GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA-EL CORREO
- Las memorias del oficial de Auschwitz Rudolf Höss muestran cómo la radicalización ideológica puede transformar a un personaje gris en un genocida
El 2 de abril de 1947 el Tribunal Supremo polaco declaró culpable a Rudolf Höss de crímenes de guerra y contra la Humanidad. Había esclavizado, torturado, saqueado y asesinado a alrededor de tres millones de personas. Dos semanas después fue ahorcado en Oświęcim (Polonia). El nombre de aquella localidad quizá no nos diga nada, pero su versión en alemán sí lo hace: Auschwitz. Höss había sido uno de los oficiales de las SS que convirtieron ese topónimo en sinónimo del horror.
Nacido en Baden-Baden (Alemania) en noviembre de 1900 y criado en el seno de una familia católica, se esperaba que Höss se ordenase sacerdote. No obstante, las circunstancias, el nacionalismo y su voluntad le llevaron por una senda muy distinta: en 1917, todavía adolescente, se alistó en el ejército para luchar en la Primera Guerra Mundial. De vuelta a casa, como tantos otros veteranos ‘patriotas’, se unió a los paramilitares Freikorps y al Partido Nazi. En 1922 Höss asesinó a un maestro de escuela al que acusaba de ser un espía comunista. En 1924 el Tribunal para la Defensa de la República le condenó a diez años de prisión, a cuyas rígidas reglas se amoldó. Esa sería su universidad hasta que fue amnistiado en 1928.
En sus memorias, recién reeditadas, Höss mantiene que, aunque se casó, formó una familia y quería dedicarse a la agricultura, la «posibilidad real de un rápido ascenso, con todas las ventajas materiales que ello implicaba» hizo que en 1934 aceptase un puesto como SS en el campo de concentración de Dachau. Su experiencia carcelaria, su habilidad gestora y su obediencia ciega le permitieron encadenar un ascenso tras otro hasta llegar a comandante del campo de exterminio de Auschwitz.
Höss se quejaba amargamente de la falta de medios materiales y humanos, de bastantes de sus superiores y subordinados e incluso de sus víctimas, pero no cuestionaba su misión: primero, aislar a los enemigos internos del III Reich; después, eliminar a los comisarios políticos soviéticos; finalmente, exterminar a judíos, gitanos, presos políticos, homosexuales, etcétera. Incapaz de dudar, Höss siguió las directrices de Heinrich Himmler al pie de la letra: «Las órdenes que daba en nombre del Führer eran sagradas. Se ejecutaban sin piedad y sin atender a las consecuencias». Y él lo hacía de manera no solo eficiente, sino también innovadora: Höss fue uno de los introductores de las cámaras de gas.
El superviviente del Holocausto Primo Levi escribió el prólogo de esta obra que, advertía, está llena «de infamias contadas con una torpeza burocrática que perturba; su lectura oprime, su nivel literario es mediocre y su autor, a pesar de sus esfuerzos por defenderse, aparece tal cual es: un canalla estúpido, verboso, basto, engreído y, por momentos, manifiestamente falaz». Sin embargo, añadía Levi, «es uno de los libros más instructivos que se hayan publicado nunca». Explica cómo, en ciertas condiciones, la radicalización ideológica puede transformar a un personaje gris con vocación de funcionario en un auténtico genocida. En palabras de Höss, «mi amor por la patria y mi conciencia nacional me condujeron al partido nacionalsocialista y a las SS».
En ‘Yo, comandante de Auschwitz’ Höss reconocía que «me he pintado tal como soy». Pese a que se dejó algunas cosas en el tintero, podemos clasificarle como un «fanático sincero», por emplear el título de la obra de Eric Hoffer. No es un caso único. Si bien en coyunturas muy diferentes, pues casi nada es comparable al Holocausto, otros perpetradores y alentadores de la violencia política se han pintado (más o menos) como eran.
En España se han publicado memorias de dirigentes franquistas y/o ultraderechistas como Francisco Franco Salgado-Araujo, José A. Girón de Velasco, Raimundo Fernández-Cuesta o Blas Piñar y líderes de ETA como Txillardegi, Julen Madariaga, Federico Krutwig, Alfonso Etxegarai… Por desgracia, al contrario que el libro de Höss, no se trata de ediciones críticas, con anotaciones de especialistas en la materia, sino de las obras tal cual las elaboraron sus autores, los cuales carecían de empatía con las víctimas y estaban orgullosos de su pasado, aunque no dudan en manipularlo a su favor. Para evitar sus trampas, el lector ha de adquirir previamente cierto conocimiento histórico.
Más fidedignas y pedagógicas resultan las memorias de quienes, partiendo del extremismo violento, tuvieron el valor de dejarlo atrás: el exfalangista Dionisio Ridruejo, los exetarras Mario Onaindia, Teo Uriarte, Jon Juaristi, Mikel Azurmendi e Iñaki Rekarte, el exmiembro de los Grapo Félix Novales… Son lecturas recomendables para un verano en el que todavía hay quien intenta blanquear o borrar determinadas páginas del pasado.