JON JUARISTI-ABC
- Un mantra evocador de la materia oscura que alimenta los sueños más salvajes de la izquierda española
Si hay un partido verdaderamente nostálgico de los felices años treinta de grata recordación, ese es el PSOE, que tanto se divirtió por entonces asaltando fábricas de armas, paseando curas y burgueses, montando checas, apatrullando la ciudad, robando bancos, todo ello puñito en alto y tarareando la Internacional embutido en el consabido mono azul. La socialdemocracia de la Edad de Plata, vamos. Ahora se pirra por revivir aquello desde cualquier lado, no importa desde cuál. Como aquel mejicano tapatío de las Brigadas Internacionales que, pillado por los facciosos en el Jarama a cargo de una ametralladora, cuando se le condenó a muerte, protestó y pidió que le devolvieran su Maxim Huerta para tirar sobre el rojerío. «¿Serás pendejo? ¿No habías venido a España a matar fascistas?», le preguntó el oficial del pelotón de fusilamiento. Extrañado pero tranquilo, respondió el charro Ponciano: «¿Qué fascistas? ¡Yo vine a la Maaadre Patria a matar gachupines, no más!».
Algo así pasa con los sociatas españoles del siglo XXI, sin zorra idea de Historia pero enganchados a todas las series. Les encanta el culto fascista al jefazo, traducido en sobrenombres como Führer, Duce, Conducator, Caudillo, Lehendakari, forjados en plena Belle Époque, y de ahí lo de Puto Amo. Alguien me dice que no, que ‘Puto Amo’ es calco del ‘fucking boss’ del ‘slang’ o del Gran Timonel de los chinos, pero es que corren tiempos de Netflix y globalización. Y no. Los verdaderos modelos están en el viejo y querido fascismo. Por otra parte, es obvio que, corrección política manda, no se aplica a la imputada Begoñescu la forma femenina de ‘Puto Amo’, sino tan solo el título de Presidenta, acuñado para ella por Chomin de Amorebieta (Mientes como un Ladrón).
Lo mejor del ‘vintage’ lingüístico pesoísta es el regusto por las que, en su ensayo sobre la lengua del Tercer Reich, llamó Victor Klemperer «expresiones destinadas a una existencia inextinguible». Por ejemplo, «cuerpo del pueblo (Volkskörper)», referida al Ejército (por cierto, Felipe González empleaba para lo mismo la sinónima «columna vertebral de la nación»). La muy reciente «máquina del fango» responde tanto a la perversión escatológica de la izquierda –’fango’ es mero eufemismo de ‘mierda’, ya utilizada con ese sentido por Jovellanos («el más humilde fango») y Espronceda («fétido fango»)– como a la emotiva resonancia que sugiere su reiteración («fango, fango, fango») de aquel «¡Franco, Franco, Franco!» que Su Extrañeza el Puto Amo evidentemente añora. Se nota mucho que le gustaría oírse aclamado así, evitando la coprofilia verbal explícita de la Pirada, su vicecosa segunda. Qué le costaría a la militancia de base darle ese gusto alguna vez. Por ejemplo mañana mismo en Ferraz, tras el escrutinio. Venga, fanguistas, a desgañitarse tocan: ¡FANGO, FANGO, FANGO!