- Es una impresionante mayoría de ciudadanos la que está esperando el momento de depositar su voto en favor de la patria común e indivisible de los españoles que la Constitución del 78 endosa y proclama
Es perfectamente lógico que los españoles de varia textura, incluyendo por supuesto a los que se sitúan en el centroderecha del espectro político, pero también a un número cada vez más abundante de los que se arriesgaron en su momento a votar socialista, contemplen con inmensa vergüenza la postrada situación a la que Sánchez y sus secuaces han conducido a España. Tiene también su lógica explicación el que en la situación a la que el PSOE ha conducido a la estructura política del país, marcada por una sucia incompetencia, el PP presidido por Alberto Núñez Feijóo investigue las maneras para conseguir que Sánchez deje de habitar en el Palacio de la Moncloa. Sabiendo que, a pesar de contar con una mayoría ciudadana, no puede acceder a su propósito dada la combinación aberrante de votos —separatistas, terroristas, comunistas, además de los socialistas— que permite la continuación en el poder de su actual detentador.
Es por ello explicable que, en tal urgente y delicada tesitura, los del PP hayan investigado las posibilidades de conseguir que Sánchez deje de ensuciar España y a los españoles antes de que tengan lugar en el año 2027 las elecciones previstas para el cuatrienio. Descartada la posibilidad de que Sánchez tuviera la honrada valentía, que en absoluto corresponde con sus bien conocidas y lamentadas características, de presentar su dimisión y convocar elecciones, o la igualmente lejana, por no decir imposible, de que en una cuestión de confianza el marido de Begoña se viera separado de sus funciones, quedaba la duda de si procedía hacer algo con una moción de censura. Cuyos resultados estaban claramente cantados en favor del parlanchín Sánchez, dado el fervor con que le siguen próximos y acólitos de diversa raigambre. Los del PP se inclinaron inicialmente por descartar tal opción, que, en caso de tener lugar y ofrecer un resultado favorable al censurado, resultaría claramente en un dato negativo para el convocante. Pero en una segunda y curiosa aproximación, los de Feijóo, empezando por él mismo, han buscado una complicada y rocambolesca aproximación: la de inquirir a los socios gubernamentales y parlamentarios del corrupto sanchismo para averiguar si alguno de entre ellos estaría en disposición de prestar los pocos votos necesarios para que en la correspondiente votación parlamentaria Sánchez fuera censurado y desprovisto de su clámide presidencial.
Son en estos momentos, cuando el PP inicia la celebración de su Congreso Nacional, repleto de renovaciones, por cierto, los días en que multitud de españoles se preguntan con un alto grado de incertidumbre: ¿Está Feijóo dispuesto a llegar a la Moncloa con el voto del golpista Puigdemont, del terrorista Otegui, del rufianesco catalanista Rufián, o del vasco nacionalista de turno? ¿Cómo es posible que en pocos días se haya proyectado la imagen de un presidente del PP dispuesto a negociar con Puigdemont su llegada al poder? ¿A qué precio? ¿O es que Feijóo está ya dispuesto a conceder a los del golpe de Estado del 17 su petición de apoderarse de un Consejo General del Poder Judicial para la finca catalana, entre otras lindezas a las que Sánchez se mostró siempre amorosamente dispuesto?
Es una impresionante mayoría de ciudadanos la que está esperando el momento de depositar su voto en favor de la patria común e indivisible de los españoles que la Constitución del 78 endosa y proclama. Mayoría que haría cualquier esfuerzo mental o ideológico para desplazar del poder al calamitoso Sánchez y depositar en su lugar a Núñez Feijóo. Sería altamente conveniente que el Congreso del PP, que le confirmará de nuevo como presidente, sea claro y contundente en sus planes, propósitos y programas: el Gobierno de España no puede depender de todas las minorías que tienen como único objetivo el de romper la unidad política y territorial de la nación secular. Y el que la represente desde la Moncloa, o quiera llegar a hacerlo, debe dejarlo muy claro ante tirios y troyanos. No vaya a ser que al final de la historia todos acabemos convirtiendo la sardana en el himno nacional.