Muchos se admiran de cómo la idea de Galicia como nación fragmentaria (la Galiza de los actuales partidos nacional-separatistas) ha ido penetrando sin oposición y por infiltración en la Administración autonómica y municipal, en todos los niveles (el propiamente administrativo, el lingüístico, el educativo, el turístico, el toponímico, el onomástico, el emblemático), hasta su consolidación actual. No existe en Galicia fuerza política, con cierta implantación, que discuta esta idea.
Un componente diferencial de esta penetración, en contraste con otras regiones españolas (como el País Vasco o Cataluña), es que en Galicia no fue necesario que un partido programáticamente nacionalista llevase a cabo el peso de tal labor. El galleguismo no se ha convertido en un asunto partidista, sino que se ha hecho transversal a todos los partidos.
En Galicia no ha existido un Gobierno autonómico dirigido por un partido semejante a lo que representan en el País Vasco o en Cataluña el PNV o CiU. Tras la extinción del Partido Galeguista, ya en los años 60, el BNG, que durante los años de la Transición pudo tener funciones semejantes, sólo contó en el Parlamento autonómico de Galicia con un diputado durante los años 80, el incansable José Manuel Beiras Torrado.
Serán en este caso los partidos de implantación nacional canónica (UCD, PP, AP en su momento y PSOE en su versión galaica del PSdeG) los principales artífices de esa infiltración institucional nacional-fragmentaria en las Administraciones local y autonómica de Galicia. En este sentido, el BNG, que se supone que tiene un bagaje ideológico distinto al PNV o a CiU (ambos «burgueses»), no hizo ascos a plantar su firma, junto a CiU y PNV, en la Declaración de Barcelona de 1998 tratando de renovar la Galeuzcat. Prueba de que sus diferencias son más bien de naturaleza sociológica que política, con un horizonte separatista en común contra España.
Este galleguismo transversal (apartidista) no se produce por casualidad, sino por una estrategia deliberada, derivada de la situación en la que se encontraba el galleguismo durante el franquismo y que cuajará durante los primeros pasos de la Transición. Una estrategia, además, que tiene mucho que ver con Martin Heidegger.
Uno de los numerosos tentáculos (de los que habló Víctor Farías en el libro Heidegger y su herencia) por los que ha influido la política heideggeriana o el nazismo en su versión excátedra heideggeriana es la que del nacionalismo fragmentario español. Particularmente, el galleguismo, que tiene en Heidegger, a través del llamado piñeirismo, una inspiración muy directa.
[Julio Quesada, por cierto, ha sugerido (Heidegger de camino al Holocausto) la influencia de Heidegger también en el nacionalismo vasco].
Ramón Piñeiro, fundador en 1950 de la editorial Galaxia, fue la alma mater del actual nacionalismo gallego fragmentario y el artífice de esta ingeniería social con capacidad de penetración institucional, sottovoce y sin oposición, que influye en todo el espectro ideológico gallego: desde el derechista Fernández Albor (de AP) hasta el izquierdista Beiras comieron de su mano.
«Para nós o galeguismo non debía ser unha adscrición a un partido ou a posesión duna ficha, senón a conciencia moral de todos os galegos, un imperativo ético que comprometese non ideolóxicamente, senon moralmente. O importante era que a ideoloxía, fose cal fose, supuxese a aceptación do galeguismo», dejó dicho Ramón Piñeiro en su autobiografía Da miña acordanza.
Es de notar que lo primero que se traducirá al gallego por parte de la editorial Galaxia es a Heidegger. En concreto, además, Da esencia da verdade, en la que el filósofo de Baden hace una defensa de la libertad de su patria badense con toda la artillería filosófica existencial (o existencialista), quedando así justificado el carácter nacional de Galicia por su asimilación con la Heimat (patria local) heideggeriana.
Por la vía del prestigio de la idea de Cultura, amparada por la figura de Heidegger, se coló esa ideología nacional-fragmentaria sin que apenas se notara. Y todo ello con el respaldo de la figura de Fraga Iribarne, que, con haber sido ministro de Franco y padre de la Constitución del 78, garantizaba el trampantojo. «(Piñeiro) supo comprender que el galleguismo no podía ser únicamente la bandera de un partido, sino un compromiso pleno de todas las fuerzas políticas y sociales«, dijo don Manuel tras la muerte de Ramón Piñeiro en agosto de 1990.
Así, esa criatura del fraguismo que es Alberto Núñez Feijoo pudo decir sin escándalo hace unos años, en 2012, que «da mesma maneira que ser demócrata é un requisito básico para actuar en democracia, ser galeguista será un atributo elemental para actuar na democracia galega».
En la Galiza de Feijóo, quien ose discutir el galleguismo se queda fuera de juego. Cancelado.