EL PAÍS 29/06/17
EDITORIAL
· La Casa Real ha de tener en cuenta que si no pone en valor y defiende la figura y el legado del Rey emérito, nadie lo hará
No es propio de un país agradecido celebrar un aniversario de su democracia sin que estuviera presente una de las personalidades más decisivas en aquel proceso de recuperación de las libertades. El acto de conmemoración del 40º aniversario de las primeras elecciones democráticas en España quedó ayer desdibujado por la ausencia del rey Juan Carlos. Fuese como fuese el proceso que desembocó en esa decisión, los responsables últimos son los organizadores del acto, esto es, el Congreso y el Gobierno, que deberían de dar explicaciones de por qué no estaba allí el Monarca que abdicó en su hijo, Felipe VI, hace poco más de tres años.
Quizá es necesario recordar que Juan Carlos I fue el Monarca que propició el proceso democrático en España, defendió el país de los intentos golpistas y que fue decisivo para situarlo en el lugar del mundo que le corresponde. Sus propios errores no deberían empañar su labor de conjunto, sobre todo el día en que se celebra el aniversario del primer acto auténticamente democrático de su reinado.
No se puede confundir un nuevo reinado, como es el de Felipe VI, con una nueva Monarquía. La Casa Real ha de tener en cuenta que si no pone en valor y defiende la figura y el legado del Rey emérito, nadie lo hará, y lo acabará pagando el prestigio de toda la institución, cuya legitimidad está sostenida en gran medida sobre el importante papel que el rey Juan Carlos ha desempeñado en los últimos 40 años.
Aducir problemas de protocolo para decidir que don Juan Carlos no asista al Parlamento a celebrar la democracia con los políticos con los que recorrió ese camino es una pobre explicación. La rigidez del protocolo está para romperla y buscar soluciones que habrían permitido que el Monarca hubiera podido escuchar en persona los halagos de su papel en la Transición.