágenes son tan inestables y en el mismo lugar en que se honra a una víctima, se la deshonra al día siguiente junto al cuerpo al que pertenecía, el motivo de su asesinato. La moción de Aralar, con la complicidad de EHAK-PCTV y los tres partidos que apoyan a Ibarretxe, acusó al Gobierno de Zapatero de amparar a las fuerzas policiales ante las denuncias de torturas, en general, y más precisamente, a su ministro del Interior de amparar las torturas a Igor Portu y Martín Sarasola, los presuntos autores del atentado de Barajas.
La mayoría del Parlamento vasco no cabe en sí de la indignación. Entre las denuncias de ETA y los atestados de la Guardia Civil, este Rubalcaba siempre otorga más credibilidad a los atestados. Habrase visto falta de ecuanimidad. Los nacionalistas y Madrazo son mucho más abiertos de criterio. Como dice el consejero Balza, esa moción «es la expresión de lo que piensa la mayoría de esta sociedad». Vox populi, vox Dei. ¿Qué valen los hechos frente a la creencia del pueblo? Nada. Tampoco pueden prevalecer contra ella las sentencias ni las garantías del Estado de Derecho, ni el hecho de que todas las denuncias se investigan, por improbables que sean. En 2001, Unai Romano denunció haber sido objeto de torturas por la Guardia Civil. El juzgado número 25 de Madrid, tras instruir con extraordinario rigor la causa, desestimó la denuncia en 2005. La Audiencia Provincial rechazó el recurso en 2006, dictaminando que las lesiones eran incompatibles con los términos de la denuncia, que se había falsificado un parte médico y que la pérdida de la capacidad auditiva denunciada era inexistente. El PNV, EA y Aralar aprobaron una resolución parlamentaria en la que se solidarizaban con el denunciante y exigían la disolución de la Audiencia Nacional.
Vivimos un proceso de aceleración histórica, qué digo aceleración, una vorágine. Ayer volvía a presidir el lehendakari un acto de homenaje a las víctimas. Mañana irá a ver a Zapatero para reclamar lo suyo. Sería muy pertinente que el presidente del Gobierno le exigiera como primera medida una explicación de voto: que le repita palabra por palabra el texto de la moción que él mismo votó el viernes en el Parlamento de Vitoria. Continuará.
Santiago González, EL MUNDO, 19/5/2008