Editorial-El Español
No es la primera vez que Alberto Núñez Feijóo se compromete a reducir el número de ministerios y a racionalizar la estructura gubernamental si llega a La Moncloa. Y difícilmente se puede estar en contra de la intención del candidato a la presidencia, que ha expresado este martes en una entrevista, de dejar los 22 ministerios actuales en aproximadamente 13.
Ciertamente, hay varias carteras que en el mejor de los casos se bastan y se sobran con una secretaría de Estado o un departamento. Y más en un contexto de gasto público disparado.
Tal es el caso de Consumo, Universidades o Derechos Sociales y Agenda 2030. Pero no así el del Ministerio de Igualdad, que Feijóo, como informa EL ESPAÑOL, quiere convertir en una subdirección general dentro del Ministerio de Sanidad. Es decir, con el argumento de que ninguno de los grandes países europeos tiene un ministerio dedicado exclusivamente a esta materia, volver al modelo del gobierno Rajoy.
Porque si a lo que se refiere Feijóo cuando dice que «España no está para estas cosas» es a las extravagancias de Irene Montero y Ángela Rodríguez Pam al frente de esta cartera, no le falta razón. Pero olvida el presidente del PP que no es justo degradar las políticas de igualdad por el hecho de que las titulares del ministerio a su cargo hayan sido una auténtica calamidad.
Lejos de ser un motivo para arriar la bandera de la igualdad, el fracaso del Gobierno de coalición para responder a las demandas del feminismo es justamente una oportunidad para que el centroderecha abandere un movimiento que se ha quedado huérfano.
Porque, en efecto, la estrecha y sectaria concepción del feminismo que maneja Irene Montero le ha llevado a concebir el Ministerio de Igualdad como un arma para la guerra cultural y para imponer los planteamientos más extremos y desquiciados.
La chapuza de la ley del sí es sí, que ya ha beneficiado a más de mil agresores sexuales con rebajas de condena, es el caso más palmario de cómo el «gobierno más feminista de la historia» ha fallado a las mujeres.
No cabe duda de que sólo sobre la base de su utilidad puede justificarse presupuestar una cartera de Igualdad. Y este ministerio se ha entregado a una sucesión de iniciativas a cada cual más frívola y disparatada, como la potenciación del lenguaje inclusivo, las desastrosas campañas contra la gordofobia o la «visibilización» de la masturbación en la vejez.
Unas políticas públicas, además, que se han excedido en su celo intrusista, cuestionando los hábitos sexuales de las mujeres o queriendo fiscalizar el reparto de las tareas del hogar. Por no hablar del peligroso discurso que las titulares de Igualdad han inoculado en la opinión pública, alentando la idea de una suerte de sistema judicial patriarcal ante el que las mujeres estarían indefensas.
El PP puede erigirse como representante de la auténtica causa feminista, aquella que se circunscribe a la reivindicación de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, y que no se desliza hacia la criminalización de los varones.
Un eventual Gobierno de Feijóo deberá corregir el rumbo de un feminismo institucional que ha llegado hasta el punto de poner en duda la presunción de inocencia de un hombre por el mero hecho de serlo. Y que, con casos como el de los indultos a madres condenadas por secuestro y maltrato infantil, ha trasladado a la sociedad el mensaje de que una mujer podrá cometer actos ilegales impunemente si alega una supuesta discriminación sexual.
Puede que esta promesa de Feijóo responda también a una estrategia electoral destinada a captar voto de la porción moderada de Vox. Pero no puede pasar por alto el principal problema que justifica la existencia del Ministerio de Igualdad: la lucha contra la violencia de género.
La impotencia de los poderes públicos ante el incremento de las denuncias y el repunte de casos de mujeres asesinadas a manos de sus maridos evidencia otro de los fracasos de la cartera de Montero. Un Gobierno del PP podrá demostrar su compromiso con la igualdad destinando más recursos materiales y humanos a la lucha contra la violencia de género, y reforzando las áreas especializadas de la Policía para erradicar esta terrible lacra.
Frente a la inutilidad de los eslóganes y las buenas intenciones, es deseable un replanteamiento del ministerio de Montero que se ocupe de políticas de igualdad efectivas para reducir la brecha de género. Y que esté dirigido por perfiles sensatos y competentes.
Feijóo no puede desaprovechar esta oportunidad para convertir a su partido en un representante de la causa feminista que capitalice y vuelva a vertebrar el movimiento que se fracturó en el último 8-M.