El líder del PP ha sabido esta vez hacerse bien el muerto y resucitar a tiempo para darle la vuelta a un partido -que no a la partida- que se daba por ganado por Sánchez y sus socios
Cuando todo amenazaba ruina para Alberto Núñez Feijóo y para el PP, con Pedro Sánchez amnistiando a los golpistas que facultaron su investidura, con su acólito Cándido Conde-Pumpido en el TC conmutando a conmilitones andaluces capitaneados por dos expresidentes del PSOE como Chaves y Griñán la condena por todas las instancias judiciales de la mayor estafa a una Administración pública, el martes, 25 de junio, milagro. Para asombro total, el jefe de la Oposición se zafaba de la encamisada sanchista a cuenta del reemplazo de un CGPJ que era el último dique de contención de su ofensiva gubernamental para adueñarse del Poder Judicial y convertir sus órganos jurisdiccionales en mero tentáculo cubriendo con una nueva losa la sepultura de Montesquieu y su espíritu de las leyes. De no haberse obrado este portento frente a quien cree que todo le está permitido, el Tribunal Supremo hubiera corrido pareja suerte a la de un Tribunal Constitucional que cualquier día, tras constituirse en expendedor de bulas judiciales en favor de los intereses de Sánchez, puede amanecer con un cartelón en el frontispicio de su poliédrico edificio que ponga, como en una sede socialista, “Casa del Pueblo”. “Todo hombre que tiene poder -advierte el marqués de Secondat desde la tumba- se inclina a abusar del mismo; él sigue hasta que encuentra límites. Para que no pueda abusar hace falta que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder”.
Luego de los fiascos de un miope Casado con Sánchez, a quien aquel entregó la Corte de Garantías Constitucionales y la Cámara de Cuentas para asentarse como presidente del PP sobre unas baronías en alza y afianzarse como ministro de la Oposición, su sucesor Feijóo quiso actuar con mayor tiento, pero acreditó que nadie escarmienta en cabeza ajena. Pese al bagaje de timonear la Xunta cuatro legislaturas y su recelo gallego, sufrió dos serios revolcones inevitables en todo debutante en el primer ruedo de la política española. En ambas arremetidas, eso sí, no perdió la franela ni quedó desarbolado, sino que se tragó el orgullo, apretó los dientes y emprendió el arduo camino de tener que confirmar la alternativa siendo ya un doctorado en el arte de la política, pues no se elige el tiempo que te toca vivir, sino la respuesta que se da.
Así, mientras abordaba la demorada sustitución del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), luego de una tentativa baldía de Casado que precipitó la salida de Cayetana Álvarez de Toledo de la portavocía parlamentaria, Feijóo se topó con que, a punto de firmar, Sánchez se la estaba jugando con sus socios golpistas. En paralelo, mercadeaba con ellos achatarrar la sedición y la malversación para que los alzados del 1-O de 2017 se fueran de rositas. En un suspiro, Feijóo pegó un respingo que le evitó quedar peor que Cagancho en Almagro y granjearse una pañolada que le pusiera en la tesitura de tener que cortarse la coleta. En política, no se puede hacer lo que tus votantes no entienden.
Sánchez empotró como magistrados a dos exaltos cargos socialistas: a un exministro y a una directora general suyos para que completaran póker con dos magistradas protegidas por el régimen socialista andaluz de los ERE fraudulentos
Tras hibernar las conversaciones, Feijóo exigió que el deshielo fuera tutelado por la Comisión Europea como garante de que Sánchez no volviera a las andadas. A trancas y barrancas, avanzó la negociación hasta que la irrefrenable condición de Sánchez volvió a clavarle su aguijón, como en la fábula del escorpión y la rana, a un Feijóo al que, habiendo sido ya picado, la sombra del alacrán ya debiera espantarle. De esta guisa, mientras en Bruselas se trataba de despolitizar la Justicia, Sánchez aceleraba la colonización del TC. Tras asumir la presidencia Conde-Pumpido con su toga hecha guardapolvo desde que se aventurara, como Fiscal General con Zapatero, a no eludir el contacto con el polvo del camino para servirle con la banda terrorista ETA, Sánchez empotró como magistrados a dos exaltos cargos socialistas: a un exministro y a una directora general suyos para que completaran póker con dos magistradas protegidas por el régimen socialista andaluz de los ERE fraudulentos. Cuando Feijóo le afeó que hubiera contravenido los criterios estipulados para el órgano de los jueces, la doblez de Sánchez lo dejó estupefacto. Ello sólo incumbía al CGPJ al no haberse dicho nada del TC. Sorprendido por segunda vez en su buena fe, Feijóo parecía uno de aquellos argivos que, fiados a la palabra del rey espartano Cleómenes I, vieron ocupada la cuna de los héroes de la Guerra de Troya. Ocurrió la tercera noche de un armisticio de siete días arguyendo el sitiador que él no había dicho nada de las noches. La mítica Argos fue aplastada con nocturnidad (y alevosía), si bien sus dioses se vengarían de quienes profesaban que “valor o engaño, si es con el enemigo, todo es uno”. Luego de estas dos jugarretas, como para fiarse de Sánchez y no correr como Don Tancredo López la tarde de su grave cogida. Más cuando, entre engaño y engaño, Sánchez parasitaba instituciones y carcomía el Estado de Derecho con el desparpajo con el que, burla burlando, Lope de Vega compuso el soneto que le mandó hacer Violante.
De improviso, como la tormenta de verano que arreció esa tarde en Madrid, las cañas con las que Sánchez pretendía pescar a Feijóo, tras morder éste el anzuelo de la capitulación renovando el CGPJ, se tornaron lanzas
Al salvar Feijóo el punto de partida, el “informe caritas” -no confundir con el que elabora Cáritas sobre la pobreza- no dejó margen de duda al día siguiente en la sesión de control parlamentario aun con el lógico escepticismo de quienes, conociendo de que pie cojea Sánchez, aguardaban a que, de un momento a otro, rompiera a maullar el gato encerrado que muchos presuponían. Empero, ante el semblante contrito de los culiparlantes del banco azul y de los escaños de las formaciones que sostienen al Gobierno, el portavoz popular, Miguel Tellado, se permitió bromear con tales caras de circunstancias e inquirió a estos si acaso se les había muerto el micifuz. De improviso, como la tormenta de verano que arreció esa tarde en Madrid, las cañas con las que Sánchez pretendía pescar a Feijóo, tras morder éste el anzuelo de la capitulación renovando el CGPJ, se tornaron lanzas.
En el Casino Royal de la política, uno no juega con sus cartas sino con las del que tiene enfrente. Por eso, había que tener claro que el ultimátum de Sánchez a Feijóo que concluía con el mes de junio (o aceptaba el trágala o él torcería la ley para rebajar la mayoría en el CGPJ) escondía la espada de Damocles que pendía sobre la cabeza del jefe del Ejecutivo del inminente informe de la UE sobre el retroceso del Estado de Derecho en España, como anticipé la noche del martes en Trece TV. De ahí que, visto con perspectiva, Feijóo acertara de lleno al llevarse asunto tan astifino a la Gran Plaza de Bruselas. Aunque repugnara al sentido de común, se explicaba por la excepcionalidad del momento.
Tras semanas de no llegarle la camisa al cuello y consciente de que se jugaba el ser o no ser con esta operación de alto voltaje, Feijóo respiraba aliviado. Aun estando en minoría, palía los desastres de una contrarreforma judicial de González de 1985 que debiera haber derogado Rajoy con su disipada mayoría absoluta contraviniendo su compromiso electoral. Además, determina que el siguiente CGPJ sea elegido por jueces entre sus pares, sin interferencias políticas. Al no existir fórmulas perfectas, todo procedimiento tiene sus contraindicaciones, pero es indudable que se frena la enfermiza politización de la Justicia que ha estado en un tris de llevarse por delante el Estado de Derecho.
Más pronto que tarde, Sánchez traicionará a Feijóo como Zapatero a Aznar al suscribir con su mano derecha el Acuerdo Antiterrorista y estrechar con la izquierda la de ETA
Sin duda, podrá argüirse, con razón, que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un mentiroso compulsivo como “Cleómenes” Sánchez se atenga al “pacta servanda sunt”, por lo que, más pronto que tarde, traicionará a Feijóo como Zapatero a Aznar al suscribir con su mano derecha el Acuerdo Antiterrorista y estrechar con la izquierda la de ETA. “Timeo Danaos et dona ferentes” (“Temo a los griegos incluso cuando vienen con regalos”), exhortaba Laoconte, sacerdote del dios Apolo, a los troyanos para que rechazaran el caballo de madera dejado por los griegos a las puertas de la ciudad asediada.
De hecho, su edecán Bolaños, signatario con González Pons, parece rememorar al gran cacique Romanones, tres veces jefe de Gobierno con Alfonso XIII, proclamando igualmente lo que éste le espetaba a los diputados: “Hagan ustedes las leyes y déjenme a mí hacer los reglamentos”. Cabiendo todo tipo de cábalas, desde luego, un acuerdo lacrado con el sello de una vicepresidenta de la CE, la checa Vera Jourová, en cuyo despacho figura un retrato del expresidente Václav Havel, héroe de la resistencia contra el comunismo, se revela difícil de quebrantar si Sánchez no quiere quedar a la altura del húngaro Orbán. Menos si aspira a un puesto continental, como el luso Antonio Costa, al salir de La Moncloa.
Sánchez se metamorfoseará de estadista capaz de llegar a acuerdos a diestra y siniestra tras devorar el voto a su izquierda donde ya sólo crecen jaramagos
Se comprende que Feijóo se viniera arriba frente a quien, de paso, se desmonta su discurso de la ultraderecha y del fango para anatemizar al PP, pues quien pacta con la ultraderecha pasa a serlo, según el mendaz argumentario sanchista contra los pactos de los populares con Vox en autonomías y municipios. Es más, rememorando la escena del camarote de los hermanos Marx: “… y dos huevos duros”, un crecido Feijóo reclamó a Sánchez la dimisión del Fiscal General del Estado, que sus adláteres en el TC cesen de rejuzgar las sentencias del TS y que éste responda por las corrupciones familiar, en lo que se refiere a su mujer y a su hermano, y de partido por medio de la “trama Koldo”.
Diríase que, secundando la metáfora de Carlo Ancelotti para explicar los encuentros que el Real Madrid deja para última hora resolver, Feijóo ha sabido esta vez hacerse bien el muerto y resucitar a tiempo para darle la vuelta a un partido -que no a la partida- que se daba por ganado por Sánchez y sus socios. Confusos, estos oscilan entre la indignación y la perplejidad con quien se malician que esté preparando un volantazo que los deje en la cuneta ante un eventual anticipo electoral si no se aclara el gatuperio catalán. Antes de que se le desplome encima el muro que alzó al iniciar la nanolegislatura, Sánchez se metamorfoseará de estadista capaz de llegar a acuerdos a diestra y siniestra tras devorar el voto a su izquierda donde ya sólo crecen jaramagos. Volvería a hacer de la necesidad de su pacto con PP virtud vistiendo la pose que ensayó el miércoles sacando pecho de presidir un Gobierno de pactos y convirtiendo en escombros del muro para hacer una pasarela. Un camaleónico Sánchez evoca el personaje de Leonard Zeig que Woody Allen llevó al celuloide. Al lado de un judío, le crecían barbas y tirabuzones; en junto a un negro, su piel renegreaba. De igual modo, “Zelig” Sánchez se mimetizará con quien sea menester y se enfundará un traje de centrista de ocasión. Para esa pose, “un Gobierno de acuerdos” puede que sea el leitmotiv de quien hace suyo el cínico aforismo del escritor Frédéric Beigbeder: “No hay que tratar al público como si fuera tonto ni olvidar nunca que lo es”.