Alberto Ayala-El Correo
Alberto Núñez Feijóo es evidente que se ve ya como el próximo presidente del Gobierno y empieza a comportarse como tal. Esta semana presentó su programa electoral en un escenario decorado con una gran foto de los jardines de La Moncloa y sin preguntas. Al igual que Sánchez ha empezado a «cambiar de opinión» en asuntos de enjundia, como la reforma laboral. De votar en contra y recurrir a dos tránsfugas de UPN para ganar la votación -lo que evitó un error del diputado Casero- a anunciar que respetará la norma. De buscar confrontar dialécticamente con Sánchez a aceptar un sólo debate con el presidente, este lunes.
Feijóo se ve en La Moncloa, sí. Pero no le apetece nada tener que alcanzar el poder transigiendo con Vox como en Valencia, Castilla y León o Extremadura. Convirtiendo a Santiago Abascal en uno de sus ‘vices’; la otra, previsiblemente, será Fátima Báñez. ¿Solución? Lanzar que si gana pero queda lejos de la mayoría absoluta llamará a Sánchez y a cuanto barón socialista le quiera coger el teléfono, seguro que comenzando por Lambán y Page, para que el PSOE le permita gobernar ‘gratis et amore’.
A priori, ni bien ni mal. Felipe González, siempre dispuesto a lanzar una puyita y algo más a Sánchez -como Alfonso Guerra, Leguina, Redondo Terreros, César Antonio Molina o José Luis Corcuera, sí, el célebre exministro de la democrática ‘patada en la puerta’- no lo ven mal. Como el PNV, que sin Vox seguro que no tendría el menor problema en cambiarse de bando tan pronto el PP gobierne en Madrid, como ya lo hizo con Rajoy. Zapatero, que se está batiendo el cobre por Sánchez, lo juzga ‘imposible’.
En Alemania la democracia cristiana ha permitido un Gobierno de coalición para que los ultras no toquen poder. Claro que antes los socialistas no le regalaron una patada en salva sea la parte como el de Extremadura, donde quien ganó las elecciones, por un suspiro, fue el PSOE de Fernández Vara.
Feijóo quiere ganar y alcanzar el poder -en enero sugirió que de no lograrlo se volverá a Galicia-. Pero pareciera que, además, quiere garantizarse un PSOE descabezado, sin Sánchez, que no le incomode en los primeros meses en Moncloa junto a Vox.
El PSOE siempre ha sido un partido de duras pugnas internas. Entre Prieto, Negrín, Largo Caballero o Besteiro, en la Segunda República. En la Transición, entre Felipe González y los marxistas (como Tierno o Bustelo). Hoy, críticos haberlos haylos en Ferraz. Pero Sánchez se cuidó muy mucho, cuando recuperó el partido, de conformar un comité federal a su medida. Y el próximo grupo parlamentario estará abrumadoramente integrado por fieles, por lo que pueda ocurrir el día 23.
No parece que el presidente esté por tirar la toalla. Aún alberga alguna esperanza de victoria, aunque no sea tan sencillo como lo vende Ferraz. Las izquierdas deben ganar en escaños a las derechas. Pero no sólo. ¿Cuantas formaciones independentistas vascas, catalanas y gallegas apoyarían una nueva investidura de Sánchez y a qué precio? Sin esos votos, estaríamos abocados a otras elecciones en septiembre. No lo olviden.