EDITORIAL-EL ESPAÑOL

La disparatada decisión de Vox de romper todas las alianzas autonómicas con el PP, incluyendo los gobiernos de Comunidad Valenciana, Murcia, Castilla y León, Extremadura y Aragón, pretendió poner entre la espada y la pared a Alberto Núñez Feijóo. Sin embargo le regaló una oportunidad única que el expresidente gallego no desaprovechó.

En una comparecencia televisada, el líder de los populares recuperó las líneas maestras de su plan político desde su llegada a Madrid, una alternativa a Pedro Sánchez que no pasa por el victimismo, la manipulación y la extravagancia, sino por la responsabilidad, la moderación y el sosiego. Feijóo, de esta manera, aprovecha la espantada de Vox para reforzar la centralidad del PP. Vox, por su parte, se pierde en una deriva irreflexiva que, a buen seguro, gustará más al húngaro Viktor Orbán y otros antieuropeos que entre sus filas, donde afloran señales de un nuevo cisma.

Santiago Abascal planteó un pulso a cuenta del reparto de los niños extranjeros sin familia agolpados en los centros de acogida de Canarias y Ceuta. El escenario es sobrecogedor. Sólo en Canarias hay 6.000 chicos en esta situación, cuando la región tiene capacidad para atender dignamente apenas a 2.000. El acuerdo entre las distintas comunidades no resuelve el problema. Pero al menos permite que 347 de estos niños pasen a ser tutelados por otras autonomías, aliviando la carga de los centros más saturados y ofreciendo unas mejores perspectivas a los menores.

Vox exclamó que esa es la gota que colma el vaso, en una decisión políticamente estúpida y humanamente despreciable para millones de españoles, sensibles a las desgracias que acompañan a estos niños y vacunados de ciertos discursos apocalípticos. Vox, a la postre, hizo cumplir su promesa de divorcio si el PP accedía a tales condiciones y Feijóo aceptó con buen tino el precio.

«Nuestra palabra dada a los votantes sigue intacta, son otros los que han cambiado», expresó el dirigente popular en la rueda de prensa. «Han cambiado los socios europeos que Vox ha elegido, sus preocupaciones electorales, y no sabemos si algo más, pero no han cambiado las preocupaciones de los ciudadanos, a las que nosotros sí vamos a seguir dedicándonos».

En sus palabras está la clave. Al desembarazarse de Vox, el PP queda liberado de la soga extremista y desarticula, de un plumazo, la propaganda socialista de un discurso secuestrado por la ultraderecha. Con este divorcio, el PP se proyecta como un partido responsable dispuesto a asumir riesgos por los intereses generales, capaz de neutralizar a la extrema derecha dentro y fuera del país, como constató el resultado de las últimas elecciones europeas, donde fue el verdadero dique de los euroescépticos.

Feijóo podrá convencer, con palabras y con hechos, de que tiene un programa donde no hay espacio para la radicalidad. La tarea no será sencilla. Pero el terreno está asfaltado.

El tiempo ha dado la razón a quienes, durante las negociaciones de los gobiernos autonómicos, argumentaron que el PP no debía ir con Vox ni a la vuelta de la esquina. De ahora en adelante será un desafío gobernar con minoría. Pero a cambio el PP proyecta que, a diferencia del PSOE, nada le impide renunciar ni al centro ni a sus principios, y que los pulsos no le entregan a la volatilidad ni a la agenda oportunista de los extremistas.