Faraónico

La gente quiere ser funcionaria de la Administración periférica; es cada vez más periférico-patriótica que central-patriótica. Empiezo a sospechar que la amplitud de las plantillas de funcionarios y calidad de su empleo tienen algo que ver con la moda del nacionalismo periférico. En otras partes no pueden ofrecer tan buena oferta pública de empleo, porque la paga el Cupo.

 

El Día de la Constitución será recordado no por el modesto acto que desde hace años organiza la asociación Ciudadanía y Libertad en Vitoria -cuando nos quiten el día festivo todo el mundo argumentará que le impiden celebrarla-, sino por el gran movimiento de masas a la búsqueda de un trabajo de calidad en la oferta de empleo de la sanidad pública vasca. Metro y autobuses colapsados vertían un aluvión inconmensurable de personas nerviosas dispuestas a ser examinadas en el recinto mayor de Euskadi, la Feria de Muestras de Barakaldo.

Sospecho que desde los tiempos del Egipto faraónico no se movilizaba tanta gente por motivos laborales. En aquella época el excedente de mano de obra, o cuando finalizaban las tareas de canalizaciones y recogida de la cosecha, era movilizado por el estado para mayor gloria y grandiosidad de los monumentos del gran benefactor que era el faraón. Ahora, setenta mil personas, probablemente menos de las que se movilizaban entonces, se dirigen al BEC de Barakaldo intentando conseguir un trabajo o escapar de uno malo y en precario. En todo caso, para la mayoría de los trabajadores la casi única oferta de trabajo de calidad la hace la Administración.

Que en un país tan pequeño como el nuestro la oferta de empleo de la Administración movilice a tantísima gente, que tantísima gente quiera ser funcionario, podría indicar la enorme atracción que la superestructura política – perdonen el lenguaje marxista-, disfruta ante la ciudadanía. Ello explicaría, entre otras cosas, la enorme adhesión que provoca la Administración autónoma que ofrece empleo, -el amado euskera, necesario para que te lo den-, y de paso los políticos que detentan ese poder creador de empleo. Supone, que los otros empleos en su mayoría son muy malos, mal pagados, de naturaleza eventual, con más horas trabajadas que las del convenio. Y también, que en este país en el que cuando yo era joven sólo los fachas querían ser funcionarios, ahora lo quiere ser todo el mundo.

Sin embargo, habría que precisar, que hay trabajos de funcionario menos apetecidos, y que el ser funcionario de la Administración central no es tan deseado. No hay más que ver a los de Justicia con el pito en la boca en sus casi cotidianas manifestaciones porque no les acaban de homologar con los de Euskadi, a los policías nacionales haciéndolo en la Castellana, y no digamos a los guardias civiles haciendo un sucedáneo de manifestación en una cola ante la sede del Defensor del Pueblo. Por lo que habría que distinguir. La gente quiere ser funcionaria de la Administración periférica, de la central sólo cuando no queda más remedio, y, por consiguiente, la gente es cada vez más periférico-patriótica que central-patriótica. Empiezo a tener la ligera sospecha que la amplitud de las plantillas de funcionarios y calidad de su empleo tienen algo que ver con la moda del nacionalismo periférico. A más recursos en una Administración más afectos hacia esa Administración.

Pero lo importante no es hacer exageraciones teóricas, probablemente erróneas, sobre el fenómeno. Lo importante es su dimensión estética -todo un pueblo en marcha hacia unas oposiciones-, este movimiento de masas digno de ser filmado por de Cecil B. De Mille o Charles Chaplin (en la reformulación Tiempos Postmodernos y Periféricos). Buen coreógrafo de masas De Mille, buen intérprete de los fenómenos sociales Chaplin. Masas que debieran asustar, La Rebelión de las Masas Funcionarias, de resucitar Ortega.

Los domingos a la tarde-noche miles de jóvenes salen de la estación de autobuses principalmente hacia Madrid. Los ya colocados cogen los primeros vuelos del lunes. Son jóvenes que no han querido ser funcionarios o han sido rechazados por el sistema, probablemente la mayoría sean los mejores, que van a emprender su aventura para dejarnos aquí con el conservador país de los funcionarios. Nos consolaremos pensando que en otras partes de España no pueden ofrecer ni tanta ni tan buena oferta pública de empleo, es cierto, y lo es porque lo paga el Cupo. Dentro de poco años descubriremos que no nos hacían ningún favor con él: bajaremos a segunda.

Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 13/12/2006