Pablo Casado es ya pasado en el PP. El futuro habla gallego y se llama Alberto Núñez Feijóo. Queda pendiente, sí, el discurso de despedida del primero y la elección formal del segundo. Simples detalles.
A estas alturas sobra reincidir en la crueldad, rayana en la indecencia, de la despedida que le han dispensado muchos, demasiados de los suyos al político castellano. Es cierto que ha sido incapaz de forjar un liderazgo fuerte. De dotar al PP de un proyecto político consistente, más allá de su antisanchismo primario. Y que ha errado con Ayuso. Pero nada de eso justifica que los barones populares intentaran hace sólo unas horas ensañarse aún más con el caído y obligarle a dimitir de madrugada. Casado resistió y podrá al menos ofrecer su discurso de despedida ante quienes fueron los suyos, aunque para ello haya tenido que prometer por escrito que no aspirará a la reelección.
Llega Feijóo. El mismo que en 2018 dejó colgados a los suyos. ¿Razón? Que Rajoy no quiso tirar de dedazo y ungirle como sucesor como sí habían hecho Fraga con Aznar y éste con el propio Rajoy. De ciertas fotografías no toca hablar.
Ahora sí. Ahora el presidente de la Xunta va a llegar a la calle Génova llevado en volandas por barones y baronesas de primera, de segunda e incluso de medio pelo, aunque no sea descartable que aparezca algún ‘outsider’. Todos saben que Feijóo es hoy lo mejor que tiene el partido para el cargo. Aunque lo que de verdad ‘pone’ a parte de las bases y del electorado es el populismo sin escrúpulos de Isabel Díaz Ayuso.
La herencia que va a recibir el nuevo líder popular no es para estar tranquilo. Por más que Feijóo haya demostrado ser un buen gestor en Galicia, donde ha ganado cuatro elecciones por mayoría absoluta. Con ello ha podido tener bajo control a casi todo el centro derecha -ni Vox, ni Ciudadanos pintan nada por allí-. Aunque en ocasiones haya debido coquetear con posiciones nacionalistas moderadas en cuestiones como la lengua, algo que dudo agrade a parte del electorado conservador de otras zonas de España.
Ahora se va a adentrar en otro terreno de juego. Y lo primero que va a tener que decidir es qué hace con Vox. Para empezar en Castilla y León. Si traga con un Gobierno de coalición con los de Abascal -como le gustaría a Ayuso- o si Mañueco se ve a obligado a repetir las elecciones con el riesgo de que la ultraderecha logre el ‘sorpasso’ sobre el PP.
La otra interrogante se llama Ayuso. La presidenta madrileña, tras destrozar a Casado, ha anunciado que retorna a sus cuarteles de invierno. Hasta cuándo dependerá de cómo le vaya a Feijóo, de si ve o no tajada a la vista. Siempre que, como parece, el asunto de las mascarillas y de las comisiones percibidas por su hermano se quede en algo reprobable ética y estéticamente, pero sin consecuencias penales.
Seguro que Feijóo no olvida que la ultraderecha ha fagocitado a la derecha tradicional en Francia (el gaullismo) o Italia (la democracia cristiana). Y que sabe que si el PP no logra reagrupar otra vez al centroderecha, como en tiempos de Aznar, difícilmente podrá apear del poder a las izquierdas sin un Abascal casi mudo estos días, consciente de que Vox también debe cambiar de estrategia y aparcar esa muletilla de la ‘derechita cobarde’. Digo yo.