Lo lógico en cualquier país moderno es que la educación para la paz girase alrededor del respeto a la ley. Cualquier proyecto de educar sólo con la ética o la moral puede desencadenar el efecto contrario. Aquí se ha hecho una apología de la paz, rechazando la legalidad y la política, como para garantizar una generación más de violencia.
La pusieron con nocturnidad,la bandera española, acompañada por la ikurriña, en el tejado del Ayuntamiento de Bilbao. Con la poca gracia con que colocan las suyas los okupas. Eso sí, mi pecho se inflama y mi bilbaínismo se expande al ver ondear a unos metros, tan amplia y majestuosa como la que colocó Trillo en la plaza de Colón de Madrid, la mayor bandera de Bilbao que mis ya cansados ojos pudieran ver. Es la manera del alcalde de compensar el haber dado su brazo a torcer con la española.
Me parece que va ser esa bandera lo único espacioso y grande que tendremos los bilbaínos, pues toda una colección de conflictos se van dando en la Villa como consecuencia de la falta de espacio. A Bilbao le ocurre como a aquel piso de la posguerra de Gila, que para ponerse uno la camisa pasaba el brazo por la ventana hasta la casa de al lado. Tenemos problemas con la incineradora del tanatorio de Zumalakarregi, no sabemos dónde colocarlo; el relleno del canal de Deusto va por ahí, a la búsqueda del suelo que no tenemos, y el enlace viario de la Solución Este que proyecta la Diputación en Bolueta choca con los pisos de protección oficial que quiere construir Madrazo. No hay sitio, y, sin embargo, a pesar de todos los roces que esto genera, no vamos a decir que Bilbao sea sólo conflicto y que haya que resolver sus problemas escindiéndose de lo que le rodea. Hay problemas, pero los problemas locales, con derecho a fantasmada incluida, como la bandera de Bilbao, se resuelven en democracia pacíficamente y poco a poco. Cosa diferente es en otros ámbitos políticos.
No es de extrañar que al Parlamento vasco le haya sido imposible consensuar el plan de educación para la paz. El PSE y el PP lo rechazan, y atribuyen su contenido discutible a la incoherencia del tripartito. Pero es que, realmente, no resulta muy coherente presentar tal plan educativo para la paz y mantener la doctrina del conflicto, haciendo girar todo el devenir político alrededor de tal conflicto que sólo se resuelve con la autodeterminación.
Lo lógico en cualquier país moderno, especialmente en el mundo anglosajón, es que la educación para la paz girase alrededor del respeto a la ley. Desgraciadamente, la ley está aquí en entredicho, empezando por la frase de «antes cortarnos el brazo que aprobar la Constitución». Cualquier proyecto de educar basado simplemente en la ética o la moral puede desencadenar el efecto contrario. Acuérdense de que ya los tiranicidas de la antigüedad basaban el asesinato en razones éticas.
Ustedes, y han hecho bien, no han leído ningún tratado sobre la guerra, pero si lo hicieran descubrirían que los que mejor tratan el discurso de la paz son los teóricos de la guerra. En los años mozos me llegaba a emocionar leyendo a Mao reclamando la paz definitiva tras una heroica guerra revolucionaria y popular. Sean desconfiados cuando les hablen de paz, pues, como todo concepto que tiende a su absolutización, a su idealización, acaba convirtiéndose en su contrario, en origen de una buena guerra. Y aquí se ha hecho una apología de la paz tal, rechazando la legalidad y la política, como para garantizar a una generación más la permanencia de la violencia. Si no se respeta la ley, o se hace con nocturnidad y por el tejado, difícilmente se podrá educar para la paz.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 11/4/2008