José Alejandro Vara-Vozpópuli
- Sánchez contempla en la distancia su semana trágica. De los muertos de Melilla a los pederastas del ‘sí es sí’. Feijóo teme que el calendario interrumpa su racha más positiva
Hay dos personas a las que el Mundial de Catar se les cruza en el destino como una pesadilla. Feijóo y Ancelotti maldicen la hora en la que emergió entre las dunas del Golfo este Campeonato de bucaneros y dictadores. Les parte a ambos sus planes por la mitad. Al contrario que a Cristina Kirchner, la amiga de Irene Montero, la gran ‘chorra’ del Cono Sur, que se abraza a la pelotita del desierto como a un salvavidas.
El Mundial todo lo arregla, piensan en Argentina, donde el fútbol es una religión, Maradona es dios y Messi su profeta. Más de 60.000 aficionados estarán en Catar para ver el triunfo de sus héroes. Poco importa que el país esté hecho un desastre, con los índices de inflación, hambre, pobreza infantil y fuga de jóvenes más elevados de todo el subcontinente. «Durante un tiempito podemos olvidarnos del precio de la canasta de la compra», declaraba muy ufana la ministra de Trabajo, una sindicalista atorrante. Peronismo y balompié, la pareja perfecta.
Raúl Alfonsín, por ejemplo, tuvo que salir por piernas de la Casa Rosada sin cumplir su mandato pese a ser el presidente del Mundial del 86, el segundo título planetario de su selección. Claro que era del Partido Radical, un ‘gorilón’ como llaman por allá a quienes no profesan el fascismo instaurado hace ocho décadas por ‘el general’.
Este año toca.. El balón espantará todos los males y el cuento de la lechera patagónica desterrará todos los llantos. Al menos por un tiempito. En nuestro país, sin embargo, ni el líder de la oposición ni el entrenador del primer equipo del mundo comulgan con esa idea. El maldito Mundial les destroza su estrategia. Ancelotti maldice, con su mítica templanza, el espantable jamboree de Catar, de donde teme que sus jugadores regresen tocados, quizás lesionados y hasta sicológicamente hundidos si su selección no cumple con las previsiones.
Feijóo también maldice este paréntesis que arranca el domingo y que no se cerrará, Navidades mediante, hasta muy avanzado enero. Un parón inoportuno en un momento favorable a sus propósitos, puesto que el Gobierno atraviesa, como un zombi, los negros corredores de una pesadilla, un cúmulo de turbulencias que amenaza con provocar un naufragio. Esta ha sido la semana trágica del sanchismo. A la ruptura del pacto por el reparto de los jueces siguió el estallido de Melilla, el reclamo independentista por la sedición, la malversación y ahora la ley del sí es sí. Demasiados ingredientes en el plato para despacharlos sin ahogos.
La salvajada de ayer queda desalojada por la animalada de hoy. Y así sucesivamente. Sin escrúpulos ni límites morales a los que atender, las labores de gobierno resultan tan sencillas como embadurnar con mayonesa la Capilla Sixtina
Sánchez, como no es futbolero, no se ha encomendado al espíritu de Luis Enrique para salir con bien de este momento asfixiante. En nuestro país el Mundial ha despertado tanta pasión como Todo sobre mi Ayuso, la última película de Almodóvar. Ni siquiera el griterío destemplado de los narradores deportivos ha logrado encender la llama del entusiasmo entre una afición que hace ya tiempo descree de su selección, un conglomerado de intereses sin alma y corsarios sin principios. Los chavales que se enfundan la camiseta apenas tienen culpa alguna de esta situación.
No necesita Sánchez de la farsa de Catar para escapar de su enrevesado laberinto. Recurrirá a su artimaña más frecuentada, una apuesta segura, un truco vencedor. La fórmula es muy sencilla: un escándalo sepulta al anterior, una enormidad desplaza a la precedente. El rosario de barbaridades se sucede a ritmo de vértigo. La salvajada de ayer queda desalojada por la animalada de hoy. Y así sucesivamente.
Sin escrúpulos ni límites morales a los que atender, las labores de gobierno resultan tan sencillas como embadurnar con mayonesa la Capilla Sixtina. El frenesí informativo se encarga del resto. Los titulares de hoy serán el escombro del que emergerán los titulares de mañana. Basta repasar el prontuario de episodios, entre desmesurados y terribles, que ha perpetrado el mandarín socialista desde su llegada a la Moncloa para confirmar la inaudita intensidad del itinerario. Nadie es capaz de pergeñar tal nivel de ataques a los pilares de la convivencia democrática como los que acumula Sánchez en su apestosa mochila.
Asalto a los organismos e instituciones, Fiscalía General del Estado, RTVE, CIS, CNI, INE, CGMV; ampliación de la edad del aborto sin permiso paterno; pacto de la reforma laboral con Bildu; acercamiento de asesinos etarras a las prisiones del País Vasco; dos decretos de alarma inconstitucionales cuando la pandemia; Pegasus y el móvil sospechoso del presidente; entrega subrepticia del Sáhara a Marruecos; entrada ilegal del jefe del Frente Polisario; uso permanente e irregular del Falcon; indultos a los golpistas catalanes; respaldo al incumplimiento de la ley del 25 por ciento en castellano; voladura del delito de sedición; manoseo de la prevaricación y, ahora, la ley del sí es sí. Y muchos más en el capazo. Mil y un episodios de indignidad jalonan una trayectoria de excesos aún sin castigo. Un repertorio impensable en una democracia de principios exigentes en la que se respeta el Estado de Derecho y los principios constitucionales.
La amnistía de facto a los conjurados del procés y a sus monaguillos, la convocatoria de un referéndum de autodeterminación, la secesión de la Comunidad catalana, el plebiscito sobre la Monarquía…
No necesita Sánchez de señuelos futboleros para camuflar sus pifias o sus provocaciones. Le basta con superarse, día a día, en la persistente escalada de sus tropelías. Irán sucediéndose sin pausa, una a una, en incontenible goteo. Llegarán, si le dejan, la amnistía de facto a los conjurados del procés y a sus monaguillos, la convocatoria de un referéndum de autodeterminación, la secesión de la comunidad catalana, el plebiscito sobre la Monarquía… y así hasta redondear el proyecto de Estado que Sánchez (con la inestimable ayuda de Rodríguez Zapatero, gran muñidor de buena parte de lo que acontece en estas penosas fechas) tiene previsto para España.
La imparable salida de la cárcel de todo tipo de pederastas y violadores parece asunto inasumible para cualquier Gobierno. Los auscultadores del futuro adivinan cimbronazos en Moncloa y testas sacrificadas. No parece que Sánchez se inquiete. Ni siquiera que medite sobre la patada al trastero de Montero. Quizás con razón. ¿Seguirá Feijóo, con su mesurado tono, mirando a Catar y lamentando su mala suerte con el calendario? ¿Seguirá la sociedad inerte y pasmada ante el avance de lo que considera irremediable? «Estaba aclimatado al fracaso y no se resignaba con dulzura a un cambio de régimen», sentenció Herbert Quain en situación similar. Ah, quizás sea eso.