Hoy ya, hasta el alumno más imbécil de la última madraza de Afganistán sabe que puede meter suficiente miedo a los europeos para que acaben aislando a la democracia danesa y difamando a su prensa como ultraderechista. Como el más zote de los matones de Otegui sabe que los partidarios de «la paz» acabarán culpando al PP de las bombas que pone ETA.
La organización terrorista Hamás ya ha asumido el poder en la Autoridad Nacional Palestina (ANP) por mucho que el pobre presidente Mahmud Abbas evoque encarecidamente y a un tiempo a los fantasmas del proceso de Oslo y al de su propia presidencia. Y lentamente parece que hasta los más irredentos optimistas comienzan a percibir que los resultados de las elecciones han sido mucho más que el producto de un gesto de condena a la corrupción o de voluntad de cambio de estilo. Hamás ha advertido que se equivocan quienes creen que las realidades municipales, con los baches en los caminos, escapes de agua y miserias fiscales, les harán apearse de una forma u otra de su magnífico e impoluto corcel de la guerra santa. No van a reconocer a la entidad sionista, que ha de ser destruida, y si ésta, es decir Israel, decide aislar a la ANP, ya se ocupará el mundo islámico de dar de comer a los palestinos mientras llega la liberación. Es posible que cambien algo el tono y las ínfulas de los líderes de Hamás cuando vean que el islamismo y, ante todo, la solidaridad árabe dan para financiar actividades terroristas y también una campaña electoral «a la americana», pero no para sacar al pueblo palestino de la miserable situación en que se halla.
Pero en todo caso sería conveniente que la comunidad internacional se haga a la idea de que en todo el mundo islámico ha germinado esa percepción de la «gran oportunidad» de humillar y vencer a Israel y al mundo occidental en general. No es la primera vez que sucede, pero ahora las fuerzas radicales islamistas tienen mucha más información sobre su enemigo. De momento, Hamás ya ha roto el bloqueo internacional con el que se iba a intentar que aceptara un cierto compromiso con la realidad de la existencia de Israel. Rusia se desmarcó de inmediato en su muy arriesgada apuesta por jugar su partida propia en la doble crisis de Hamás y de Irán y su bomba. Que Rusia rompa un frente al que nunca perteneció es comprensible. Que lo haga Turquía es preocupante. Que lo haga Francia es ya solo triste. En realidad, es una sola crisis que responde a la aceleración de la historia desde la percepción islamista de que su presente fracasado invita a la aventura, para los religiosos nada temeraria. Enfrente tiene a unos muy asustados, algunos dignos y bastantes mercaderes.
Los enfrentamientos internos de la comunidad de sociedades democráticas es desde luego el factor clave para explicar ese estado de ánimo del islamismo radical, cuyo liderazgo intenta desesperadamente asumir el presidente iraní Ahmadineyad. Que un país de la historia de Irán sea gobernado ahora por un personaje de esa catadura demuestra una vez más la terrible lógica de la selección negativa de los totalitarismos, de los fanatismos y las sectas. La política de la Administración norteamericana bajo George Bush, profundamente errónea desde su prepotencia e improvisación, derivó hacia la catástrofe potencial en combinación con las diversas políticas más o menos mezquinas, cortoplacistas y asustadas de las democracias europeas. Hoy ya, hasta el alumno más imbécil de la última madraza de Afganistán sabe que puede meter el miedo suficiente a la sociedad europea para que ésta acabe renegando de uno de sus miembros, aislando a la democracia danesa y difamando a su prensa como ultraderechista. Del mismo modo que hasta el más zote de los matones de Otegui sabe que los partidarios de «la paz» acabarán culpando al Partido Popular de las bombas que pone ETA.
Si las democracias logran realmente volver a tener una coordinación de sus políticas y estrategias para defender unos intereses que en sus fundamentos son por naturaleza comunes, es posible que después de un eventual fracaso de esta ofensiva ideológica-religiosa -en unos años, lustros, o décadas- el mundo islámico logre romper sus códigos medievales. Si para entonces las sociedades islámicas se han deshecho y han proscrito a sus fanáticos y se han liberado de la cultura del victimismo y del agravio, a nadie se le ocurrirá identificar islam con terrorismo. Nos ahorraremos viñetas danesas de muy mal gusto y otras, mucho más miserables, que hemos tenido que ir viendo después.
Hermann Tertsch, EL PAÍS, 21/2/2006