Antonio Rivera-El Correo

  • Lo que está haciendo Pedro Sánchez es acoger por oportunismo las demandas nacionalistas y responder en los mismos términos

En un debate entre candidatos socialistas, en 2017, Patxi López espetó al actual presidente: «Pedro, ¿sabes lo que es una nación?». El diálogo no dio para más que para distinguir sumariamente entre nacionalismo y patriotismo, el primero fuera del radio de la cultura socialista y el segundo perfectamente defendible por esta. Después de los años, el socialismo español persiste en su indefinición sobre la organización territorial del país, reitera sus tics antifranquistas que le llevan a dar por bueno lo que viene de los nacionalismos periféricos y, sobre todo, actúa movido solo por el pragmatismo, por no decir oportunismo.

La Declaración de Granada, en 2013, señaló la hoja de ruta para que el PSOE transitara hacia el federalismo. Se ha cumplido, como mucho, en la mejora de la cooficialidad de las lenguas y en un genérico reconocimiento de las singularidades territoriales. Esperan aspectos fundamentales de entonces y algunos se ven amenazados por la erosión generada por el ‘procés’ catalán.

A la concreción política se llega no por filosofía, sino por necesidad. El país no abunda en federalistas concienzudos y sí en nacionalistas hiperactivos, sean centralistas o periféricos. Así se atiende su lógica y todos nos disponemos en la misma; el presidente el primero y su partido detrás. No es algo excepcional, pero no comulguemos con ruedas de molino. Lo que está haciendo Sánchez y el silencio de sus bases es acoger por mero oportunismo, ya que no han mantenido la iniciativa en ningún momento, las demandas nacionalistas, y responder en los mismos términos. Por cierto, ¿tiene bases el PSOE? (de afiliación a las que preguntar e ideológicas a las que acudir).

El federalismo es lo que decía aquella Declaración de Granada: equidad, solidaridad, acuerdo entre el conjunto de regiones; también que los que más tienen apoyen a los que menos, como hacemos con los ciudadanos con más o menos recursos. Es decir, como debería haber remachado Patxi López entonces, la nación ciudadana, política, no sentimental; la que nos iguala a todos en derechos reconociendo y haciendo valer las diferencias de cada territorio y de cada individuo. Una nación liberal, no comunitarista. Pues bien, eso no aparece en el contexto del acuerdo para hacer presidente catalán con todo merecimiento y oportunidad a Salvador Illa.

La lógica que siguen manifestando las izquierdas españolas, las antiespañolas y las periféricas en este debate (valencianas, aragonesas, gallegas, andaluzas…) es cien por cien nacionalista: bilateral y no igualitaria, egoísta y no solidaria, asimétrica y no equilibrada… Es claro esto entre muchos catalanes, ebrios de un ventajismo casi supremacista, pero lo es también entre muchas de los otros territorios. ¿Qué dicen en esta tesitura? Que quieren el mismo trato ventajoso y singular que aquellos. ¿Alguien ha hablado de acordar entre todos de una vez la reforma de la financiación territorial? ¿Alguien de esas izquierdas ha dicho que el principio de ordinalidad es puro egoísmo interterritorial que, por suerte, no se aplica como punto de partida teórico en la fiscalidad entre ciudadanos: que más aporte quien más gana y al revés? ¿Quién cuestiona que la salida para su región no sea un acuerdo opaco y oportunista ‘con Madrid’? ¿Alguien distingue federalismo de confederación, o nacionalismo de patriotismo, o nacionalismo político ciudadano del otro cultural y antiigualitario?

Insisto, semejante desconocimiento y falta de sensibilidad tiene que ver con una dejación peligrosa de criterios políticos en las izquierdas españolas: le compraron la mercancía al nacionalismo rancio del país -solo renunciaron al españolista- y acaban pensando en su lógica. España, querido presidente, no avanza hacia la federalización, sino hacia el caos o hacia el ‘sálvese quien pueda’ (o ‘tonto el último’). Solo lo remediará una disposición proactiva de ciudadanos y territorios que recuerden aquel axioma comunero castellano de que nadie es más que nadie. Sobre esa base se sentarán todos a hablar de lo que es de todos y, si alguien quiere ser del todo distinto, igual es que es mejor invitarle a que empiece a serlo del todo.