- Me parece que la tarea de regeneración democrática que necesitamos no precisa de filigranas como la propuesta de la lista más votada en las elecciones municipales
El pasado lunes, el líder de la oposición Alberto Núñez Feijóo presentó un documento para la regeneración democrática de España. Sin duda el marco elegido era memorable: el oratorio de San Felipe Neri, en Cádiz, una maravillosa capilla barroca que cuenta con un retablo mayor presidido por una Inmaculada de Murillo. Y tanto, o más importante, es el lugar donde se promulgó la Constitución de Cádiz de 1812. Es allí donde arranca el constitucionalismo liberal en España, tantas veces derrotado en asonadas, golpes de Estado, dictaduras y guerras civiles. Desde el infame Fernando VII, malhadado y ruina de España, hasta la terminación de ese bucle catastrófico gracias a la Constitución de 1978.
Casualidades de la historia, el viernes anterior, en ese mismo marco se premió a Alfonso Guerra como padre de la Constitución en el “II Premio José Pedro Pérez-Llorca Rodrigo”, organizado por el Colegio de Abogados de Cádiz en un acto espléndido.
Uno de los sesenta puntos presentados por Núñez Feijóo, entre otros varios que merecen atención, ya sea en materia legislativa, de transparencia, etc., es la pretensión de que prevalezca la lista más votada en elecciones municipales; o, si se quiere, que el alcalde de nuestros municipios sea el que encabece la lista más votada. La consecuencia ha sido que es este punto el que ha atraído, casi en exclusiva, la atención mediática.
He de discrepar de semejante pretensión. Más allá de que nuestra ley electoral no está prevista en esos términos, de que se van a cumplir 44 años de las primeras elecciones municipales democráticas sin relevantes cambios legales, me pregunto qué sería de esa idea de que prevalezca la lista más votada -por ejemplo- en el País Vasco. Ya en 2011, y fundamentalmente en Guipúzcoa, se dio esa circunstancia. La consecuencia nefasta fue que en numerosos municipios de mediano tamaño, pero también en San Sebastián, EH Bildu -sucesora de la patética y criminal Herri Batasuna– conquistó muchas alcaldías al ser la fuerza más votada de la provincia. Y no sólo eso: la Diputación Foral de Guipúzcoa, auténtico gobierno provincial que recauda la mayoría de los impuestos, también fue presidida por un dirigente de EH Bildu, al ser la primera fuerza en las Juntas Generales; para que se entienda, una suerte de Parlamento provincial al igual que sucede en las otras dos provincias vascas, Vizcaya y Álava.