En esta España que algunos representan incluyendo a un toro en la enseña constitucional, ha aparecido las últimas semanas un animal que no parece muy de estas tierras: el alacrán. Por un tiempo, este animal más bien exótico ha tenido el poder de unirnos en la preocupación por ver liberados a los tripulantes del atunero.
Tomar como referencia la península Ibérica significa hablar de la piel de toro. Esa referencia animal lleva directamente al otro término del título, a la fauna. La fauna ibérica se encuentra peleada. O, mejor dicho: las divisiones que se dan en España hoy se simbolizan por medio de referencias al mundo animal, una especie de división de la piel de toro en nichos ecológicos en los que no reina la variedad de las especies, sino solo una especie de forma dominante.
No cabe duda de que algunos, en Catalunya, preferirían no estar incluidos en la piel de toro, aunque tampoco su espíritu geométrico daría como para exigir la inclusión en el hexágono francés, pero sí para reclamar ser reconocidos como cuña entre la animalidad ibérica y el espíritu geométrico francés. Y ello a pesar de que para afirmar su desacuerdo en que sea el toro –el de Domecq, el de la mitología o el de las corridas entendidas como fiesta nacional–el que les represente simbólicamente en este intento por resucitar el sistema totémico, prefieren dejarse representar por el burro.
Es conocida la tendencia de estos animales a resistirse a las órdenes de quien les quiere dirigir. Son animales empecinados, muy independientes, de no fácil apareamiento –lo que puede explicar, en parte, además de las razones tecnoeconómicas en la agricultura, que haya sido declarado en peligro de extinción– y de difícil gobernación. Es decir: usando un término español muy castizo, son muy cazurros.
Pero, hete aquí que a algunos catalanes les gusta el término de cazurros para designar a los mesetarios, que son todos los que encuentran algo criticable en las posturas políticas derivadas del catalanismo. En el caso de la identificación de los catalanes con los burros, parece que no llega a asumir todas las características del animal totémico.
No parece, tampoco, que los mesetarios estén a favor de una plena identificación con las características de su animal totémico, el toro. Pasa este por ser un animal noble, de buena planta, bravío, de raza pura, criado para responder con esas cualidades en el albero, a las cinco en punto de la tarde. No parece que la chapuza, la impuntualidad, el desaliño y otras características provengan de la identificación totémica con el toro.
Los vascos han optado por la identificación con la oveja. A pesar de que malas lenguas desconocedoras de la verdadera historia dicen que el toreo a pie tiene mucho que ver con los vascos, la verdad es que muchos vascos tampoco se sienten identificados con el toro. Y han preferido, ahora que la matrícula de los vehículos no da cuenta de la identidad etnolingüísitica del propietario, pegar una oveja, o varias, en la parte trasera del coche: para que se sepa que dentro va un vasco. Un vasco que tiene como animal símbolo a ese animal que, si bien cuenta con una raza específicamente vasca, la oveja latxa, no es precisamente el más específico de la tierra vasca. Quizá los sorianos –Soria pura, cabeza de Extremadura, indicador del punto de partida de las cañadas reales y símbolo de la trashumancia hispana– tendrían tanto o más derecho que los vascos a reclamar ese tótem identificatorio.
Ignoro si los vascos que recurren a la oveja como animal de identificación valoran la tendencia a la masa de esos animales, su ser gregario, su necesidad de cambiar de pastos en invierno y en verano, o es el recuerdo de que los puertos vascos vivían del comercio de la lana castellana que partía rumbo a su elaboración en tierras de Flandes.
Los madrileños todavía no parecen haber dado el salto a desligarse del toro para reclamar el oso, aunque quizá entonces se encontraran con la oposición de los asturianos. Tampoco los extremeños parecen haber sentido demasiado interés en recurrir al cerdo como animal totémico de identificación. Y el presidente Revilla, de Cantabria, podría encontrarse con una oposición de los vascos si eligiera como su animal totémico a la anchoa: los vascos han elegido a la oveja, pero en su voluntad soberanista eso no significa que hayan renunciado a la anchoa como animal con el que poder identificarse.
Es más: en esta piel de toro que es la península Ibérica, en esta España que algunos representan incluyendo a un toro en la enseña constitucional, ha aparecido las últimas semanas un animal que no parece muy de estas tierras: el alacrán. Por un tiempo, este animal más bien exótico ha tenido el poder de unirnos en la preocupación por ver liberados a los tripulantes del atunero.
Y todo este animalario, esta fauna ibérica, vive en una tierra que, según dicen quienes lo saben, incluye a los conejos en su nombre, pues no otra cosa debe significar Hispania sino tierra de conejos. Teniendo ese trasfondo histórico y terminológico, es de comprender que, al final, los habitantes de esa tierra hayan terminado eligiendo sus animales totémicos específicos. Esperemos que en esta granja orwelliana en la que todos son iguales no aparezcan los cerdos afirmando que son más iguales que todos los demás. Y no me refiero a los extremeños.
Joseba Arregi, EL PERIÓDICO DE CATALUÑA, 19/11/2009