LUIS HARANBURU ALTUNA-EL CORREO

  • Es una realidad tóxica entre algunas de las fuerzas que sostienen al sanchismo. Es una cuestión entre libertad y liberticidio

A raíz de los sucesos violentos en Barcelona y Madrid con la excusa del encarcelamiento del rapero Hasél, el escritor Félix de Azúa ha reflexionado sobre «los grupos que usan medios fascistas, disfrazados de antifascistas, para lograr fines fascistas». Las palabras de Azúa dan a entender que los llamados ‘antifascistas’ podrían estar actuando como fascistas en pos de objetivos fascistas.

El antifascismo es un concepto político en el que se reconocen diversos grupos que se autodenominan ‘de izquierdas’, como el partido de Iglesias, la catalana CUP o la formación vasca EH-Bildu. Estos partidos ultranacionalistas o de extrema izquierda dicen actuar contra la emergencia del fascismo, al que identifican con la derecha extrema. Cuando Iglesias ha saltado al escenario electoral de Madrid lo ha hecho esgrimiendo la necesidad de parar a la «derecha criminal» a la que, obviamente, considera fascista. Para algunos todavía no ha concluido la Guerra Civil iniciada en 1936 y pretenden ahora dar la réplica definitiva al alzamiento «fascista» de Franco. Su impostado y extemporáneo antifascismo se reduce, sin embargo, a una retórica huera.

El escritor italiano Antonio Scurati es el autor de una magnífica novela, ‘M. El hijo del siglo’ (Alfaguara), en la que narra el acceso de Mussolini al poder. Se trata de un ensayo novelado sobre el contexto y la peripecia vital de Mussolini al alcanzar el poder. La izquierda comunista siempre ha considerado el fascismo de Mussolini como el avatar decadente del capitalismo depredador. Fue Clara Zetkin, fundadora del Partido Comunista alemán e inspiradora de la corriente feminista de ideologia anticapitalista, quien en los años 20 del siglo pasado sentó la posición del comunismo frente al fascismo que pasaría a formar parte del núcleo ideológico de la Tercera Internacional.

Para Clara Zetkin, «el fascismo es la expresión más directa de la ofensiva general emprendida por la burguesía mundial contra el proletariado». Añadía Zetkin que sería mucho más fácil derrotar al fascismo si se estudiara «clara y definidamente su naturaleza», pero no parece ser esa la intención de los nuevos antifascistas sobrevenidos, que se limitan a repetir una retórica formulada hace un siglo.

Umberto Eco, que conoció y padeció el fascismo en su niñez, se preocupó de poner al día su etiología y naturaleza. En una conferencia en la Universidad de Columbia (Nueva York, 1995) con el título ‘El fascismo eterno’ estableció el nuevo canon del fascismo, que perfeccionaba y superaba la anquilosada posición de Clara Zetkin.

Umberto Eco, que consideraba el fascismo como una lacra sempiterna y ubicua, señaló las catorce características que enumeramos acontinuación: culto a la tradición, rechazo del modernismo, culto a la accion por la acción, rechazo del pensamiento crítico, miedo a la diferencia, llamamiento a las clases medias frustradas, nacionalismo y xenofobia, envidia y miedo «al otro», antipacifismo, elitismo y desprecio por los débiles, heroísmo y culto a la muerte, transferencia de la voluntad de poder al sexo, populismo y oposición a la democracia parlamentaria y neolengua. Eco acabó su disertación advirtiendo de que el fascismo siempre puede regresar con las apariencias más inocentes y es nuestro deber desenmascararlo y denunciarlo en sus nuevas formas en cada parte del mundo.

Comparto con Félix de Azúa el pensamiento citado al comienzo y a tenor de la idea que sobre el fascismo aporta Umberto Eco, cabe afirmar que entre algunas de las actuales formaciones políticas autosituadas en la izquierda o en el nacionalismo étnico, que sostienen al sanchismo vigente, existen formaciones de signo claramente fascista. Al fin y al cabo, ser o no fascista no es una cuestión de izquierdas y derechas sino un asunto entre democracia liberal y populismo iliberal. Una cuestión entre libertad y liberticidio. Es cuando menos curioso que quienes han peleado a muerte contra la democracia española o la cuestionan de continuo se erigen ahora en oráculos de la democracia.

No debemos conformarnos con las deficiones que fueron más o menos afortunadas en el año 1923, hemos de procurar actualizar nuestro bagaje conceptual de la mano de quienes como Eco o Scurati han puesto al día una vieja patología política llamada fascismo. Por supuesto que el fascismo de izquierdas es una realidad tóxica en esta desventurada España. El fascismo de izquierdas califica a Vox de fascista, pero si aplicamos el canon del semiólogo Eco a algunas de las formaciones políticas que han sido aupadas a la «dirección del Estado» por el sanchismo nos encontramos con la paradoja de que a Vox tan solo cabe aplicar seis o siete de las catorce características señaladas por Eco, frente a la docena que cabe asignar a quienes ahora blasonan de ‘antifascistas’. Hay un refrán vasco que reza: «Zozoak beleari ipurbeltz» (el tordo llama culinegro al cuervo). Pues eso, ahora que ya llegó la primavera los mirlos cantan con afán, tanto aquí como en Madrid.