- La presunta «resistencia» de Sánchez se basa en un trampantojo. El PSOE sólo recupera una pequeña parte del voto que pierden Sumar y Podemos. El resto se desmoviliza.
«Al votante del PSOE le es indiferente la corrupción de los suyos».
«¿Cómo es posible que el PSOE siga todavía por encima de los cien escaños?».
«Pedro Sánchez podría confesar que lleva años amañando elecciones y seguirían votándole».
«Prefieren arruinarse y malvivir de la caridad del Estado que votar a Alberto Núñez Feijóo«.
«Odian más a la derecha de lo que se respetan a sí mismos».
Esto dicen hoy millones de españoles que sufren, sin saberlo, fatiga de Sánchez.
El de la fatiga política es un concepto popularizado hoy por esa parte mayoritaria, pero silenciosa, de la sociedad estadounidense harta de que cualquier conflicto social fácilmente resoluble con un mínimo de sentido común haya sido contaminado por la polarización ideológica.
La fatiga política es la que genera cualquier grupo radicalizado que haya convertido su causa particular en el filtro con el que analizar todas las realidades sociales, venga o no venga a cuento.
Y de ahí la fatiga progresista, la fatiga feminista, la fatiga cambioclimática, la fatiga racial…
La fatiga trumpista, también.
Otro de los términos de moda en Estados Unidos es white fatigue, que alude al mismo fenómeno, aunque desde el punto de vista del sufridor y no del culpable de la fatiga. Porque en los Estados Unidos, los más fatigados por la martingala política son los blancos.
Otra cosa diferente es que esos blancos sepan identificar correctamente el origen de su fatiga.
El profesor Joseph Flynn, autor de White Fatigue: Rethinking Resistance for Social Justice, explica por ejemplo en su libro que esa fatiga suele darse en personas blancas que, a pesar de considerarse progresistas, ecologistas, feministas, antirracistas y demás –ismos, se sienten abrumadas por la constante discusión política y la necesidad de analizarlo todo bajo ese prisma.
Flynn, que se centra en su libro sobre todo en la fatiga racial, da en el clavo identificando el fenómeno, aunque como progresista considera que ese cansancio se debe, no a la insoportable toxicidad de las políticas identitarias, sino a una mala comunicación. Flynn cree que si el antirracismo se explicara bien, ningún blanco sentiría fatiga frente al adoctrinamiento racial.
Según Flynn, muchas personas blancas se sienten superadas porque la omnipresencia del enfoque racial desafía sus creencias sobre el mérito individual y la igualdad, y porque el debate se percibe como inabarcable, absurdo y sin fin.
La respuesta más habitual a esa fatiga es, entonces, la desconexión. El conflicto ideológico deja de interesar, la queja constante deja de producir efecto y cualquier nueva referencia al racismo sistémico es interpretada como un coñazo.
Sorprende que a Flynn le sorprenda esa reacción. Quiero decir, que lo sorprendente no es que los americanos reaccionen desconectando, sino que no hayan reaccionado de una forma más hostil a esa infiltración del sectarismo ideológico en todos los rincones de su realidad cotidiana.
Pero es que Flynn, claro, es progresista. Si sus ideas fallan, el culpable nunca es él, sino la realidad, que debe ser reajustada.
El concepto de fatiga política es también aplicable a cualquier argumento ideológico recurrente con el que un determinado político (pongamos como ejemplo el propio Pedro Sánchez) intente desviar el foco de la atención lejos de sus casos de corrupción.
En España, la fatiga de Sánchez rivaliza con la fatiga de la ultraderecha, la fatiga de las residencias de Ayuso y la fatiga de Israel, los tres espantapájaros rebozados en bulos que la izquierda suele agitar en cuanto arrecia un nuevo indicio de corrupción en el entorno cercano de Pedro Sánchez.
La fatiga de Sánchez no afecta a todos los españoles por igual. El votante inasequible al desaliento existe. El votante fanatizado, también. Para ellos, no hay fatiga que valga, porque son infatigables.
Pero es falso que Sánchez no esté acusando el golpe de la corrupción de su gobierno.
Un 6,9% de los votantes del PSOE en 2023 se han pasado ya al PP, como confirma el sondeo que publicamos ayer en EL ESPAÑOL. Un número indeterminado de los que todavía no lo han hecho están en eso que los analistas llaman el periodo de carencia. Es decir, el tiempo de descomprensión que todo votante de izquierdas necesita antes de dar el paso de votar a la derecha.
La fatiga de Sánchez no es más que la primera fase del proceso de desintoxicación del sanchismo. La segunda fase es el mencionado periodo de carencia.
Quienes se fatigaron hace años, quizá con los indultos de Sánchez a los golpistas de Junts y ERC, han tenido tiempo ya de superar el periodo de carencia y por eso confiesan hoy abiertamente estar dispuestos a votar al PP de Alberto Núñez Feijóo.
Pero otros muchos están aún en el periodo de carencia dado que no han roto todavía psicológicamente con el líder sanchista. Sufren fatiga de Sánchez, pero votar a la derecha se les antoja un Annapurna.
El camino es en realidad cuesta abajo. Pero ellos no lo saben aún.
Ese es el votante al que se está dirigiendo hoy Feijóo.
Me lo contaba un genovés hace sólo unos días. «Lo hemos estudiado. Tenemos el doble de votos a ganar por la derecha voxista que por la izquierda socialista. ¿Por qué no endurecemos entonces el mensaje? Porque el votante que le ganamos a Vox, aunque mejore nuestro resultado, no aumenta los votos del bloque de la derecha. Es un voto que enquista los bloques, que solidifica el muro de Sánchez. Pero el voto que le ganamos al PSOE aumenta el tamaño del bloque de la derecha y reduce el de la izquierda. La ganancia es neta».
Desde un punto de vista estratégico tiene sentido, entonces, acentuar la batalla en el centro. Porque lo que más daño le hace a Sánchez en estos momentos no es que el PP aumente un 10% su voto a costa de Vox, sino que lo haga un 5% a costa del PSOE.
No es cierto, además, que Sánchez «se mantenga».
En primer lugar, porque no lo hace. Los sondeos reducen día a día los votos del PSOE y la pérdida de votantes de izquierdas del llamado bloque progresista ronda ya los dos millones de papeletas. Por eso, como decía Pedro J. Ramírez este domingo, cuanto más resista Sánchez sin convocar elecciones, mayor será la victoria de Feijóo en las próximas generales.
En segundo lugar, porque la resistencia de Sánchez se basa en un trampantojo. El PSOE sólo recupera una parte del voto que pierden Sumar y Podemos. El resto se desmoviliza.
Aunque no desaparece, claro.
La obsesión del PP por no despertar el voto dormido de la izquierda no es, por tanto, un temor del todo irracional. Quizá haya un exceso de prudencia o de miedo en el PP, obviamente provocado por lo que ocurrió en las elecciones de 2023.
Pero no es cobardía, como caricaturiza un Vox al que la estrategia del PP de Feijóo, por cierto, beneficia claramente, ya que despeja para ellos el terreno de la derecha a la derecha del PP.
En el PP, en fin, cuentan hoy el mismo chiste que le cuenta el policía veterano Robert Duvall al novato Sean Penn en la película Colors cuando este le pide bajar corriendo del coche para pillar por sorpresa a unos traficantes que trapichean droga en una esquina.
No descarto en absoluto que el PP tenga razón y yo esté equivocado. Que la batalla se gane en la frontera con el PSOE, y no en la frontera con Vox.
Es más. Creo que es la táctica correcta, aunque lo que me pida a mí el cuerpo sea bajar trotando la colina con los cuernos por delante, envenenado por la fatiga de Sánchez.