Luis Ventoso-El Debate
- El estilo calmo le permitió vadear las emboscadas de la Moncloa, que por supuesto no faltaron
Doctor cum laude con un máster en MA (Marrullería Aplicada), el eventual presidente le preparó a Feijóo una pequeña emboscada de bienvenida para su primera visita monclovita. El flamante jefe del PP llevaba días demandando al Gobierno un orden del día para el encuentro. Ni caso. Mas, hete aquí que entrando ya a la estancia de la reunión, el equipo de Presidencia va y le entrega a Feijóo un documento de trece páginas con once puntos para tratar. Una vez concluido el encuentro, y para rematar la jugada, la portavoz del Gobierno comparece ante la prensa para reprocharle a Feijóo que no había traído nada preparado para la cita, a diferencia del Gran Timonel que vela por todos nosotros y nosotras.
Son las trampas en la ciénaga que distinguen al sanchismo. Otro ejemplo: a estas horas, los partidos de la oposición todavía no han recibido formalmente las cartas del giro diplomático ante Marruecos. El Gobierno optó por darlas a conocer directamente a través de su periódico de cámara, saltándose así el respeto más elemental a los cauces institucionales.
Cuando te enfrentas a un equipo que practica el juego subterráneo y la patada a la espinilla te quedan dos opciones. Una es entrar al trapo de la tangana y liarte a mandobles. La otra, más difícil, pero más inteligente, consiste en optar por la finta y el tiki-taka, evitando el cuerpo a cuerpo. Pablo Casado, tal vez por bisoñez, o por un talante polvorilla, tendía a encenderse y responder a las celadas de Sánchez propinándole una buena mano de leches con un verbo tipo ametralladora. Feijóo, que ya no es un nene de la política, que peina 60 tacos y ha gobernado cuatro legislaturas, es más largo y astuto. Así que opta por un tono calmo, incluso un poco muermo, que al final hace más daño a su adversario que el abuso de la pirotécnica dialéctica. Con Casado, al final sucedía el efecto Pedro y el lobo: daba tantas voces de alarma que para el gran público era ya como quien oía llover.
Uno de mis más inteligentes y queridos amigos suele citar un consejo que le daba su padre: «Con tus enemigos nunca des acuse de recibo cuando te lo están haciendo pasar mal. No muestres enojo ni sufrimiento». Algo así hizo Feijóo tras salir de la Moncloa. Habló tres horas con Sánchez y no rascó pelota, por supuesto, pues es imposible negociar con un frontón doctrinario. Pero se cuidó de salir a la palestra muy calmo, celebrando la «gran cordialidad» del encuentro, para acto seguido hacerle un traje al enumerar sus desaguisados económicos uno tras otro. A continuación presentó sus propuestas y en general sorteó ileso la trampa de visitar al rey del trile, a pesar de que se nota que todavía debe mejorar su conocimiento del temario nacional (por ejemplo, lo del artículo 49 de la Constitución es un peligroso caballo de Troya, como bien había diagnosticado el equipo de Casado).
Todos hemos olvidado ya a Teo Egea, porque esto va muy rápido y en la era de la taquicardia digital impera la memoria de pez. Pero sin saberlo prestó un gran servicio a España, porque calentándole la cabeza a Casado y armando aquella absurda guerra con Ayuso, que se los llevó a los dos por delante, Egea logró que el primer partido de la oposición tenga hoy un candidato con muchas más opciones electorales. El PSOE la gozaba en los días del bochornoso circo interno del PP. Pero la jornada en que cayó Casado fue en realidad luctuosa para Sánchez. Le va costar ganarle las elecciones al viejo zorro orensano. Un periódico que fue de derechas, y que ahora le hace ojitos al sanchismo, porque la vida está muy achuchada, lanzaba tras la reunión de la Moncloa una alerta web para destacar un puyazo de Sánchez sobre lo verde que está Albertiño. Puede ser… pero ayer ojeé una encuesta que circula por ahí, de un instituto respetado, y ya coloca al PP en cabeza con 120 escaños y sumando una plácida mayoría absoluta con Vox.
No hay gobernante que sobreviva a una inflación de caballo. Y Sánchez, que tiene más boquetes que el barco en que naufragó mi padre tres años antes de nacimiento, no será la excepción.