En política, los pichones son esos seres etéreos, casi sobrenaturales, exentos siempre de la prueba del algodón, tan limpios, tan blanditos. Tan generosos, tan utópicos, tan ingenuos. No pasará mucho tiempo más, horas, quizás días, para que los pichones empiecen a exigir al PP que se abra el pecho por patriotismo, que Salvador Illa lo merece, que es como el ladrón bueno crucificado junto a Jesucristo, que el PP debe ponerse a disposición, regalarse al PSC y a Pedro Sánchez porque a fin de cuentas es el auténtico partido sistémico, el garante de la democracia, el que tiene en su mano que el PSC no sea rehén del separatismo catalán. Que es hora de un constitucionalismo con capacidad de cesión, de ahorrarse rencores, de responsabilidad y tal.
Olvidan los pichones que si los socialistas son presos del independentismo lo es por necesidad, sí, pero también por gusto. Todo lo de la convivencia y la concordia, ¿no era eso? El del PSOE con los nacionalistas es un convencimiento real porque en verdad creen que España tiene que ser de otro modo. Que hay que liberar a los catalanes, y a los vascos, del yugo rancio de un españolismo regresivo y de hojalata. ¿Los pichones olvidan qué ocurrió cuando los socialistas arrebataron a la derecha la alcaldía de Pamplona en favor de Bildu, ese icono del progresismo?
El pichón habla de pragmatismo, habla de racionalidad, habla de hacer el amor y no la guerra. Es un ‘happy flower’ que va a la contra mientras sostiene que va de frente
La ecuación para estos pichones del buenismo argumental es la siguiente. El PSOE desprecia a la derecha, la insulta, eleva un muro, fractura a la sociedad en dos mitades ideológicas irreconciliables y odiadoras, amnistía a delincuentes e indulta a golpistas, y hace alcaldes a afines al terrorismo. Pero la culpa de que el PSC pueda no gobernar con tranquilidad, una abstención aquí, unos presupuestos allá, es del PP. Y de Vox, naturalmente. Porque sumarían frente al Leviatán secesionista y, claro, hay que medir, hay que esforzarse, hay que renunciar…
El pichón habla de pragmatismo, habla de racionalidad, habla de hacer el amor y no la guerra. Es un ‘happy flower’ que va a la contra mientras sostiene que va de frente. Dice ver donde los demás no ven porque es más inteligente. Un visionario. Su ajedrez es de otra liga. El pichón de la derecha aspira a supeditarse a Illa, facilitarle lo que sus socios naturales, los que él ha elegido para un vuelco constitucional, para instaurar otro periodo preconstituyente con una nación de naciones y estaditos, parecen negarle ahora por aquello del tacticismo o por elevar la apuesta del chantaje cuando las urnas no han sido propicias a los estadistas de la barretina excluyente y el lazo amarillo.
El pichón arguye que el ‘procés’ ha terminado. Puede ser. Aquel ‘procés’, sí. Pero hace seis años que arrancó otro liderado por Sánchez. Es aquello, tan de pichoncete, de que el PP acuda en socorro para salvar al PSOE de sí mismo. Ya hay quienes dicen que al PP le saldría rentable oxigenar a Illa y a Sánchez porque más allá de sus excesos, son partidos de Estado. Y bla, bla, bla. Que Illa no es independentista, que es un pacificador que habla bajito. Que se ha dado cuenta de que con la caída del separatismo es el momento del patriotismo y demás. Más bla.
Tentaciones de bienqueda
Empiezan a presionar a Núñez Feijóo con el sentido del deber y diferencian entre lo que el PP querría hacer y lo que debería hacer porque la prioridad es reconducir el soberanismo del PSC hacia el constitucionalismo. Que en el fondo es un partido de ley. De orden. Que si este PSOE apoyó el 155 y que nunca es tarde para recuperarlos para el redil constructivo. Que la cuestión de Estado, ah la cuestión de Estado, lo demanda. Que es el momento idóneo de sacudirse a Vox desde la transigencia. Pero a menudo, las tentaciones de ser un bienqueda del tacticismo hacen a uno perder la perspectiva. Repiten que la gran derecha europea, la moderna y liberal, la derecha guapita recién duchada, fetén, simpática, ejemplar y sin rencores, debe imponerse.
Pero es solo la perspectiva simplista del pichón que desconoce que tiene muchos más enemigos oportunistas que amigos realistas.