ARCADI ESPADA-El Mundo
La peor condena que el PP podría haber recibido por este asunto afecta a su crédito moral. Y empezó a hacerse efectiva desde el primer día en que se publicaron las sospechas del juez. Para hacerse una idea cabal de cómo se publican ese tipo de sospechas en la prensa de referencia basta coger el titular que abría ayer El País: «Esperanza Aguirre, imputada por controlar la caja b del PP madrileño». La dimensión moral y técnica de este sucio titular solo podría advertirse en toda su pureza si dentro de seis años seis el mismo periódico y a tamaño idéntico se viera obligado a publicar: «Esperanza Aguirre, absuelta por controlar la caja b del PP madrileño».
El que piense que mediante una argucia retorcida trato de metaforizar sobre el fracaso ético de nuestra prensa estará en lo cierto, pero solo en parte. Porque, metáforas aparte, este es –justamente, fácticamente–, el plan que escandalosamente ejecutó ayer El País al dar cuenta en su web noticiosa de la absolución del PP. Al lado de la sentencia, un veterano cabecilla de la facción más sectaria del periódico deyectaba impertérrito: «Una grosera destrucción de pruebas». ¡De pruebas! Adviertan cómo olía el tercer párrafo: «Aquella maniobra [la destrucción del disco duro] tenía el aroma [¡!] de un intento desesperado de eliminar cualquier prueba que pudiera agravar las sospechas sobre la financiación ilegal del PP durante casi 20 años».
No es ya que el periodismo influya, como lo hace –y estruendosamente–, en el ánimo del juzgador, mediante todo tipo de chantajes directos e indirectos. Es que el periodismo sencillamente ya no acata. Su faro incesante, que barría la noche del mundo y surtía de protección y consuelo a los ciudadanos, se ha convertido en el más irresponsable distribuidor de injusticia de nuestro tiempo.