ANTONIO RIVERA-EL Correo
- Su decálogo para llegar a La Moncloa es, en el fondo, el mismo de Aznar y Rajoy: dejar cocer al Gobierno en la salsa de una crisis interminable y luego ya veremos
Dicen quienes visten estas cosas con la solemnidad de la razón que el nuevo líder conservador tiene un plan para llegar a La Moncloa. Le han dado incluso el título de decálogo, que ya se sabe que desde Moisés lo que cabe en ese guarismo adquiere una condición más respetable. Además, Feijóo gusta de presentar sus propuestas de diez en diez: para el turismo, la financiación autonómica, la atención primaria en la sanidad, sus estrategias para Galicia o las soluciones para Vigo.
Tantas ideas remitirían primero a un cambio en la organización del partido, dando carta de naturaleza al poder de los barones regionales -Feijóo viene de ser uno de ellos- frente al aparato, pues no en vano la última pendencia en el PP se resolvió con la victoria de los primeros sobre este segundo. Vamos, hacer ley de lo que ya es norma de uso y apaciguar tensiones internas dando carrete a los liderazgos territoriales, que luego ya veremos cómo se disciplina todo desde la presidencia de la nación.
A la descentralización interna le correspondería otra mirada similar del país. El PP no puede tener espacios en blanco, y su situación en Cataluña y el País Vasco es esa. Además, la relación con los nacionalistas es hoy por hoy la clave del Gobierno: si mantiene la beligerancia, Pedro Sánchez seguirá gobernando; pero, si llega a algún acuerdo, puede captar -a eso aspira- los votos acomodaticios del PNV. De manera que se vuelven a ensalzar la diversidad de los pueblos y regiones, y su riqueza lingüística. Feijóo no tiene que hacer examen de eso. Otra cosa es lo del ‘procés’: aquí solo cabe volver a recuperar la primacía en la derecha no independentista, porque lo de Cataluña ya no es de conllevanza, sino de callejón sin salida, y más desde el españolismo duro. Aquí se aprecia un problema insalvable en el decálogo.
La relación con su propia derecha, la que vive dentro del PP y la que lo hace fuera, resulta determinante desde 2018. La receta del decálogo es la variedad de opciones -lo que es como no decir nada-, el no despejar prematuramente la incógnita de si se gobernaría con el apoyo de Vox y el presentarse como el antídoto democrático frente a la extrema derecha. El plan de Feijóo es el de Macron: solo votando masivamente al candidato liberal-conservador se podrá frenar a los de Abascal y se podrá prescindir de sus tóxicos votos. Para ello solo vale la oposición férrea a todo lo que haga el actual Gobierno de izquierdas, sobre todo en la agenda de derechos postmaterialistas, que resultan a veces incomprensibles para sus propias bases. En cuanto se trata de ser proactivos y formular algo alternativamente, se tropieza con la realidad y hay que elegir entre ser como los de la derecha extrema o asumir por pasiva las novedades, con el riesgo de la descalificación por parte de la cada vez más abundante tropa de censores (medios, opinadores, eclesiásticos…).
Solo vale la oposición férrea a todo cuanto haga el actual Gobierno de izquierdas
Por su parte, las abundantes medidas sociales del Gobierno tienen que seguir respondiéndose con la tesis de la futilidad -no sirven para corregir lo esencial e incluso agravan los problemas- y aprovechando la circunstancia de que los más beneficiados por esas políticas son los que antes han desconectado del discurso del Ejecutivo. Por lo tanto, nada de compromisos por ahí, limitémonos a presentar espantajos para no hablar de lo que se habla y justifiquemos nuestra oposición implacable diciendo que más dura y disolvente sería la de Vox.
Aquí también hace aguas el plan porque los felices escenarios madrileño o andaluz, con mayorías suficientes como para prescindir de la extrema derecha, no es fácil que se reproduzcan en otros sitios. Ello obligaría a tener una posición única de relación con los entornos y con la derecha interna (Díaz Ayuso), pero eso es algo que ni de lejos se vislumbra, aunque puede cerrar la puerta de entrada en Moncloa.
Finalmente, estarían los pactos de Estado, algo con lo que llegan todos los nuevos, pero cuyo interés se ha perdido en cosa de semanas, como muestra la rechazada renovación del Consejo General del Poder Judicial. El acreditativo de la experiencia en la gestión y de las cuatro mayorías absolutas ganadas en Galicia se administrarán adecuadamente para presentar a Feijóo como el mejor candidato a presidente.
El problema del decálogo es doble. Primero, su inconcreción. Aparece como un catálogo de intenciones o de escenarios ambicionados mucho más que como otro de propuestas precisas y comunes para el conjunto del país. La condición gallega de Feijóo nos exime aquí de insistir en comentarios sobre los estereotipos regionales. Segundo, es el mismo plan de Aznar o de Rajoy. Pretenciosidades al margen, consiste en dejar cocer al Gobierno en la salsa de una crisis interminable, ahora identificada con la corrosiva inflación y con la amenaza incluso de un otoño caliente (y de un invierno gélido). Ante ello, no hace falta decir nada, mucho menos algo concreto que te comprometa. Cuando lleguemos a Moncloa, ya se verá. Las promesas de bajada de impuestos o de incremento de pensiones, por ejemplo, siempre se podrán enmendar a la vista de las apremiantes circunstancias heredadas. Y luego, a la política de siempre de la derecha: facilitarle la vida a los de arriba para que incrementen su abundancia y derramen una parte que les sobra sobre el resto de mortales. Aquello de la política del goteo de toda la vida.
Es lo único seguro que nos espera. El resto, las claves para armar la mayoría presidencial, sigue en el terreno de la fe y de la confianza en las propias fuerzas, y no ha entrado aún en la planilla del pretendido decálogo.