El congreso que el PP celebrará los próximos 5 y 6 de julio no es una refundación, pero sí el Rubicón del proyecto de Alberto Núñez Feijóo para el partido que encabeza desde 2022.
Con el programa ideológico que salga de ese congreso, Feijóo afrontará las próximas elecciones generales contra Pedro Sánchez.
Con ese mismo programa, Feijóo gobernará España durante los siguientes cuatro años, si consigue, a diferencia de 2023, la mayoría suficiente para ser investido presidente.
Feijóo se convirtió en presidente del PP el 2 de abril de 2022 tras la renuncia de Pablo Casado por una crisis que enfrentó al número uno del partido en ese momento y a su secretario general, Teodoro García Egea, con la política más popular de la formación, Isabel Díaz Ayuso.
Ese día, en el XX Congreso Nacional Extraordinario del PP, celebrado en Sevilla, Feijóo fue nombrado presidente con el 98,35% de los votos.
Pero ese Congreso sólo tuvo un objetivo. El nombramiento de Feijóo. No debatir el futuro proyecto ideológico del partido.
Esa es el capítulo pendiente que Alberto Núñez Feijóo cerrará los próximos 5 y 6 de julio: el de la definición de un proyecto político e ideológico para el PP de la próxima década.
Un proyecto que, tras el nombramiento de Alfonso Serrano, número dos de Ayuso, como presidente de la Comisión Organizadora del Congreso, aunará las dos almas del partido.
Una más dúctil y abierta a la socialdemocracia, la del propio Feijóo, pero también la de Juan Manuel Moreno y Alfonso Rueda; y una liberal y más cercana a las ‘esencias’ del partido, la de Ayuso, José María Aznar y Esperanza Aguirre.
Pero que ese pacto tácito entre las dos almas del partido sea tan previsible como necesario no resta dificultad a la tarea de definir un programa ideológico y político que resuelva algunos de los nudos gordianos que el PP necesita deshacer para afrontar las futuras elecciones generales con un proyecto propio diferenciado del que el PSOE, por un lado, y Vox, por el otro, proponen para España.
El primero de los problemas será el de adoptar posición ideológica en algunos de los grandes problemas que hoy afectan a los españoles.
La crisis inmobiliaria en un mercado envenenado por la okupación, el intervencionismo de la izquierda y la laminación progresiva del derecho a la propiedad, sin el cual no existe libertad.
El problema de la inmigración ilegal y, en conexión con este, el de la relación de España con Marruecos y Argelia.
Una asfixiante presión fiscal contra particulares y empresas que ni siquiera ha servido para evitar la evidente degradación de unos servicios públicos que han hecho que la palabra ‘tercermundismo’ empiece a aflorar en los medios de comunicación con dolorosa regularidad.
La filosofía antiempresarial de la izquierda española.
La guerra de esa misma izquierda contra la libertad de prensa y de expresión. Uno de los problemas más graves de la democracia española.
La expansión del Estado y el creciente intervencionismo de una maquinaria burocrática que ha acabado convirtiéndose en un lastre para la prosperidad. Algo que ha permitido al leviatán estatal ocupar espacios que deberían pertenecer en exclusiva al sector privado y la sociedad civil.
El eterno conflicto territorial, alimentado por un Pedro Sánchez que ha convertido en costumbre hacer cesiones disgregadoras y profundamente insolidarias a los partidos nacionalistas, cuando no dudosamente constitucionales, a cambio de sus votos en el Congreso de los Diputados.
La ocupación de casi todas las instituciones, desde el Tribunal Constitucional a RTVE, por afines al PSOE. Algo que podría hacer que ni siquiera una victoria de Feijóo le sirviera para gobernar con comodidad dado el más que previsible filibusterismo futuro de esas instituciones.
Y la evidencia de que la Constitución del 78 ha sido violentada durante los últimos seis años en formas que ni siquiera fueron imaginadas por los autores del texto. Un problema que requerirá para su solución algo más que un retórico retorno «al espíritu pactista de la Transición».
El Congreso del PP deberá definir también la posición del partido respecto al PSOE, pero sobre todo respecto a Vox. Feijóo en este sentido, afronta un reto mayor que el de Aznar cuando unificó a todas las derechas españolas en el PP y llevó el partido a la mayoría absoluta en 2000.
Y de ahí la necesidad de ampliar la base social del partido para que se vuelvan a sentir cómodos en él tanto los votantes socialdemócratas desencantados con el creciente autoritarismo de Sánchez, la mala gestión de su Gobierno y sus incesantes escándalos de corrupción, como los votantes conservadores y liberales de la derecha más ‘pura’ que se sienten desamparados por lo que algunos perciben como indefinición ideológica de un PP al que Rajoy llevó al más puro gerencialismo.
Fue esa incomparecencia del PP en el campo de batalla ideológico lo que hizo que Sánchez pudiera llegar a la Moncloa sin oposición y gobernar durante los últimos siete años sin que muchos españoles de derecha y centroderecha percibieran un proyecto sólido frente a él.
De esas lluvias de indefinición, los lodos de Vox y la hegemonía ideológica del sanchismo.
Si Feijóo da con la fórmula, el PP volverá a ser el partido atrapalotodo de los votos a la derecha del PSOE. Y para ello es necesaria la alianza de las dos almas del partido.