Fatiga de mar

ABC 15/05/14
DAVID GISTAU

«A veces se atisba en Rubalcaba una fatiga de la bronca como la del pirata que fantasea con regentar una posada que lo saque del mar»

Después de su intervención, Rubalcaba improvisó en la escalera un diálogo informal con algunos periodistas que recordó las ruedas de prensa de los entrenadores que hacen acto de contrición después de equivocarse con los cambios: «Hoy no he estado fino». Iba el hombre compungido como si hubiera fallado a la afición, que ha de ser la propia bancada. Si es menester animarlo, podríamos decirle que también las sesiones de control dan revancha, y que ahora dispone de una semana para correr de madrugada y hacer saco en un matadero con el cuarto trasero de una vaca, como Rocky.

La falta de agresividad de Rubalcaba puede inspirar recelos en un momento en el que la posibilidad de un gobierno de concentración ha sido introducida en las conjeturas de futuro. Sin embargo, antes parece que el líder socialista trata de trascender la escaramuza para ensayar, en el contexto electoral, un discurso europeísta de hombre de Estado pendiente de las generaciones venideras. Pero la sesión de control no es adecuada para eso. Viene a ser como subirse a un ring de «pressing-catch» vestido de «hare-krishna». Rajoy, que tuvo más instinto pendenciero, aprovechó el arrebato pedagógico de Rubalcaba para arrearle hasta en el cielo del paladar con el argumentario de la recuperación. A veces se atisba en Rubalcaba una fatiga de la bronca, como la del pirata que fantasea con regentar una posada que lo saque del mar. Conrad tiene un personaje así, que no envidia los barcos que ve zarpar, quién sabe si fletados en unas primarias.

Es cierto que Rubalcaba pilló a Rajoy ya azuzado por ese catalizador que es Rosa Díez. Es tomar la palabra la líder de UPyD, y la bancada popular se agita, bufa, sabotea la intervención con un ruido de fondo que pone al presidente Posada a exigir silencios y a pulsar botones como quien manotea hormigas. Cualquier día se equivocará, presionará uno de «eject», un diputado saldrá despedido y habrá que traer una escalera de bomberos para bajarlo de la bóveda. «¡Sea más ecuánime!», espetó Rajoy, quien, cuando se trata de Rosa Díez, incide siempre en lo personal con una hartura como de matrimonio desgastado que no se soporta ni l os ruidos al sorber sopa. Otras veces le dice que no se pase de lista, muy los Roper.

La pregunta de Rosa Díez era necesario que alguien la hiciera por fin, pues aludía a la postración del periodismo, a su proceso de desaparición como contrapeso del poder, en un grado inédito desde la Transición. Ocurre, no existiendo leyes represoras, que resulta difícil relacionar al Gobierno con una erosión provocada por cauces sutiles que incluyen la debilidad económica de los medios –y su búsqueda de cualquier asidero de supervivencia, incluido el orgánico–, el miedo al despido potenciado por algunas cabezas clavadas en picas –y, por tanto, la autocensura– y las llamadas telefónicas de reconvención ante las cuales un periodista necesita un editor o director con cuajo protector, y haberlos haylos. Nada que impida a un presidente llenarse la boca con la golosina retórica del amor a la libertad de prensa.