CARMEN MARTÍNEZ CASTRO-EL DEBATE
  • Felipe y Letizia han sabido garantizar la continuidad de la institución, modernizarla, recuperar su prestigio y convertirse en la mejor imagen de España
Entiendo que los Reyes Felipe y Letizia no hayan visto mejor manera de celebrar su aniversario de boda que presumir de la familia que han creado en este tiempo. Las imágenes de los reyes con sus hijas muestran que la institución monárquica se asienta hoy sobre la serenidad de una familia bien avenida y eso no es poco en estos tiempos en que los jóvenes prefieren tener mascotas a tener hijos. Al frente del Estado vemos a una familia cuyos miembros se apoyan, se cuidan y se protegen entre sí para desarrollar su difícil cometido institucional. Además, sin necesidad de tiaras o de oropeles, la naturalidad de las imágenes proyecta también un poderoso mensaje de estabilidad y continuidad en la figura de la princesa Leonor. Pueden parecer unos turistas en los jardines del Campo del Moro, pero en realidad son los titulares del espectacular palacio que se ve al fondo de las imágenes.
Nuestra monarquía es una monarquía de clase media; no hay corte ni damas de compañía ni reverencias. Tenemos unos soberbios carruajes históricos, pero en vez de usarlos para las grandes ocasiones, como hacen otros, preferimos exhibirlos en un museo. Carecemos del boato de la monarquía británica, asentado sobre siglos de tradición ininterrumpida. En España, por el contrario, la institución ha sido víctima de los mismos avatares que han convertido nuestra historia en una gigantesca montaña rusa no exenta de terribles baños de sangre. Pero precisamente el recuerdo de esa historia cainita nos demuestra que la monarquía le siente muy bien a nuestro país. Cuando tenemos reyes al frente del Estado nos va mucho mejor que cuanto hemos tenido repúblicas y esa experiencia histórica es un innegable argumento en favor de la institución.
Las monarquías parlamentarias son un poderoso antídoto contra la polarización y el mejor ejemplo de los valores de las democracias liberales. Hoy la monarquía sigue simbolizando la unidad y la permanencia de la nación, pero también la prevalencia de las instituciones frente a los abusos de las mayorías de turno. Felipe VI encarna mejor que nadie el principio democrático del poder sometido a control, el escrupuloso cumplimiento de la ley y el compromiso con la ejemplaridad pública. Acaso por ello este gobierno se empeña en ocultarle y convertirle en una figura decorativa desdeñando su enorme potencial.
En estos veinte años España ha pasado por una crisis económica feroz, por la ruptura del bipartidismo, por una intentona independentista e incluso por una severísima crisis reputacional en la jefatura del Estado; probablemente el matrimonio de los reyes también habrá atravesado crisis severas, pero ahí están: ellos, su familia, la institución y nuestro país.
A algunos el Rey les podrá parecer timorato y a otros la Reina les parecerá demasiado progre, somos muchos quienes echamos de menos a Juan Carlos, pero todos debemos reconocer que Felipe y Letizia han sabido garantizar la continuidad de la institución, modernizarla, recuperar su prestigio y convertirse en la mejor imagen de España. Es un balance más que satisfactorio. El próximo miércoles yo brindaré por ellos.