Ignacio Varela-El Confidencial
- No es ninguna sorpresa, pero hoy ya tenemos la certeza de que el nuevo líder de la oposición se va a jugar todas sus fichas en la mesa de la economía. Más en concreto, de la microeconomía
Estoy seguro de que Pedro Sánchez se encontraba mucho más cómodo en aquellos encuentros navajeros con Pablo Casado que duraban menos de media hora en los que el líder del PP se limitaba a decirle a todo que no y a continuación se iba a la sala de prensa a disparar una ráfaga de interjecciones (un día llegué a contarle 15 en 30 segundos), para regresar rápidamente a Génova a seguir contando con Teodoro tropas leales y desafectas. Incluso para una portavoz como María Jesús Montero, con una relación tan problemática con la sintaxis, era un juego de niños despacharlo con un jipío sobre la crispación del PP y las alusiones de reglamento a la cosa de la ultraderecha.
Comenzó su comparecencia Alberto Núñez Feijóo constatando que solo habían transcurrido 20 minutos desde el final de su larguísima reunión con el presidente. A continuación, formuló una exposición de casi 40 minutos, leída sin disimulo, que tenía detrás unas cuantas decenas de horas de trabajo metódico. No tanto por la abundancia de información y de datos (esa es la parte fácil), sino por el acabado perfecto de la forma discursiva y el extremo cuidado de los matices. Por momentos parecía un discurso de investidura. Ni una improvisación, ni un exceso, ni un error. Ignoro si este señor tan formal y aparentemente desaborido tendrá éxito o fracasará en una política tan barriobajera y cateta como la que padecemos en España desde hace años, pero se agradece, después de tanta ingesta de garrafón, recuperar el sabor de lo sofisticado.
Moncloa preparó el encuentro siguiendo el manual de la casa. Un contrato de adhesión, filtrado previamente al diario del oficialismo, con un aparatoso listado de cuestiones preparadas para que el invitado firmara sin rechistar so pena de quedar como un faccioso cerril, saboteador del diálogo que generosamente se le ofrecía. Todas ellas habían pasado por un filtro: no resultar conflictivas con los socios.
Me temo que, si en el futuro se producen más encuentros como este (puede que a Sánchez se le hayan quitado las ganas para una temporada), van a tener que afinar más el tratamiento. El resumen de la jornada, vista desde un punto de vista estrictamente profesional, es que el equipo monclovita diseñó, como de costumbre, un acto de propaganda con apariencia de propaganda, mientras Feijóo realizó un acto de propaganda con apariencia de alta política.
No es ninguna sorpresa, pero hoy ya tenemos la certeza de que el nuevo líder de la oposición se va a jugar todas sus fichas en la mesa de la economía. Más en concreto, de la microeconomía. Y precisando aún más, de todo lo que toca directamente al bolsillo de las familias de la clase media y media-baja, a los autónomos y a los empresarios pequeños y medianos. Manteniendo siempre la pulcritud en las formas —no le apeó a Sánchez ni una sola vez el tratamiento presidencial ni dejó de referirse a él con malévola exquisitez—, en eso será implacable. No solo porque sabe que esa herida es la que más duele hoy en la sociedad española; sabe también que en ese terreno Sánchez está atrapado entre las exigencias de una realidad que se hace angustiosa por días y las servidumbres derivadas de sus alianzas políticas. Si Feijóo insiste cual martillo pilón en aliviar la carga de los impuestos a la clase media, no es tan solo porque esté convencido de su conveniencia, ni mucho menos por seguir el catecismo neoliberal; es, sobre todo, porque sabe que ese discurso suena a música celestial en millones de hogares, talleres y oficinas aterrorizados por la inflación y que Sánchez no puede dar un paso en esa dirección sin organizar una zapatiesta en su gallinero.
Feijóo plantea a Sánchez, como objeto de consenso, una revolución de su política fiscal. Le admite la mayor: que el Estado está recaudando más de lo que jamás ha recaudado, entre otras causas gracias a la espiral inflacionaria. Y le devuelve la pelota: ya que le rebosa el dinero extraído de los ciudadanos, puede permitirse el lujo de aflojar las tuercas de la presión fiscal a las familias sin que por ello sufran las cuentas públicas. Al menos, añade, mientras los precios nos asfixien. Es decir, le ofrece el consenso en el único espacio en el que sabe de antemano que Sánchez no se lo puede permitir. Y denuncia su cerrazón: el señor presidente ha querido hablar de todo menos de la política económica, que es donde está prisionero. Por eso se niega a aceptar cualquier sugerencia o enmienda a su decreto-ley, por razonable que sea.
Lo que hace Feijóo es formular un discurso clásico de centroderecha conservador, pero desprovisto de toda pretensión ideologizante; añadir unas gotas de populismo, pero sin que apenas se note; hablar desde la oposición con tono y ademán presidenciales, pero sin la gestualidad petulante de su rival; expresarse como un burócrata, pero cuidando de que le entienda el tendero de la esquina.
El presupuesto estratégico es que las próximas elecciones no se van a resolver en la cabeza de los ciudadanos, ni en el corazón ni en las tripas, sino en sus bolsillos y monederos. Que en la batalla de la derecha, él ganará si prima la incertidumbre y se impondrá Vox si prevalece el encabronamiento. Y que, precisamente por eso, tiene que hacerse creíble como proveedor de certezas y no excitar más de la cuenta la ira del personal. De ahí también el cuidado de las formas. Cada vez que se refiere a Sánchez como “el señor presidente del Gobierno” está señalando lo que les falta al pícaro que gobierna y al basilisco de Vox: credibilidad presidencial.
En realidad, donde Casado quiso ser la versión pija de Sánchez, Feijóo trata de construir una contrafigura: exactamente lo que hizo Biden para derrotar a Trump. También de él decían, con razón, que era un tipo aburrido. Pero resulta que quizás haya llegado el momento en que la sociedad esté harta de tanta diversión tóxica. Nada garantiza que salga bien, pero esa es la apuesta. Al menos, hay que admitir que, para ese propósito, el producto está bien estudiado.
Fijado así el público objetivo y delimitado el terreno del combate verdadero, no le cuesta ningún trabajo al líder del PP mostrarse razonable en lo institucional. Desbloquear los órganos constitucionales, adecentar un par de palabras de la Constitución si ello no conlleva abrir el melón entero, respaldar al Gobierno en tiempos de guerra y recordarle de paso que la política exterior es un asunto serio es lo que se espera de una persona de orden. Sospecho que lo que intenta Feijóo es que siete u ocho millones de españoles deseen retornar a los tiempos en que los presidentes, de izquierdas o de derechas, eran justamente eso: gente de orden.